Eduardo Gurría B.
En los sucesivos gobiernos mexicanos, dentro del contexto político-electoral y de afán de permanencia en el poder y del dominio y control de todos los escenarios de la vida pública, cobra una importante relevancia el ámbito de la educación; los intentos por establecer programas y planes no han cesado a lo largo de décadas, con políticas educativas que tan solo han sembrado incertidumbre en los que, de alguna manera participamos en la educación, afectándonos de manera muy sensible, tanto a maestros, como, y por supuesto, a alumnos, mediante una retórica gastada y tanto, que ya no se comprende, una retórica que lo único que genera es una expectativa por el cambio, pero solo por cambiar, de ahí que nos preguntemos ¿y ahora, qué?
Todo cambio suscita controversia debido, sobre todo, a los intereses creados, sean éticos o no; unos se benefician y otros salen perjudicados en sus intereses o en sus zonas de control o de comodidad y, entonces, por muy bueno que pretenda ser el cambio, habrá de generar opiniones opuestas, por el simple hecho de que vivimos en la diversidad.
Sin embargo, en México, se decretan cambios carentes de sustento, sin bases reales, congruentes y concienzudas, ya que carecen de argumentos sólidos o de viabilidad. Se trata de posturas sexenales y de conveniencia, cuya justificación radica, en el mejor de los casos, en que lo nuevo, por ser nuevo, es mejor.
Todo esto lo sabemos ya y, lamentablemente, lo aceptamos, no porque precisamente sea bueno, sino porque viene de la autoridad, de tal manera que lo acatamos; si no, pues se paraliza la operatividad económica del sistema educativo o, en otras palabras, no nos pagan.
La educación o, mejor, la filosofía de la educación, se mueve en un ambiente muy diferente, se mueve en el ambiente de quien educa, de quien, en realidad, genera la educación, con pretensiones innegables de cabalidad, de quienes están a diario y hora tras hora al frente del aula…, y esto también lo sabemos.
El gobierno propone reformas y asume posturas, pero, en realidad, no establece estrategias para enseñar, tan solo manda que se haga y va calibrando, haciendo malabares, mediante el ensayo y el error, y esto, debido a que ninguna reforma es funcional: lo que hasta ayer se creía que era útil, hoy ya no lo es y, entonces, se implementa otra cosa y, si acaso esta no funciona, se le cambia el nombre por otro eufemismo o se vuelve a lo que se había desechado.
Así sucede con las materias y con los nombres que se les dan a las propuestas: nomenclaturas rimbombantes sacadas del diccionario, por lo que, las materias se convirtieron en áreas y estas en disciplinas y después en asignaturas; los objetivos pasaron a ser competencias sazonadas con evidencias, las calificaciones se convirtieron en evaluaciones que, a su vez se dividieron en disciplinares, formativas y sumativas, genéricas, específicas, etc., la educación por objetivos quién sabe dónde quedó; la moral se quitó porque olía a religión y se transformó en ética, después en ética y valores, y ahora van sobre valores morales, ayer fue educación sexual, ahora es conocimiento de la sexualidad o del cuerpo o lo que sea, desapreció la lógica (tan necesaria para el razonamiento), ayer se enseñaba historia, ahora son procesos, ayer se ampliaban contenidos, pasado mañana se reducen y el próximo sexenio se aumentarán, antes eran academias, ahora son consejos técnicos, primero los viernes, después que mejor no, que era mejor los sábados y mas adelante serán cuando se quiera o, de plano, desaparezcan o se les invente otro nombre, que esto sí, que esto siempre no, que los talleres son lo mejor, que ahora ya no sirven, que las escuelas de tiempo completo son ideales… o no, mejor no, no es viable…
Y los directores y coordinadores académicos se vuelven magos de la palabra para tratar de explicar las innumerables bondades de la reforma en turno. Pobres.
No, no es por ahí el camino, lo sabemos: la ruta de mejora, la verdadera, la que sí funciona, es la que a diario vemos en las redes sociales, en los grupos de maestros que publican en diversas páginas de la red sus experiencias y sus motivaciones, sus puntos claros y precisos de su acción diaria, de sus anécdotas y de sus aciertos y fracasos, mediante esquemas, tablas, cuadros, videos y demás recursos tecnológicos. Lo hacen generosamente y lo hacen a diario.
Son maestros de todos los niveles, hombres y mujeres, jóvenes y mayores; desde preescolar hasta posgrados, y todos con intereses genuinos y con plena conciencia de la realidad
También las revistas, las publicaciones, las colaboraciones espontáneas que se nutren, no de políticos, sino de verdaderos educadores. Nos ayudan con un panorama confiable de las tendencias en educación, tendencias emanadas de la diversidad de contextos en el aula; proponen estrategias innovadoras y congruentes con nuestro entorno y el de otros países; se trata de teóricos de la educación que realmente trabajan en educación y son, muchas veces, docentes anónimos que escriben y comparten a maestros también anónimos que no brillan y no pretenden brillar con las candilejas de la utopía.
Es ahí en donde, en todo caso, hay que buscar la reforma educativa.