No vamos para atrás. Al menos no sólo: nos hundimos. Hay un modo de enfrentar problemas en el país que tropieza de nuevo, más duro, con la misma piedra. Vuelve un pasado que cuando existió nos ahogaba y ahora, al retornar a su hueco, ahorca.
Cuando niños, los que ahora pasamos del medio siglo, tomábamos agua de la llave. Sabrosa, fresca, segura; sin la mediación del educado vaso, mojándonos la cara y la camisa luego de jugar una cascarita en la calle. Un día, para nuestra pena, se dijo que el agua del grifo hacía daño. No era potable. En lugar que el gobierno reparara las cosas y el agua corriente volviera a ser bebible, la instrucción fue que era necesario hervirla o comprar garrafones. Se eludió la responsabilidad, y con base en la alerta del peligro, ancha fue, y es, Castilla para el negocio multimillonario de los embotelladores del oro azul. El agua de los Alpes, además, hace que uno enflaque.
Otro caso. Por efecto de la gran expansión de la demanda de estudios superiores, las instituciones públicas fueron incapaces de recibir a todos los solicitantes. ¿Qué había que hacer? La lógica indicaba un sendero claro: fundar más universidades. Como los señores de traje gris decretaron que los demandantes no sabían lo que querían, en lugar de crear más opciones públicas advirtieron que salía más barato otorgar, a manos llenas, el Reconocimiento de Validez Oficial de los Estudios (RVOE) a miles de establecimientos particulares que se hicieran pasar como escuelas superiores, aunque estuvieran en el piso de arriba de una tienda de deportes. Cobrarían poco en comparación con las privadas de élite, y los tercos que quisieran estudiar, a pesar de no caber, ahí tendrían sitio. Como con el agua, su indolencia produjo un lucrativo mercado. Dese una vuelta por la Universidad Stanford, Campus Temixco.
Somos una federación, dice la norma. Resulta coherente que sea en las entidades que la conforman donde se organicen, por ejemplo, las elecciones locales y se diriman, en tribunales estatales, los diferendos en la materia. No ha funcionado bien últimamente, dicen los sabios. Los gobernadores hacen lo que quieren. ¿Por qué? Es que antes, cuando mandaba el partido único y los gobernadores eran obedientes al supremo señor (eran parte del mismo grupo de interés llamado PRI) todo se controlaba desde el centro. ¿Había corrupción e impunidad? A raudales, pero el cacique mayor modulaba el atraco. Si alguno se quería rebelar, los amenazaba con el monopolio ilegítimo de la justicia selectiva. ¿No aceptas mi lista para diputados de tu estado? Cuidado: tengo el cartapacio en que constan tus tropelías. Señor, qué coincidencia, su selección es igualita a la mía.
Ante la alternancia en ciertas entidades, se aflojó la correa. Y no se diga cuando en el 2000 otro partido llegó al centro del centro. ¡Los gobernadores ya no obedecían! ¡Se convirtieron en señores feudales! Hay que arreglar el asunto: y va de nuevo la burra al trigo, pues en lugar de establecer e impulsar controles legales para evitar la intromisión de los gandules en las elecciones —instituciones más fuertes y espacio a la ciudadanía para exigir transparencia y rendición de cuentas— el remedio es hacer un Instituto Nacional Electoral que desde el ombligo político organice todas las elecciones habidas y por haber.
En materia educativa el mismo cantar: como el dinero que se enviaba a los estados para la coordinación de los servicios escolares era botín de los Ejecutivos estatales, sin control alguno, la solución es que la nómina de todos los maestros del país regrese a la SEP. Con esto se rompe con la federalización previa. ¿No era adecuada? Sí. ¿Por qué no resultaba? Por incumplimiento de las normas. ¿Hacemos que se cumplan las leyes y los gobernadores rindan cuentas de cada centavo? No, es muy difícil: mejor que todo venga para acá. En consecuencia, no avanza la conformación institucional en los estados y se derriban los avances ciudadanos en las entidades. Este gobierno parirá la pagaduría más grande del continente: la SEP se hará cargo de la nómina, para que no sigan robando los gobernadores. ¿No tiene todo esto un sabor a retorno rancio? Antes fue tragedia, ¿y ahora será comedia?
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
Publicado en El Universal