Otto Granados Roldán publicó este viernes 19 en El País un artículo acerca de la Reforma Educativa del gobierno de Enrique Peña Nieto. El secretario de Educación Pública puso el título de su pieza entre interrogaciones: “¿Revertir la Reforma Educativa mexicana?”. Su respuesta es obvia:no, no debe revertirse: “sería un abuso inmoral y grosero en contra de los niños de México”. Su argumento es elaborado y, por supuesto, polémico.
La pieza es una defensa de lo que ha realizado el gobierno. Se entiende que el secretario Granados Roldán arguya en favor de una política de la que es uno de sus artífices. Sin embargo, cuando asegura “que de varios modos era una reforma inevitable”, parece que le resta méritos al gobierno del que forma parte. Si Peña Nieto y los jefes del PRD y el PAN no se hubieran puesto de acuerdo, la reforma jamás hubiera visto la luz; se hubiese evitado. El Pacto por México fue —y es— la marca, digamos positiva, de este sexenio. Y la Reforma Educativa, con todo y que tenga limitaciones y eclecticismo, disfruta, como los señala OGR en su escrito, de alta aprobación ciudadana, aunque sea rebatida en la plaza pública. Más ahora en tiempos electorales.
El secretario Granados Roldán arma su razonamiento en cinco palancas, que denomina fortalezas, dos políticas y tres institucionales. Todas con el fin de abonar a la calidad y equidad de la educación de la niñez mexicana.
El secretario justifica los pivotes políticos con base en un diagnóstico de lo hecho —y no hecho— por los gobiernos anteriores. Utiliza sustantivos de peso: simulación, inercia, frustración, clientelismo, arreglos corporativos. La crítica abarca a gobiernos del PRI, pero más a los del PAN, y aunque reconoce que hubo intentos de reforma, sus impulsores no tuvieron la voluntad política para impulsarlos.
El primer eje político que enarbola OGR evoca al concepto weberiano de legitimidad. Destaca como el problema de la mala educación y la necesidad de remontarla, entró en la “agenda” política y los firmantes del Pacto la retomaron. El foco: Reconquistar para el Estado el control de la educación que había perdido ante los embates corporativos.
El secretario coloca al final el otro puntal político: Un nuevo tenor en el gobierno de la educación con base en el reciente andamiaje constitucional. No lo expresa, pero dicha plataforma no sólo le restó poder a los dirigentes del sindicato y “casi” eliminó la práctica de heredar y vender las plazas docentes, sino que para lograrlo recentralizó —con sobrada razón— el pago de la nómina y el gobierno de la educación básica. Con la concentración del poder, los gobernadores perdieron autoridad —que rara vez ejercían— y, aunque el exsecretario Aurelio Nuño haya hecho lo posible por mantenerlos en el carril, continúan alienados.
Los tres ejes institucionales apuntan logros que se verán en el futuro, pero cuyas semillas ya están sembradas. Su expectativa es que con los cambios haya una mayor calidad y equidad en la educación, escuelas óptimas, más docentes sobresalientes, nuevos programas y libros de texto modernos. El propósito: lograr mejores ambientes de aprendizaje y que las comunidades de cada escuela se apoderen de su destino. El cimiento: el servicio profesional docente que tiene al mérito como el principio rector.
Es manifiesto el objetivo del secretario: Informar a la plaza pública, abogar por la política del gobierno y tratar de consolidar lo avanzado. Pero me pregunto cuántos maestros leyeron ese artículo. Si bien coincido en que los asuntos que trató Otto Granados Roldán pueden concebirse como fortalezas, la debilidad de la SEP es no haber construido puentes para comunicarse con los maestros. Sigue dependiendo del SNTE. Ése es el tendón de Aquiles de la reforma.