Mientras se confunda la educación y bienestar con escolaridad, un futuro mejor, parece inalcanzable
José Guadalupe Sánchez Aviña
En diferentes ocasiones he manifestado o dejado ver entre líneas, que la lucha que hoy pretende el Derecho a la Educación, debe transformarse en la lucha por el conocimiento, a menos que por educación se asuma el sentido más amplio de la palabra, y no se le reduzca como sinónimo de escuela. Por supuesto que el brindar acceso a toda la población de un país, objetivo común de muchos, no basta, junto al acceso masivo, habrá que garantizar su acceso al aprendizaje y al conocimiento; de lo contrario, es solo una quimera.
El favorecer que las personas se relacionen con el conocimiento, a través de su cualidad natural como sujeto conocedor, le permite comprender las diversas realidades que enfrenta, de tal forma, que está en posibilidad de asumir una postura propia ante ella, para decidir si continuarla o transformarla; no solo da lugar al deseo de hacerlo, sino que aporta elementos necesarios para realizarla. Este poder que adquiere el sujeto sobre sí mismo y sobre las realidades, es lo que de común se le llamaría: empoderamiento.
La escuela, en esencia, además de dar testimonio cotidiano de un ambiente valoral específico, trabaja con el conocimiento y se esfuerza para que el sujeto que acude a ella, ya sea estudiante, profesor, o cualquier otra figura educativa, acceda a él, de manera que no solo lo apropie, sino lo modifique y genere uno nuevo, con la peculiaridad, de poder ser dirigido a la transformación consciente de la realidad.
Se puede pensar, que lo anterior, aparentemente de sentido común, no es pretensión generalizada en el sistema educativo nacional, presumiblemente en otros sea la misma situación; por el contrario, al parecer, existe la tendencia de insistir en lo innecesario del conocimiento que no se traduce en la acción inmediata con la realidad práctica del estudiante, se hace énfasis en aportar elementos de sobrevivencia social, dejando de lado, conocimientos tales como las matemáticas, el lenguaje, la geografía, la historia, la filosofía, y las artes… entre otros.
Precisamente, conocimientos como los enunciados en la parte final del párrafo anterior, son los considerados conocimientos poderosos, mismos que preparan al sujeto, para reconocer su contexto, valorarlo, decidir y actuar, de manera deliberada, sobre su propia realidad; es lo que algunos consideran liberación. Si éstos, son dejados de lado por el sistema educativo nacional, entonces, ¿cuál es su intencionalidad? Cualquier otra, menos formar un ser humano capaz de tomar decisiones y actuar en consecuencia, promover una sociedad deliberativa y participativa, desde luego, una educación poderosa.
Socialmente parece ser aceptada la condición de eliminar esos “contenidos inútiles” para ser sustituidos por lo que es considerado como útil y práctico; después, en otra participación hablaremos sobre la opción masiva por lo fácil, lo inmediato y lo útil, misma que condena a la ignorancia e indiferencia, al grueso de la población. Esa aceptación popular, se hace evidente, cuando se constata el bajo nivel de exigencia existente en las aulas; de esta forma, la escuela se constituye como entorno en el cual, en ocasiones, se crea un ambiente de simulación, entre profesores, estudiantes y autoridades, todos, bajo la complacencia social. Mientras se continúe confundiendo educación y bienestar con escolaridad, un futuro mejor, parece inalcanzable.
Como dicen, quienes saben, el conocimiento y el poder que conlleva, no será otorgado gratuitamente por quienes lo controlan; por eso debe ser arrebatado socialmente, mediante el reclamo, por una educación que en verdad nos aproxime a éste.
Bueno, eso digo yo.
Publicado originalmente en e-consulta