Hace un mes celebramos sus 90 años en plenitud y absoluta lucidez y hoy, ayer, la muerte alcanzó al gran escritor colombiano-mexicano Álvaro Mutis. Era 1993, coordinaba yo la edición del suplemento “Lectura” del diario El Nacional y como yo, todos los periodistas culturales teníamos libre acceso a Álvaro Mutis. Bastaba levantar el teléfono y marcar a su casa en San Jerónimo. Respondía usualmente Carmen, su encantadora y siempre amable esposa. En un minuto estaba al teléfono, siempre dispuesto, siempre afable, y fuera responder una pregunta o varias sobre un tema coyuntural o bien acordar una cita, siempre tenía tiempo, siempre decía que sí.
Así lo conocí, me recibió en su casa, en el estudio frente al jardín, donde escribía, donde leía, donde se inventaba a Maqroll. Difícil si no imposible es calificar a Álvaro Mutis sin caer en los lugares comunes, era amable, sí, y sonriente, y de una ternura intensa, siempre hablando bien de todo y de todos. Algunos años después lo volví a entrevistar, luego de ser galardonado con el premio Príncipe de Asturias, en el 97.
Luego vendría el Cervantes en el 2001. Lo vi en una presentación multitudinaria en una librería, lo saludé y aunque no recordó mi nombre, me dio un abrazo cariñoso. Era un hombre humilde y muy atento. Tal vez lo que más me impresionó las dos veces que lo entrevisté, fue su admirable tendencia a la gratitud. A cada pregunta sobre un personaje, masculino o femenino, o una trama, agradecía la paciencia de haberlo leído.
No era difícil hablar con Álvaro Mutis, no había que preguntar, él se hacía preguntas, respondía, se fugaba, hablaba, recordaba, compartía, generoso, contento, luminoso. Todos le preguntábamos lo mismo, a todos nos respondía distinto, pero lo mismo.
De política no opinaba, sabía, tenía una opinión, por supuesto, pero no le interesaba compartirla. Lo suyo, era la literatura, Maqroll, Ilona, Flora Estévez, García Márquez, Conrad… Conrad.
Solía decirnos a todos los periodistas, ahí sí era parejo con todos, que su autor favorito era Conrad y que, cuando sintiera cerca la muerte, sacaría de su pequeña caja fuerte el único tesoro que guardaba, un libro de Conrad sin leer y dejar que la muerte llegara entre líneas de Joseph Conrad y, la misma respuesta para todos los que insistíamos en saber, era la misma, ese sería su único secreto, el título de ese libro no leído.
Nunca supe, tal vez hoy algún periodista osado, tal vez García Márquez, tal vez Carmen su viuda, nos revelen el secreto. Ojalá no y que el enigma invite a muchos más a leer las miles de aventuras de Maqroll el gaviero, y a Conrad, y su Corazón de las tinieblas, avatar de su ya clásica novela La nieve del almirante.
No olvidaré la risa de Álvaro Mutis, tampoco su voz al compartir conmigo y con tantos de nosotros, su narración improvisada de una escena de “Los intocables” en la televisión porque esa voz que daba vida a las narraciones en off de Eliot Ness y su cacería de Al Capone, en blanco y negro cuando éramos niños, era la voz potente y enigmática de Álvaro Mutis.
Murió Álvaro Mutis y con él se fueron personajes entrañables, viajes incontables por el Amazonas, amoríos inolvidables, frases imborrables, descripciones casi o tanto más excepcionales que las de García Márquez, sin duda su mejor amigo.
A la muerte de Maqroll en Un bel morir, Mutis no volvió a escribir del gaviero, se dedicó a leer, en privado, parecía que nunca moriría, pero el día llegó en que se encuentran finalmente juntos en el cementerio de la imaginación.
Ha muerto Álvaro Mutis, la República de las letras ha perdido, sin duda. Buen viaje, gaviero.
Un bel morir
Álvaro Mutis
De pie en una barca detenida en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,
reciben los breves signos de la bienaventuraza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.
Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos
.