La tarde del jueves pasado aconteció un hecho raro en la Ciudad de México, miles de estudiantes y profesores se movilizaron de manera libre para exigir el fin de una huelga universitaria, la que mantiene el Situam hace más de 80 días.
Bien por los miles de profesores y estudiantes que se deciden a participar y a tratar de influir en el destino de su institución. Por fin una expresión amplia que involucra a muchos universitarios, pues urge su intervención activa para detener el paro de labores.
Mal por las autoridades que de modo oportunista se plantaron en la manifestación (con o sin invitación es insignificante) desvirtuando su contenido, como si fueran parte del sector agraviado y no parte corresponsable del conflicto, en tanto operadores políticos ineficientes e incapaces de resolver el litigio laboral.
Convocada inicialmente por más de 40 profesores distinguidos (un mérito muy especial en la UAM) y apoyada en redes sociales por profesores y alumnos, se convocó a una manifestación para exigir la apertura de la UAM y el fin de la huelga. Nunca se planteó como una manifestación de apoyo a las autoridades, pues éstas han dado muestra de indolencia y de falta de claridad para resolver el conflicto. Por el contrario, en las redes sociales inmediatamente han comenzado los deslindes y las críticas a la insólita postura de las autoridades de colocar el litigio laboral en términos de enemigos…
En este conflicto no hay buenos ni malos. La huelga ha venido a demostrar que son dos las burocracias enfrentadas que tienen secuestrada a la Universidad, y que empecinadas en la salvaguarda de sus intereses y privilegios mantienen a la Universidad a la deriva, como si no les importara que la Institución siga cerrada.
Al Situam ya lo conocemos. Es una típica organización sindical universitaria, un organismo corporativo que desprecia e ignora el objeto de la Universidad, que perdió hace mucho su carácter independiente, democrático y de vanguardia; que ya no es mixto, pues también hace mucho expulsó y perdió a los académicos que lo integraban. Dada la perversión que facilita el reclutamiento de familiares con independencia de las cualidades formativas y la experiencia profesional, el Situam se convirtió en un amasijo de familias que entrecruzan los intereses políticos, con los laborales y los económicos. Bajo la lógica de que la conquista laboral es trabajar menos, los trabajadores del Situam han vaciado de contenido y de compromiso su quehacer cotidiano, lejos de ser un agente progresista hoy representan un obstáculo a la reforma, a cualquier iniciativa de mejora académica y organizacional. Los trabajadores del SITUAM perdieron la pasión, el interés y el compromiso por su trabajo; para ellos la Universidad es un patrón extraño, lejano, aristocrático que les involucra poco en el proyecto académico institucional.
El desprecio, el clasismo y la falta de sensibilidad con que funcionan las autoridades universitarias hacia el trabajo manual y administrativo no es nuevo en la UAM. Las autoridades viven en un mundo aparte, el Olimpo desde el cual despacha el Rector General no tiene nada que ver con las pocilgas que están atrás de los baños donde los trabajadores comen y guardan sus cosas. Sueldos, prestaciones, carros y tacuches diferencian a las burocracias, pero las hermana su interrelación burocrática, con independencia del proyecto académico institucional. A pesar de lo que aparentan en las negociaciones, ambos interlocutores hablan en mismo idioma: lo que pasa es que se confrontan pues cada uno defiende sus privilegios.
De manera irresponsable, ambos agentes están poniendo en riesgo el futuro de la Universidad. En principio por su empecinamiento la mantienen cerrada y no hay claridad de cuándo se levantará la huelga. Paradójicamente ambos agentes sociales no forman parte del objeto central de la Institución, como los estudiantes y los profesores que dan sentido a la organización, y sin embargo la mantienen cerrada.
Al final, casi como siempre, el Situam no habrá sabido capitalizar sus victorias y por haber llevado el conflicto demasiado lejos después de la huelga vivirá un proceso de ajuste de cuentas interno, habrá críticas y excomuniones. Tampoco la burocracia universitaria saldrá indemne, lo más probable es que después del conflicto salga todavía más deslegitimada, evidenciada como inoperante y sin capacidad de gobernanza.
Sin embargo, nada de eso le ayuda a la Universidad; y su proyecto académico, ya fragilizado en el contexto de la 4T, después de meses de una huelga absurda estará en serios riesgos de viabilidad.