Tanto en política como en psicología lo no dicho o lo no nombrado es lo que realmente cuenta y determina en gran medida las cosas que si se dicen.
El anterior principio aplica para pensar que la propuesta educativa de López Obrador tiene gran parte pendiente de decirse y de escribirse. Desde la percepción de los que estamos afuera, no han podido sacar lo que realmente desean para la educación en nuestro país. Se han consumido muchos esfuerzos en negociaciones banales y muy poco es lo que se ha avanzado de su propuesta.
Se puede decir que toda reforma educativa es una iniciativa inteligente en el campo de la política concretizada en educación, la cual deberá negociarse y dialogarse hasta lograr un pleno consenso con los distintas fuerzas actores y poder llegar a acuerdos básicos hasta hacer que salga a la luz pública para que sea asimilada desde la práctica de los propios actores que la signan.
En nuestro país la reforma educativa de Peña Nieto nunca tuvo consenso y el gobierno de López Obrador tiene consenso de origen pero no cuenta con una iniciativa de reforma educativa. La postura que ha asumido el equipo cercano del actual presidente, ha sido reactiva y contestaría. Es decir, van nadando contra-corriente a lo que les dejó su antecesor. Y parece (como ya escribirnos en este lugar), que no hay acuerdo entre el grupo de colaboradores cercanos al señor presidente.
El problema de la reforma educativa que se espera no sólo es de contenidos, sino de orientación y profundidad: si moderada, radical, continuista o rupturista; el problema es de consensos. No se han logrado acuerdos entre los grupos, las expresiones, las corrientes del magisterio y de otras agencias interesadas en asuntos educativos. La reforma educativa en nuestro país no es solo eso, es también un conjunto de estrategias pensadas en mantener el control político y laboral del magisterio nacional.
El punto estratégico en desacuerdo es acordar los márgenes de maniobra que van del control a la autonomía plena del magisterio, hay quien dice mano dura y hay otros que proponen total autonomía.
Otro problema que se ha seguido con la estrategia de construir consensos, es que la mesa de negociación ha servido para sentar a pequeños grupos por separado, se trata de organizar una gran mesa de discusión y de acuerdos en donde estén todas las partes para aspirar a sacar los gran acuerdos a partir de que las cosas sean dichas, acordadas y no calladas.
No sé hasta dónde López Obrador tiene verdaderos deseos de emprender una gran reforma, que le dé sello, sentido y razón de ser a la cuarta transformación que él encabeza. Lo que si estoy cierto, es que en el seno del grupo de colaboradores que lo rodea no están dispuestos a vivir esta gran aventura, hay personas que aspira a cambios verdaderos, pero ahí mismo hay otras personas que se aferran en evitarlos.