¿Qué nos hace pensar que el cumplimiento de una tarea necesariamente refleja el aprendizaje logrado de un niño? O, mejor dicho, ¿en qué momento, la tarea, se convirtió en sinónimo de aprendizaje de los pequeños? Preguntas por demás sencillas pero que, en cierta medida, nos invitan a reflexionar en lo que cientos de maestros, padres de familia y niños están pasando en estos días donde, para acabar pronto, la contingencia sanitaria por el Covid-19 nos ha hecho ver y comprender que la escuela, y todo lo que ocurre dentro de ella, tiene un enorme significado.
Y es que, como bien sabemos, el proceso de enseñanza y de aprendizaje va más allá del cumplimiento de una tarea. De hecho, en anteriores entregas que tan amablemente me han publicado en este y otros espacios, he dado cuenta de ello; sin embargo, ese proceso no ha sido del todo comprendido por quienes, en este momento, tienen la responsabilidad de conducir los destinos de la educación de nuestro país. Me refiero, exclusivamente, a las diversas autoridades educativas que son parte del Sistema Educativo Mexicano (SEM). Tal parece que, indicarles a los maestros que les pidan a los alumnos el cumplimiento de más tareas para que éstos a su vez las resuelvan, genera más aprendizajes. Formula, a todas luces, incorrecta y harto equivocada.
¿Por qué sucede esto? Mi explicación se basa en varios puntos que, desde luego, si ustedes me lo permiten, iré desglosando a lo largo de este texto.
Por principio de cuentas, como órgano de control administrativo y normativo, la Secretaría de Educación Pública (SEP), desde hace mucho tiempo, ha evidenciado la poca o nula confianza que le tiene al magisterio mexicano. Pareciera ser que los maestros y maestras, no tienen un dejo de creatividad y pensamiento en cuanto a la función que a éstos les toca desempeñar como parte de su quehacer docente.
Al respecto, no niego que hay muchos mentores que difícilmente realizan sus actividades si la Secretaría o sus autoridades no se las piden o requieren, sin embargo, tampoco niego que hay quienes dan un poco más de lo que su función les exige. En cualesquiera de los casos, estos docentes, generalmente se hallan entre la espada y la pared, es decir, entre lo que “deben” hacer y lo que “quieren” hacer, dado el conocimiento que éstos poseen de los alumnos que tienen en sus manos.
Para nadie es desconocido que, si un profesor pretende echar a andar una propuesta innovadora – pedagógica y didácticamente bien sustentada – y, como resultado de ello, desarrolla una serie de actividades que no necesariamente corresponden a las que dicta la Secretaría o sus autoridades inmediatas, éstos, lo llaman a “cuenta” para que se “alinee” a las disposiciones oficiales o, de plano, para que deje de hacer lo que está haciendo porque, a decir de estos últimos, su propuesta es inadecuada aunque no haya un sustento alguno. Sobre este asunto, recuerdo muy bien que, hace algunos años, cuando la reforma peñanietista estaba a todo lo que daba y la evaluación al desempeño docente se aplicaba a rajatabla, muchos mentores recibieron, por parte de la SEP, una “retroalimentación” que difícilmente retroalimentaba. Imaginemos cuál sería el sustento que esta dependencia tendría u ofrecería para detener el o los proyectos que los profesores diseñaran.
En segundo lugar, sin entrar a tremendos “tecnisismos”, quiero abordar un poco el sentido de la palabra “tarea”. Y es que como bien sabemos, esta palabra se relaciona, de manera inmediata, con un deber. No en pocas ocasiones habremos escuchado decir a nuestra madre o padre: “tienes que hacer la tarea, no lo olvides”; o bien, cuando el profesor o profesora, justo antes de despedirnos, nos llegó a expresar: “de tarea, realizar los ejercicios de la página 115 de su libro de español”. Luego entonces, al ser concebido de esta forma, es claro que un deber conlleva una responsabilidad y cumplimiento por lo que, ya sea en la casa, en la biblioteca del pueblo o con los amigos en un cibercafé, el alumno cumple este cometido. En este sentido, ¿sabe usted cuántas materias lleva un alumno en la escuela? En efecto, a partir de las asignaturas que cursa es que, dependiendo el contenido, el profesor toma la decisión de dejarles tarea. Esto, con el propósito de favorecer y dar continuidad a su proceso formativo y de aprendizaje en un contexto no formal como el que representa su aula/escuela.
De esta forma, quiero hacer énfasis en esos elementos valiosos para que el profesor encomiende una tarea; éstos pueden ser: el contenido que está abordando, el nivel congnitivo/cognoscitivo de sus alumnos, las condiciones (incluyendo el contexto) en el que viven los pequeños y otros. Así, no debemos de perder de vista que, derivado de esos elementos y la decisión que el maestro haya tomado en su momento, éste pone en la mesa diferentes tipos de tarea para que sus estudiantes puedan realizarlas; retomaré tres que me parecen las más relevantes: a) de práctica, son aquellas en las que se refuerzan las habilidades o conocimientos recién adquiridos en clase como guías de ejercicios, cuestionarios, resúmenes, resolución de problemas, entre otras; b) de preparación, son aquellas en las que se intenta proveer información de lo que se verá en la siguiente clase, pueden ser leer, buscar información bibliográfica, obtener materiales para hacer un trabajo en el aula, etcétera; c) tareas de extensión, son aquellas en las que se fomenta el aprendizaje individualizado y creativo al enfatizar la iniciativa e investigación del estudiantes, éstas son tareas a largo plazo, proyectos continuos y paralelos al trabajo en el salón, etcétera (Roland Laconte 1981, citado en Ochoa 2012).
Como seguramente usted imaginará, el cumplimiento de esa tarea arroja un producto o evidencia, misma que el docente, se encargará de revisar para realimentar/retroalimentar lo que, a su juicio, considere pertinente. Es claro pues, que esa evidencia puede o no demostrar el logro de un aprendizaje en términos de un contenido. Pongo un ejemplo muy sencillo, si la consiga fue dibujar un animal marino porque el contenido se relaciona con este tema; puede ser que el chico, después de haber realizado una investigación, decidió dibujar una tortuga marina, ya sea vista desde arriba o lateramente; en sentido estricto, la tarea la cumplió este niño y, en consecuencia, el aprendizaje se logró porque, además de la investigación, se dibujó a ese animal marino; sin embargo, imaginemos que un alumno no haya contado con los recursos, tal vez tecnológicos que empleó el otro estudiante, para investigar los tipos de animales marinos y, por ello, dado su conocimiento, dibujo una lombriz de tierra. También, en sentido estricto, la tarea se cumplió, es decir, el pequeño entregó su producto, pero el aprendizaje… ¿se logró? Ahí es donde la intervención docente se vuelve fundamental porque, a través de ella, y de algunos cuestionamientos que éste formule, podría lograr que su educando reflexionara sobre los tipos de animales marinos que existen, la diferencia que hay entre éstos y los terrestres, etcétera. En consecuencia, producto/evidencia no es sinónimo de aprendizaje.
Habría que pensar entonces, por qué la SEP, y buena parte de las autoridades educativas de los estados, exigen, diariamente, un sinfín de tareas escolares al igual que un número infinito de evidencias que, como he dicho, no necesariamente reflejan el logro de un aprendizaje.
En la semana pasada, publiqué un artículo que titulé “Hacer poco es mucho, pero la SEP no lo entiende”; consecuentemente considero que, si se le brinda la confianza necesaria los docentes éstos podrían, en la medida de sus posibilidades y recursos, adecuar las acciones que desarrollarían para que sus alumnos aprendieran en casa. ¿Se imagina aquel maestro de secundaria que tiene a su cargo más de 200 alumnos? Es demencial que se le pida que grabe un video que demuestre que está trabajando con sus alumnos, que realice una carpeta de “experiencias” de cada uno de éstos, que tenga la posibilidad de planear para que, si no es que todos, se conecten desde sus hogares para que trabajen a través de una plataforma, y un lago etcétera más.
¿Acaso el maestro o maestra no es padre o madre de familia?, ¿acaso no tienen que atender u orientar a sus hijos porque sus maestros también les han dejado tarea?, ¿acaso no tienen vida propia para desayunar, comer, cenar, pasar un tiempo con su familia, para hacer labores domésticas o en el campo, o para disfrutar de unos minutos de descanso?
Sí, además de la guerra que están librando médicos y enfermeras en nuestro país, la tarea, se ha convertido en la madre de todas las batallas que buena parte de la población está librando en estos momentos, y la SEP, tampoco ha entendido, entiende, ni entenderá esto.
Referencias:
Laconte, R. (1981). Citado en Rodas Ochoa, M.C. (2012). Las tareas escolares extraclase y su incidencia en el rendimiento de los estudiantes del tercer año educación general básica de la escuela Aurelio Ochoa Alvear de la Parroqui Tuti Cantón Cuenca (Doctoral dessertation).