A Don Pablo Latapí Sarre (+), verdadero filósofo de la educación mexicana,
de quien aprendí a ser respetuoso de la Filosofía y de la Educación.
Bertrand Russell señala en su obra Sociedad humana: ética y política (1987), que “En cada comunidad, incluso en la tripulación de un barco pirata, hay acciones obligadas y acciones prohibidas, acciones loables y acciones reprobables. Un pirata tiene que mostrar valor en el combate y justicia en el reparto del botín; si no lo hace así, no es un “buen” pirata. Cuando un hombre pertenece a una comunidad más grande, el alcance de sus obligaciones y prohibiciones se hace más grande; siempre hay un código al cual se ha de ajustar bajo pena de deshonra pública.”
Tal ha sido el propósito de la formación moral y ética de los niños y los jóvenes a lo largo de muchos años. En los años recientes ha merecido especial atención de de parte de las autoridades educativas; y algunos especialistas han presentado importantes propuestas para mejorar el enfoque de esta espacio curricular en la educación básica mexicana.
La moral es un conjunto de juicios relativos al bien y al mal, que tienen la pretensión de dirigir la conducta de los humanos. Estos juicios se concretan en normas éticas que al ser incorporadas a la conducta del individuo regulan sus actos en la vida diaria; moral y ética se complementan. Sin embargo estas normas no pueden ser dictadas por la autoridad, las iglesias, el Estado, la familia, sino por toda la ciudadanía en su conjunto y mediante estrategias de corte democrático.
La sociedad y sus integrantes no pueden vivir y evolucionar al margen de la moral y la ética. En el ámbito social y en el escolar, resulta más práctico que hablemos de eticidad para aludir a los valores formados por la sociedad y por la escuela. La eticidad que hoy vivimos nos genera múltiples sentimientos: perplejidad, asombro, angustia, indignación, sensación de desprotección y gran incertidumbre que nos mantiene montados en preguntas ya cotidianas sobre cómo hemos llegado a ser esto que hoy somos, cuándo fue que ocurrió el “quiebre brutal” que nos acongoja, y a preguntarnos también -desde una perspectiva pacífica, incluyente- ¿podemos llegar a ser algo distinto y mejor a lo que hoy somos?
Cuando Rosa Luxemburgo gritó que la humanidad se enfrentaba a la disyuntiva de marchar hacia una sociedad más justa y solidaria o caer en la barbarie desatada por el capitalismo voraz, muchos cerraron los ojos y oídos a esta previsión, pero los acontecimientos que vivimos actualmente, le dieron la razón, sin que esto signifique que todos los crímenes (no me refiero sólo a los asesinatos y ejecuciones atribuibles a criminales organizados, me refiero a fraudes electorales, políticos corruptos, gobernantes deshonestos, por decir lo menos) sean efecto del capitalismo, pero tampoco le son indiferentes.
Ciertamente, no se trata de diseñar la ética del futuro, pero sí de reflexionar sobre la posibilidad de construir las condiciones a través de la educación. Históricamente no tenemos responsabilidad sobre las acciones de quienes nos antecedieron ni sobre los valores que las orientaron, tampoco tenemos responsabilidad sobre las estructuras del presente en las que se mueve nuestra vida, ni sobre el sistema de creencias y valores que heredamos, pero si somos responsables de asumirlos o rechazarlos críticamente, de igual forma, sí tenemos responsabilidad sobre nuestras acciones y las consecuencias de éstas. La educación puede contribuir a sedimentar las creencias y valores o a transformarlos, porque la eticidad del presente se construye con sedimentos del pasado y elementos de la actualidad.
Si bien es cierto que la eticidad predominante proviene del grupo hegemónico, también es cierto que la eticidad no es ajena a las condiciones socioeconómicas, políticas y culturales de las que surgen las ideas del bien y del mal y los preceptos morales junto con las ontologías, cosmogonías o ideologías que la sustentan.
La educación, tradicionalmente, ha reservado diversos espacios curriculares, co curriculares y extra curriculares -con variedad de nombres-, a la formación y el estudio de la moral y la ética: conducta, moral, formación del carácter, civismo, educación cívica, formación cívica y ética, formación en valores, educación en derechos humanos, cultura de la legalidad, educación para la paz, formación ciudadana, entre otros.
Históricamente la función de la educación ha sido la de formar integralmente a los escolares, esto es, “formar en la moral y en la ciencia”, en ocasiones utilizando espacios curriculares específicos y en otras implementando programas transversales, algunas veces utilizando metodologías de carácter heterónomo y en otras, estrategias de corte autónomo y vivencial. Estas propuestas educativas han respondido a diversos enfoques sustentados en posiciones filosóficas diversas en las que se puede identificar más coincidencias que diferencias.
La escuela mexicana no ha sido ajena a estos principios, aspiraciones y objetivos universales, ni ha sido totalmente original en las formas cómo se ha ocupado de la formación moral de los niños y jóvenes, más bien se ha sustentado en las grandes aportaciones de la filosofía que busca el bien común sobre la voracidad individual.
Hoy que se vislumbra un nuevo modelo educativo, espero que en alguna instancia decisoria quepa la prudencia de reflexionar sobre la siguiente aseveración: Se puede enseñar la moral, la ética y los valores y no lo digo de memoria, esta es una muy vieja afirmación proveniente del sofista Protágoras, confiada a Sócrates cuando acompañado del joven Hipócrates lo visita y expresamente le pregunta “Si nos puedes demostrar claramente que la virtud por su naturaleza puede ser enseñada, no nos ocultes tan rico tesoro, y haznos partícipes de él; te lo suplico encarecidamente” (Platón, 2009: 155). Protágoras, en una larga explicación enfatiza “Es preciso que todos se persuadan de que estas virtudes no son, ni un presente de la naturaleza ni un resultado del azar, sino fruto de reflexiones y de preceptos que constituyen una ciencia que puede ser enseñada… todas estas virtudes pueden ser adquiridas por el estudio y por el trabajo… los hombres todos están persuadidos de que la virtud puede ser adquirida…Todo hombre está necesariamente persuadido de que la virtud puede ser adquirida y enseñada…” (Platón, 2009:158-159).
Convencido de que las virtudes (la moral y la ética para fines de este artículo) son susceptibles de enseñarse al ser humano, la responsabilidad la dejo a las autoridades educativas, con la firme esperanza de que sabrán dar vigencia a tan antiguo precepto, tan manoseado y degradado en nuestros días, tan grotescamente asfixiados por la violencia, crímenes, discriminación, exclusión, intolerancia a la diversidad (étnica, de preferencias sexuales, discapacidad, niños en condición de calle, mujeres, ancianos, extranjeros, etcétera), generando una inconformidad social que rebasa los límites de discrepancia aceptable para una sana convivencia social.
Ciertamente ninguna sociedad se puede vanagloriar de haber logrado los niveles de ética, moral y ciudadanía supremos. En esa línea trabajan todas, pero de alguna forma desde la década de 1990 en México se ha llegado al extremo y la sociedad mexicana acusa una de las más severas crisis de ética y moral de que se tenga memoria.
En los años recientes, la educación moral y ética se orientó a dar respuesta a los ideales empresariales de: “excelencia”, “calidad”, “competencias”, “competitividad” pretendiendo formar ciudadanos emprendedores, competitivos y consumidores, capaces de garantizar la supremacía del mercado y del sistema financiero sobre los valores fundamentales que han permeado la formación humanística desde la antigüedad.
Sin falsos rubores, debemos ser capaces de advertir que hay crisis en la escuela, y es de tal magnitud, que ya ésta no puede garantizar el logro de sus objetivos. Hoy la escuela tiene preocupaciones que van más allá de sus tareas tradicionales, hoy su labor formativa reclama mayor atención, pero el magisterio no se ha preparado porque en los años recientes se ha avocado a privilegiar lo cognitivo sobre lo formativo. Urge que tomemos conciencia del estado de anomia que aqueja a la sociedad y que nos pone en grave riesgo a todos.