Mire usted: luego de 12 años de asistencia a la escuela, al terminar la educación media superior, tres de cada 10 estudiantes “no pueden identificar las ideas centrales de un texto de opinión”, y seis de cada 10 “no logran adquirir las competencias elementales del álgebra”. Estos son los resultados generales del Plan Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes (PLANEA), examen que aplica el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) a los alumnos que están terminando la prepa.
No hay que perder de vista que se trata del puñado de sobrevivientes en las aulas, de los que, en su momento, iniciaron la primaria cuando tenían 6 años. Hoy rondan los 18. Un experto, frente a estos datos, se hace dos preguntas: ¿“A qué se deben los bajos resultados de aprendizaje?” Como estos resultados son un promedio nacional, es lógico que haya variación entre diversos grupos de alumnos, y es muy grande: “¿por qué se presentan brechas tan grandes entre los estudiantes? Como buen crítico, sabe que en estos temas las respuestas no son simples, pues en este fenómeno intervienen “múltiples factores escolares y sociales que interactúan en el aprendizaje”.
Lo que más le cala son las brechas en el aprendizaje. Si dos tercios están muy mal, no están mucho mejor otro 23%, de tal manera que, ya sumados, 85 de cada 100 no saben lo que deberían saber: esos son, nada más, el 3% del total. Se queda corto, quizá, con el adjetivo: son barrancos, y en la cúspide no hay genios: esos 3 de cada 100, según la prueba, saben lo que deberían saber según el plan de estudios.
Ofrece explicaciones, parciales, sí, como advierte a sus lectores, pero no exentas de fundamento dado su saber: cuando se evalúa al estudiante, se refleja no lo que ha aprendido ese año, sino la “sumatoria de los aprendizajes acumulados desde su nacimiento”. Es, bien lo dice, “producto de lo que han aprendido, tanto dentro como fuera de la escuela”. Estadísticamente, cerca del 50% “se puede explicar por las condiciones socioculturales de los contextos familiar y social, mientras que la otra mitad lo explica la eficacia de los centros escolares”. Tan es así, indica, que “a mayor capital económico y nivel educativo de las familias, mayores son las puntuaciones de los estudiantes”. No obstante, es optimista: “la organización escolar, el liderazgo de los directores y la eficacia pedagógica de los docentes pueden atenuar el impacto negativo de los bajos niveles socioculturales de las familias” Importa recordar el verbo que usa: atenuar. Significa “aminorar o disminuir la intensidad, la fuerza o el valor de un hecho o de un suceso”. Esto es, mitiga, pero no anula.
Si esto es cierto, lo contrario también: “la pobreza educativa de una escuela acentúa las deficiencias de los alumnos y, en consecuencia, propicia bajos niveles de aprendizaje” La frase siguiente es demoledora: “por desgracia (?), la mayoría de los estudiantes pobres de México asisten a escuelas con carencias graves de todo tipo”.
Y, además, nuestro sistema educativo no solo “segrega” a los estudiantes por su nivel socioeconómico. También lo hace, los separa, los discrimina por su “nivel de aprovechamiento escolar”: junta a los buenos con los buenos, les da las mejores condiciones (escuela, turno y recursos adicionales) y congrega a los menos avituallados en espacios educativos degradados. Se impide, arguye, el “efecto de pares”, esto es, lo que podemos aprender de nuestros compañeros de clase al estar segmentados.
Remata: “el sistema educativo reproduce en sus escuelas y aulas, las condiciones socioculturales de los estudiantes”. Por eso hay tan hondas brechas, porque “origen es destino”. Lejos de contribuir a la equidad, es factor de desigualdad, y no menor.
El crítico al que cito se llama Eduardo Backhoff y preside el INEE. No más.