¿Por qué una herramienta de trabajo que supuestamente me permitirá realizar mi labor, organizada y sistemáticamente, me causa tanto estrés y desaliento? Fue una pregunta que escuché expresar a una docente durante estos días en los que cientos de maestros abordaron diversos temas educativos en los Consejos Técnicos Escolares en las miles de escuelas públicas y privadas existentes en mi México querido. Y es que mire usted, lo que he percibido sobre la planeación didáctica argumentada, es precisamente eso: estrés, angustia y desaliento.
Si revisamos con detenimiento algunos de los materiales sobre este tema, encontraremos que su finalidad radica en el análisis, justificación, sustento y sentido a las estrategias que utiliza el maestro y maestra para intervenir en el aula. El problema, desde mi punto de vista, no radica ahí, porque los docentes conocen su trabajo, lo desarrollan y lo evalúan con el conocimiento que se requiere. El problema en sí, se encuentra en la falta de información y asesoramiento que existe al respecto. Me explico.
Tomaré de ejemplo la Guía para la Elaboración de la Planeación Didáctica Argumentada para la Educación Preescolar, que difundió la Secretaría de Educación Pública y la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente para el ciclo escolar 2015-2016. El contenido de ésta, además de la presentación, aborda 5 puntos relacionados con la evaluación del desempeño, tales como: la evaluación del desempeño docente; aspectos a evaluar en la planeación didáctica argumentada; planeación didáctica argumentada; bibliografía; y, sitios de interés. Cada uno con sus propias características y particularidades.
Por lo que respecta al punto 3, “Planeación Didáctica Argumentada”, éste brinda 5 rubros para su elaboración: contexto interno y externo; diagnóstico del grupo; plan de clase; estrategias de intervención didáctica; y, estrategias de evaluación. Cabe señalar que este mismo punto – el tercero – se divide en 2: la elaboración de la planeación didáctica – que no es la argumentación – y la elaboración de la argumentación de la planeación didáctica; considerando para su realización, los 5 rubros que he referido.
Sin entrar a detalle – más por falta de espacio que de ganas –, considero que cada uno de los rubros que he señalado los considera y ha considerado el docente en la elaboración de su planeación didáctica – con o sin la guía referida –. En muchos casos sin saberlo, en otros, con conocimiento de causa, porque de alguna forma diagnóstica, formula un plan de clase, diseña estrategias de intervención y de evaluación, en fin, considera en su planeación los rubros señalados.
El requerimiento que, a decir de las autoridades educativas se hace indispensable en estos momentos es: la argumentación sobre la misma; es decir, la expresión de manera escrita – en prosa – del porqué de las decisiones que en un momento dado toma el docente para generar aprendizajes en sus alumnos. Argumentación que causa un poco de dificultad porque tal ejercicio implica eliminar de facto algunos juicios de valor que han sedimentado en los profesores como parte de su labor cotidiana y que salen a la luz en el momento en que se redacta el documento. Teorías, autores, planes de estudios, diarios de trabajo, en fin, varios elementos que pueden ser utilizados para tal propósito, son conocidos por los mentores que laboran en los diferentes niveles educativos. Insisto, y disculpe que sea reiterativo, el problema no radica ahí. El problema como lo he afirmado, se halla en la falta de información y asesoramiento que existe al respecto.
¡Es que en el diplomado sobre planeación didáctica los facilitadores nos dijeron que para el diseño de mi planeación didáctica debo considerar más de 20 elementos que contiene el plan de estudios 2011! – Expresó una docente. Y remató: ¡pero luego, en otro curso que nos dieron por parte de la supervisión, se nos dijo que tendrían que ser menos de 15… yo ya no entiendo y no sé a quién hacerle caso!
Mucho se ha dicho que la planeación como tal, debe ser una herramienta para que el maestro, en base a ese contexto, ese diagnóstico, ese plan de clases, diseñe estrategias que le permitan generar aprendizajes en sus alumnos y evaluarlos de la mejor manera posible; sin embargo, desde mi perspectiva, cuando no le encuentra sentido a ésta y la observa como un requisito o mero trámite administrativo que debe cumplir para satisfacer los requerimientos de tal o cual autoridad educativa, pierde su esencia.
Cierto es que en los documentos o guías – como la que he referido – se encuentra el qué para su elaboración, no obstante el cómo es lo que genera esa confusión, estrés y desaliento que menciono, y que muchos maestros, viven cotidianamente en cada uno de sus centros de trabajo.
Ojalá, y en las altas esferas de la Secretaría de Educación Pública (SEP), se ponga atención en ello. Hace falta capacitar a facilitadores – asesores técnicos pedagógicos – para que dominen el tema y para que manejen el mismo lenguaje. De nada sirven propuestas cuya intención, en el papel, son buenas, pero que en la práctica, lo único que generan es desasosiego y confusión en un sector donde lo que prevalece en estos momentos, es eso, confusión e incertidumbre sobre el ejercicio de su labor tan necesaria e indispensable para el desarrollo de México.