Susana Cortés Camino
Las relaciones con los demás son una de las principales fuentes de dolor. Lo constatamos a diario en la discusión con la pareja, los malentendidos con un amigo, los berrinches del hijo, las trabas de un colega. Las relaciones pueden pesar como sacos de arena cuando no logramos conectar, cuando prevalecen las miradas egocéntricas sobre una situación o cuando no cuidamos al otro. ¿Por qué es tan complicado? ¿Por qué no podemos tener relaciones armónicas con todos, todo el tiempo? Cada uno de nosotros es un mundo de pensamientos, emociones, hábitos, creencias que irremediablemente colisiona con los otros cuando no hemos cultivado las habilidades que nos permiten conectarnos con los demás de una manera profunda.
En muchas ocasiones, nuestros pensamientos nos engañan. Nos susurran al oído ideas que hemos construido a lo largo del tiempo con base en nuestras experiencias, pero que no necesariamente corresponden con la realidad o nos boicotean como un enemigo feroz: “Estoy tan gordo, ¿quién me va a querer así?”, “soy la peor madre del mundo”, “siempre han querido más a mi hermano”, “seguro quiere quedar bien con el jefe”. Los pensamientos inconscientes nos traicionan y nos hacen creer “verdades” que no pasan la prueba de la objetividad. Y cuando actuamos con ellos como base, la frágil relación con los demás se desmorona.
También podemos ser un cúmulo de emociones que controla nuestra vida y eso tiene repercusiones devastadoras en nuestras relaciones. ¿Has sentido tantos celos que dijiste cosas hirientes que lastimaron al otro de forma irreversible? ¿El enojo te inunda y te descubres fuera de ti cuando vuelve la conciencia? ¿La envidia te nubla y no alcanzas a ver el amor que recibes? ¿El egoísmo te impide trabajar en equipo? Las emociones desbordadas son como un bombardeo para las relaciones positivas. Qué difícil lidiar con una emoción tan grande que deja al cerebro “cerrado por derribo”.
Nos acostumbramos a los hábitos que nos imponen esos pensamientos y esas emociones. En nuestro cerebro, los senderos cada vez más marcados por la repetición de nuestras conductas generadas por emociones descontroladas y pensamientos disfuncionales, forman maneras cada vez más rígidas de reaccionar ante el mundo y los otros. Entonces nos vemos atrapados en nosotros mismos porque no podemos conectar con los demás.
Sin embargo, las relaciones también pueden ser una de las mayores fuentes de placer y de bienestar. Las hemos experimentado; abundantemente si somos afortunados o hemos trabajado arduo para hacerlo, o de forma precaria si no nos hemos dado cuenta de que está en nuestras manos.
Las relaciones nos sostienen cuando los retos de la vida están a punto de derrumbarnos, nos empujan cuando las tristezas se presentan como pendientes empinadas, nos acompañan cuando llegamos a la línea de meta de un objetivo logrado, nos cuidan cuando no podemos hacerlo nosotros mismos, nos llenan el corazón cuando sentimos una conexión honda. De acuerdo con Robert Waldinger, director del Harvard Study of Adult Development, –uno de los estudios más largos realizados en el mundo sobre la vida adulta, la felicidad y la salud–, el aprendizaje más importante obtenido durante los más de 80 años de investigación es que las relaciones interpersonales positivas nos mantienen más felices y saludables, y nos hacen vivir más tiempo.
También plantea que la calidad de estas relaciones protege, es decir, que las relaciones cercanas cálidas son un predictor de una vida más longeva y saludable. En pocas palabras: construir relaciones amorosas en el amplio sentido de la palabra, es el factor esencial de nuestra felicidad. No es el dinero, ni la fama, ni los éxitos profesionales, la felicidad está muy cerca, a la distancia de un abrazo. Y también esto lo podemos constatar con nuestra experiencia: si pensamos en alguno de los episodios más felices de nuestra vida seguramente el elemento principal es una o varias personas amadas.
Entonces, ¿qué podemos hacer para que nuestras relaciones sean fuente de bienestar y felicidad? Primero saber que gozar de bienestar es una habilidad que se desarrolla, entre otras cosas, si cultivamos la empatía, la compasión, el amor, la gratitud; todas capacidades que son base para formar relaciones significativas y constructivas.
Para eso es necesario trabajar con nosotros mismos: con nuestros pensamientos y emociones para que se conviertan en un aliado y no en nuestro peor detractor. ¿Qué me motiva?, ¿cuáles son mis prioridades?, ¿qué situaciones disparan mis emociones? Después incorporar a nuestra vida la calma y la claridad para responder de manera más eficaz y amorosa a los estímulos del mundo. Entonces podremos aprender a cuidar al otro, al cultivar nuestra capacidad para entender lo que piensa y sentir lo que está sintiendo, para alegrarnos con su felicidad, para desearle todo el bien que anhela o ayudarlo si está sufriendo.
Nunca, como en tiempos pandémicos, había sido tan evidente que las relaciones nos ayudan a sobrevivir. En el aislamiento y ahora, que debemos seguir cuidándonos, la falta de contacto y cercanía han hecho estragos en muchas personas y, en la mayoría, han dejado claro que los otros conforman el ingrediente base en nuestra dieta para la felicidad. Sí, los otros nos ayudan a sobrevivir en el sentido más básico, en el que implica adquirir los bienes que nos permiten alimentarnos y protegernos; esto es así desde que existieron los primeros seres humanos hasta nuestros días. Pero en un sentido más profundo, nos ayudan a sobrevivir porque los otros nos cobijan para enfrentar la adversidad y superarla. Por supuesto, a todos nos queda claro que nuestros seres amados son esenciales para vivir una vida plena, sin embargo, “el otro” es también esa persona desconocida y lejana a la cual puedo ayudar a sobrevivir, en ese sentido más profundo.
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Integrante de MUxED. Pedagoga con maestría en televisión educativa y especialidad en educación socioemocional. Es consultora en Valora Consultoría. Sus áreas de trabajo son la formación docente –presencial y en línea–, el desarrollo de materiales para maestros y estudiantes, así como el diseño y seguimiento de programas educativos de escuelas, organizaciones de la sociedad civil e instituciones gubernamentales.