A Bere, primera maestra
Nunca me cansaré de exclamar que la educación también es una buena noticia; axioma que tendríamos no solo que repetir, sino potenciar, desvelar, mostrar en toda su belleza, relevancia o impacto. Es relativamente fácil encontrar las buenas noticias en cualquier parte, o casi, con un poquito de empeño, haciendo a un lado la mirilla desde la cual se persigue lo oscuro y cortar cabezas sin mediar reflexiones, imponer visiones mecánicas o autoritarias.
Esta declaración no desconoce ahora ni nunca que los sistemas escolares están plagados de dificultades y deben ser criticados en forma dura y contundente, como paso inevitable para comprenderlas. Tampoco deja a un lado la insistencia en que es urgente la transformación desde las entrañas, desde abajo y participativa.
Enseguida les comparto una historia de esas que renuevan las esperanzas en los buenos maestros (una maestra, en este caso), en el poder de la educación y en que la voluntad, conjugada con otras condiciones, es capaz de lograr lo que un día parecía imposible.
Por razones extrañas llegó a mis ojos la nota de un portal argentino de la provincia de Córdoba; se llama Día a Día, y allí se cuenta la historia feliz de Nicasio, un joven wichí de 29 años que se graduó como enfermero. Los wichí son un grupo indígena con asentamientos entre Bolivia y Argentina. En el segundo, se ubican en cuatro provincias: Chaco, Salta, Formosa y Jujuy. Según el censo de hace seis años, unos 50 mil habitan el país.
Nicasio creció y vivió en el Impenetrable, un agreste bosque nativo de más de 40 mil kilómetros cuadrados, cuyas vicisitudes son retratadas por Daniele Incalcaterra en su estupendo documental “El impenetrable” (2012).
Nicasio aprendió a leer y escribir en su pueblo, El sauzalito, de la mano de su maestra, Mónica Zidarich, una cordobesa que vivió en la región impulsada por sus principios: “Por convicción humanitaria y por mi formación católica, decidí junto a mi familia en ese tiempo ofrecer mi vida y lo que sabía a los más necesitados”. 20 años pasó en un sitio olvidado e invisible; tuvo 5 hijos y regresó a Córdoba en 2006, dejando una gran parte de su vida en una hazaña digna de elogios y más.
Gracias a Facebook, Nicasio y Mónica se reencontraron y mantuvieron comunicación. La profesora relata que Nicasio insistía en su deseo de ser enfermero mientras ella intentaba volcarlo a la docencia. Entonces la maestra tomó una decisión que muchos juzgaron “verdadera locura”: “Comprendí que no se iba a apagar eso de adentro, sino que me tenía que comprometer y ofrecerle venir a estudiar a mi casa”.
Nicasio dejó atrás el corazón del Impenetrable, a una madre sordomudo y un hermano. Después de varios años de adaptación y estudio, el miércoles 26 de octubre recibió el título de técnico superior en enfermería y ya se incorporó a la Cruz Roja de Córdoba, pero sueña con graduarse de médico y volver a su tierra: “Siempre quise hacer algo, sanar y curar. Mi mamá perdió a un bebé en mi pueblo y fue por causas que podrían haberse evitado”.
La historia es conmovedora. A mí, por lo menos, me cimbra. Además de enseñarle a leer y escribir, la maestra le abrió horizontes, lo cobijó, impulsó y se convirtió en la base indispensable para cumplir un sueño.
Ese es el poder de las ilusiones y la educación, el que necesitamos reproducir por todas partes, en cada pueblo, en todas las escuelas, en cada niño y con cada maestra.