Mi trabajo de investigación descansa en la premisa fundamental de que la educación nacional es un objeto en disputa. En tres artículos presentaré los debates en torno a la interpretación de la Reforma Educativa. Parto del supuesto de que también hay contiendas para discernir el significado de la reforma en la transferencia de políticas educativas o, si se prefiere, la dialéctica entre lo nacional y lo global. Sintetizo las discusiones en tres enfoques: la teoría de la cultura mundial, la perspectiva del neoimperialismo cultural y el enfoque del prestamista y el prestatario. Hoy presento los antecedentes, en los miércoles siguientes especulo acerca de cómo interpretarían la reforma mexicana los partidarios cada una de esas corrientes.
La mayoría de los autores apegados al neoinstitucionalismo sociológico, aunque no sigan un libreto estricto, sugieren que las tendencias globales cobran vida en las reformas educativas nacionales —aunque salvaguardan manifestaciones domésticas— cuyas fronteras simbólicas se evaporan o conjugan con una predisposición histórica hacia una cultura mundial. Las reformas educativas que impulsan varios gobiernos del mundo se llevan a cabo en un contexto global que aboga por transformaciones con atributos neoliberales, como arguyen Nelly Stromquist y Karen Monkman (Globalization and Education: Integration and Contestation Across Cultures) y David Turner y Hüseyin Yolcu (Neo-liberal Educational Reforms: A Critical Analysis), entre muchos otros académicos radicales. Lo que puede constatarse es que las organizaciones intergubernamentales son actores de primer nivel en el impulso del movimiento global de reforma educativa, que Pasi Sahlberg denomina GERM o germen (en el juego de palabras por el acrónimo de la noción en inglés).
El auge de un proyecto de reforma educativa internacional impulsado por organizaciones intergubernamentales se asienta en todos los rincones del planeta. La influencia de la Unesco, aunque a la baja en comparación con otras instituciones, sigue abonando a que, en los propósitos de reformas nacionales, la equidad represente un papel de primer orden. La consigna de Educación para Todos gana adeptos, aunque parece que sus metas están cada vez más lejos en el tiempo.
Las propuestas del Banco Mundial siguen vigentes. En el corazón de sus impulsos persiste la teoría del capital humano, el énfasis por ampliar la escolaridad y promover reformas con el —único— fin de preparar para el trabajo. La alegoría de la economía del conocimiento pesa en todas sus sugerencias de política educativa. Si bien, privatizar la educación ya no es un motivo recurrente en sus documentos, sigue siendo parte de su corpus doctrinario. La Organización Mundial del Comercio es el brazo armado de las corrientes privatizadoras. La educación, para estas organizaciones, no es cultura, es un servicio que debe prestarse con una visión de negocios.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos es la institución intergubernamental con mayor influencia en la promoción de reformas educativas. Ello, debido al énfasis que pone en el desarrollo de instrumentos y formulación de políticas en sus Education Policy Outlook papers (documentos de perspectivas de política educativa) por país, así como por la publicación anual de Education at a Glance (Panorama de la educación), pero, sobre todo, por el acento en la evaluación de resultados y por su herramienta primordial, PISA.
La influencia de esas instituciones globales es patente en la reforma mexicana. Pero no es taxativa, pienso. El desarrollo de la reforma educativa depende del uso de la tecnología del poder y de la evolución de la dialéctica del control. Las relaciones entre lo nacional y lo global no son uniformes. Las recetas de cambios no llegan del ambiente global a implantarse en las realidades locales de manera irreflexiva: los intereses y conflictos nacionales imponen su marca y determinan las perspectivas de éxito o fracaso de las reformas.
Los abanderados de la teoría de la cultura mundial asentarían que la transferencia de proyectos a la Reforma Educativa mexicana es legítima e inevitable. Los teóricos que se apegan al enfoque del neoimperialismo cultural la definirían como una imposición de los organismos intergubernamentales, en especial de la OCDE. Los defensores de la perspectiva del prestatario y el prestamista pondrían el acento en los problemas nacionales y su relación con el mundo.