A la memoria de mi tío Ricardo,
por las décadas de convivencia.
Acompaño en su dolor a Carmela, Ricardo chico y Jorge.
Patrick J. Kearneyescribió un artículo en el Huffpost el 17 de abril cuya traducción libre al español sería: “No hay una bala de plata para la reforma educativa”. La parábola de la bala de plata llamó mi atención.
No me cuento entre quienes piensan que los conceptos se pueden importar y aplicar de la misma manera que los autores que uno cita. Al traducirlos y amoldarlos a nuestros intereses, los ponemos en la perspectiva nacional. Se aplica la máxima de traduttore, traditore, aunque no se trate de falsear el pensamiento original.
Como se sabe, en la literatura de ficción, los hombres-lobo sólo pueden neutralizarse con balas de plata. El Llanero Solitario era famoso por su antifaz y porque usaba ese tipo de balas para disciplinar a los descarriados. Kearneyrazona que los reformistas de la educación en Estados Unidos se equivocan al disparar balas de plata para lograr que todas las escuelas fuesen iguales y que obtuvieran resultados semejantes. Él es un defensor de los maestros y la escuela pública de ese país, hoy bajo sitio por los afanes privatizadores, la charterizaciónde la educación, dice Diane Ravitch (Cf. The Reign of Error).
Las condiciones que tasan la reforma del gobierno de Peña Nieto no se asemejan a las circunstancias en que navega la reforma estadunidense, aunque haya cierto paralelismo. Allá las consignas por privatizar las escuelas, bajo el manto de la ideología de la “libertad de elegir”, son agua de uso. Aquí son inexistentes. Pero ambas reformas persiguen que los estudiantes obtengan mejores calificaciones en pruebas estandarizadas y uno y otro gobierno desconfían de los maestros.
La defensa apasionada que hace Kearney de los docentes de escuelas públicas estadunidenses tiene fundamentos en una historia de profesionalismo. Refuta con argumentos sólidos los ataques que les lanzan desde el gobierno (más hoy con Donald Trump a la cabeza). Habla de la dedicación de los maestros y de cómo crean “grandes” escuelas, pero sólo donde el empuje de las comunidades se empareja con los ánimos de los docentes.
Esta es una diferencia fundamental. En México las comunidades no se involucran con el desarrollo de sus escuelas ni apoyan a sus docentes (tal vez sea lo contrario, les reclaman por las fallas de sus hijos). Pero los maestros tampoco cultivaron la tradición de relacionarse con las familias. Desde la fundación del SNTE, las escuelas comenzaron a aislarse, a dejar de tener diálogos con su entorno.
La alegoría de la bala de plata se podría aplicar al SNTE. Sus líderes y camarillas fueron quienes las dispararon: colonizaron el gobierno de la educación básica —claro, en un lapso de décadas—, excluyeron a la Iglesia católica —cierto, había razones históricas para ello—, a padres, a autoridades y a líderes de otras organizaciones (por eso se acabaron las escuelas artículo 123, donde los sindicatos, de mineros o ferrocarrilero, por ejemplo) querían tener influencia. Fueron los grupos dirigentes del SNTE quienes no sólo se hicieron cargo de la trayectoria profesional de los maestros, sino que degradaron sus saberes, los estandarizaron y les impusieron rutinas; además, en medio de una corrupción cada vez más patente.
No digo que la Reforma Educativa de este gobierno quiera destruir al SNTE y liberar a los docentes de las ataduras corporativas. A lo mejor esa no es su tarea. La emancipación de los maestros es una faena que deben acometer ellos mismos. Su acción colectiva hacia la profesionalización —pienso— es lo que puede blindarlos contra otras balas de plata y disciplinar a sus líderes. La reforma sólo les brinda unas cuantas oportunidades para ello.