Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
Proyecto: Derecho a la educación, justicia escolar y política
El Observatorio del Derecho a la Educación y la Justicia (ODEJ) es una plataforma para el pronunciamiento público, impulsado por el Campo Estratégico en Modelos y Políticas Educativas del Sistema Universitario Jesuita (SUJ). Su propósito consiste en la construcción de un espacio de análisis informado y de posicionamiento crítico de las políticas y las reformas educativas en México y América Latina, arraigado en la realidad social acerca de las injusticias del sistema educativo, y recupera temas coyunturales y estructurales con relación a la agenda educativa vigente.
La narrativa que surge en la última década sobre los procesos migratorios en Estados Unidos ha estado atravesada por la coyuntura política, social y económica de los países de destino y de origen de la población migrante mexicana. La literatura al respecto, en la última década, se ha configurado en un mapa de eclosión de organizaciones sociales y agrupamientos de base de las comunidades migrantes que demandan un posicionamiento político por parte del campo de la academia.
Dar voz a los sin voz representa una manera de posicionarse ética y políticamente en el campo del derecho a la educación en contextos migratorios. Por ese motivo, el tipo de investigación que se realiza en el proyecto Derecho a la educación, justicia escolar y política parte de los contextos y los registros de vida de los sujetos. Esto posibilita adentrarnos a la vida de nuestros migrantes mexicanos que viven en la ciudad de Nueva York, con la esperanza de construir nuevos horizontes de vida.
Las notas de esta reflexión se articulan al campo del derecho a la educación en contextos migratorios, resultado de diálogos formales e informales con la población migrante, en particular, con un luchador social que ha defendido el derecho a la educación de la población mexicana que vive en la ciudad de Nueva York.
Nuestro protagonista proviene de una comunidad rural del estado de Puebla, cercana a las minas de ónix, una piedra preciosa con la que se elaboran artesanías en su pueblo natal. En palabras de nuestro informante, únicamente se privilegiaba a los dueños de las minas; su padre sólo era un trabajador del ónix, prestaba sus servicios en los talleres, ya sea puliendo las piedras o elaborando algunas piezas de artesanías, por lo que de niño no tuvo el beneficio de la visibilización.
La narrativa de nuestro protagonista da cuenta de su vida en la infancia, vinculada al entorno familiar, al trabajo infantil y a su experiencia escolar, en contraste con su vivencia de ahora, como líder comunitario dedicado a la investigación de los dacamentados; esto es, de aquéllos adheridos al Programa de Acción Diferida para los llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés) y al trabajo comunitario de la población mexicana radicada en los Estados Unidos.
A pesar de su temprana edad, él acompañaba a su mamá a vender e intercambiar tortillas en el pueblo y en la ciudad más cercana, realizaba algunos mandados de algunas familias de su comunidad que le solicitaban sus servicios, ayudaba a los choferes del transporte de autobuses a cobrar el pasaje y ofrecía sus servicios en los pequeños talleres de ónix de su lugar de origen.
A lo largo de su relato va dando cuenta de los servicios educativos con los que contaba su comunidad: una primaria y una telesecundaria, la cual no le gustaba porque en ella únicamente laboraba un maestro, con el apoyo de una televisión, para ofrecer sus servicios de docentes a los todos estudiantes, independientemente del año en curso, la gran mayoría hijos de los trabajadores de las minas del ónix.
El recuerdo de nuestro protagonista respecto a su experiencia escolar antes de su partida a los Estados Unidos está impregnado por el gusto de asistir a la escuela y el deseo de aprender. A temprana edad, ingresa a la primaria con la idea de acompañar a su hermano, dos años mayor que él: “…aprendí a leer muy temprano y no había preescolar. Solamente había primaria y la telesecundaria …siempre era yo como el más exclusivo, hacia todas las tareas. Incluso me enojaba con mi mamá si no me compraba alguna libreta”.
Concluyó la primaria en su pueblo natal y la secundaria en la ciudad más cercana a su comunidad, porque a él no le gustaba la modalidad de la telesecundaria, dado que solamente había un maestro y los estudiantes se la pasaban sentados frente a la televisión; él prefirió ingresar a una Secundaria para Trabajadores que se localizaba en la ciudad más cercana.
“A la secundaria iba de uniforme, pantalón rojo y camisa blanca. Siempre iba a la escuela con mi portafolio … aunque era difícil por la escasez de recursos [económicos]. Me compré mi suitcase, en el segundo año [de la secundaria], me daba un escape a la realidad. Me daba un estatus”, aunque, reconoce, “…me hubiera gustado haber ido a la Federal II, que por lo menos tenía más recursos, a la Tamayo iban 4 o 5 niños de mi pueblo, el resto a la de trabajadores y los más pobres a la telesecundaria”.
Lo anterior nos permite conocer la diversidad de servicios educativos y alternativas de atención, aunque, como lo subraya nuestro protagonista, se observa estratificación y diferenciación social para el acceso a los servicios educativos. La escuela pobre (un maestro y una televisión), para los más pobres.
Con la secundaria concluida, el futuro líder vio la oportunidad de viajar a los Estados Unidos, cuando su tía informó a sus papás que había dos lugares para viajar y hospedarse en una casa de migrantes mexicanos que, con el tiempo, se fueron convirtiendo en su segunda familia. Vivían aproximadamente 30 personas en el apartamento y había una organización interna para la convivencia diaria, así como rutinas para el uso del baño, la compra de los víveres, la preparación de los alimentos, el aseo de apartamento y el individual y hasta por los espacios para dormir.
Nuestro protagonista, como muchos mexicanos, tenía deseos de estudiar, pero no contaba con los recursos económicos ni con la documentación necesaria para continuar sus estudios; lo prioritario era el trabajo: “…tú estás solo, aquí tienes que trabajar, tienes que pagar la renta, tienes que pagar el dinero que usaron para traerte…yo tenía 15 años y nadie me daba trabajo por el día, porque estaba contra la ley. Me decían ‘tienes que estar en la escuela’. Hubo un tiempo, me recuerdo, mi primera semana, me ayudaron a trabajar en la construcción, me pusieron a romper cimiento con un hammer, de ésos eléctricos. Fue tremendo para mí, me enfermé, me dolía todo, ya no regresé a la construcción, jamás regresé”.
Durante cinco años se la pasó trabajando de un lugar a otro, en los supermercados, fruterías, cines, restaurantes, todos ubicados en el barrio del Bronx, hasta que un día decidió escapar de uno de sus “laboros”. “Me tenían encerrado en el basement y no podía salir, hasta que un día me escapé y me fui caminando a Manhattan”. Caminó sin rumbo fijo y, con el poco inglés que hablaba, solicitó ayuda a una joven estudiante sudcoreana que caminaba en la misma zona. La joven lo llevó al lugar donde ella trabajaba y le apoyó económicamente para pagar un curso que lo prepararía para presentar el General Education Diploma (GED), a fin de revalidar el bachillerato, y ahí empezó la historia de ir a la escuela, hasta alcanzar el liderazgo en el que batalla cotidianamente hoy en día.
Por ello, qué investigar y para quién investigar vuelve hacer resonancia ante narrativas que surgen en la defensa del derecho a la educación. Se advierte en ellas una exigencia a los académicos ante la necesidad urgente de incidir en la política pública y en la configuración de espacios de investigación arraigados a la realidad social, pero también traducidos en el involucramiento directo de investigadores e investigadoras con la experiencia cotidiana de los sujetos, y la propuesta de salidas ante el flagelo de una política de marginación y estigmatización de los migrantes mexicanos, los indocumentados y los dacamentados.
Mercedes Ruiz
Universidad de la Ciudad de Nueva York
CUNY/Baruch