Hace algunos años, mi estimado director y amigo, el profesor Monreal, a quien le envió un fraterno saludo donde quiera que esté, llegó y sin pensarla tanto me soltó una terrible noticia:
-Te toca Sexto “B”, ni modo, te toca Osvaldo, ten cuidado porque es peligroso, la semana pasada intentó ahorcar a su abuelo.
-Chinnn… fue mi respuesta inmediata, -no manches, mándaselo al profe Adán. -Ese cabrón de Osvaldo está cabrón.
-No, aquel no quiere, tú toréalo, ¿a ver cómo le haces? Insistió mi director.
Efectivamente, el nuevo ciclo escolar inició y el temido Osvaldo llegó. El desorden, las broncas y las quejas de compañeros también, todo aquello que Osvaldo sabía realizar empezó a florecer en el aula.
Había trascurrido sólo tres semanas cuando estalló la regular paciencia que tengo:
-Te calmas o qué canijo. Sujetándolo simultáneamente del cuello, te calmas o te aplico la hurracarrana.
Sin embargo, cuál fue mi sorpresa que al sujetarlo del cuello, el temible Osvaldo se hizo blandito. Se aflojo todo dicen en el rancho.
En ese instante me percate de una situación que sólo la experiencia docente nos aporta a los maestros.
Inmediatamente mandé traer a la abuela de Osvaldo para confirmar mi sospecha, afortunadamente la anciana llegó rápido y empecé a sacarle la sopa:
Como lo imaginaba, Osvaldo era el hijo mayor de un total de 5 hermanos, todos de diferente padre.
Nunca, en su vertiginosa vida de 12 años Osvaldo había recibido el abrazo de una figura paterna, pues del abuelo sólo recibía regaños y golpes. Un resentimiento que el niño manifestaba por medio del odio y la violencia hacia sus compañeros de clase y sus maestros.
A partir de ese momento, Osvaldo, también conocido por el durazno por la terrible cicatriz que el fórceps le dejó al nacer en su frente, quería jugar conmigo a las luchas y que yo, su maestro le aplicara la hurracarrana. El terrible alumno al que todos le sacábamos la vuelta pedía a gritos atención y no era escuchado, él tan solo quería un poco de amor y afecto, un sentimiento humano tan escaso fuera del seno familiar.
De este tipo de historias están llenos los recuerdos de todos los que nos dedicamos a la noble tarea de la enseñanza, la pobreza, la marginación y la desesperanza que rodean los bastos contextos de la escuela pública las producen a granel, de eso no hay ni la menor duda.
Aun así, y a pesar de que muchos de nosotros los maestros nos aplicamos al máximo para salir adelante en medio de estas terribles circunstancias. El gobierno, los empresarios y muchos de los medios de comunicación nos llaman flojos, sinvergüenzas, revoltosos y últimamente, burros.
-Le tienen miedo al examen, -son incapaces, -no quieren evaluarse, -por algo será, -son mediocres, – puros huevones. La leña a la hoguera de la profesión docente día a día arde con mayor intensidad, el escarnio y la generalidad a la figura del maestro sigue sin cesar hoy y mañana también.
Sin embargo yo como maestro que me ha tocado enfrentar la situación de Osvaldo y muchas otras más, y donde afortunadamente he solucionado o al menos contribuido en mejorar la realidad social tan adversa que tienen estos millones de niños le preguntaría a Aurelio Nuño, a Sylvia Schmelkes, a Claudio X. González, a Loret de Mola y tantos otros que han sobrevalorado la evaluación docente y despreciado lo que los maestros hacemos día a día.
¿Cuál pregunta del examen calificará la experiencia para atender a Osvaldo?
¿Cuál pregunta del examen calificará la disposición profesional para entender la conducta de Osvaldo?
¿Cuál pregunta del examen calificará el sentimiento de amor y amistad que se le empezó a brindar a Osvaldo
¿Cuál pregunta del examen calificará la disposición de los maestros para trabajar en un contexto de miseria y necesidad como la de Osvaldo?
Y ¿Cuál pregunta del examen calificará la ética, la puntualidad, el trabajo extra, la profesionalización que el maestro realiza voluntariamente para ayudar a Osvaldo y millones de niños que viven en condiciones de terrible vulnerabilidad?
Su famosa evaluación que tanto promueven y venden sin cesar a la sociedad mexicana como la gran panacea no valora esto, para ustedes, para la gente del poder, para la gente del dinero, para la gente de ambición, esto no cuenta, el trabajo hecho con Osvaldo y muchos más no tiene valor, es intrascendente.
Sin embargo para nosotros los educadores, para la gente con conciencia, para la gente solidaria y con espíritu de justicia, esto es valioso, esto es más que importante. Esto es pedagogía, esto es amor al otro, esto es un acto humano, esto es ser maestro.
Pero esto ustedes no lo van a entender, porque no son docentes, ni han estado en contacto con una realidad emproblemada. A ustedes lo que realmente les importa, es ejecutar la orden que les da el poder y seguir manteniendo la comodidad y el dinero que reciben por la mentira y el desprecio que fomentan hacia la figura y el trabajo docente.
Aun así, su Reforma Educativa y su famosa Evaluación están plagadas de inconsistencias, inconsistencias que los maestros vamos a desnudar, vamos a evidenciar y por supuesto, tengan la plena seguridad que las vamos a enfrentar y las vamos a vencer porque simplemente es una evaluación que quiere legitimar la injusticia, y eso los maestros, los de abajo, no lo vamos a permitir.
Profesor de Nivel Primaria, con 18 años de servicio frente a grupo. Actualmente se desempeña como docente en la Escuela Primaria “Año de las Américas” T. M. en Fracc. Latinoamericano de Torreón y en la Escuela Primaria “Lázaro Cárdenas del Río” T.V. en Ejido San Miguel, Matamoros, ambas en Coahuila.