Pedro Martínez*
Ya sea como autoridades o como maestros, en cualquier circunstancia, siempre debemos hacer de la evaluación un sublime acto edificador.
La capacidad de evaluar es propia de todo ser vivo y está programada por la naturaleza para el bienestar y la sobrevivencia. La atracción y el rechazo es la prueba más evidente de su presencia en animales y vegetales, aun en los más elementales. Para el ser humano es lo mismo, pero esta función es más compleja porque está formada por una cadena de procesos cuyos eslabones son: la atención, la memorización, la comprensión, la aplicación, el análisis, la síntesis y el buen juicio, que es la culminación suprema del proceso evaluativo.
El niño al nacer ya posee la capacidad de la evaluación, por elemental que sea. Le atrae lo que le agrada y rechaza lo que le molesta como cualquier otro ser vivo, pero con el transcurrir de los días, los meses, los años y la acción educativa adecuada, se va completando la madurez de todos los componentes de la cadena, que desde ahora llamaré del aprendizaje.
En el capitalismo humano, toda la sociedad, pero especialmente los padres estimuladores y los maestros del aprendizaje, cuidarán, aplicando la tecnología educativa propia de esta etapa, que los siete componentes de este proceso se desarrollen con la máxima brillantes y el mínimo de errores, para que la calidad sea óptima y el niño llegue a ser un excelente evaluador del entorno que lo rodea, empezando por su propia persona.
La evaluación tiene dos funciones, una instintiva que sirve para motivar el desempeño, y otra formal, que es útil para acreditarlo. La primera es una aportación de la naturaleza; la segunda, un artificio inventado por el hombre. Ambas son muy útiles si tenemos clara la función de cada una de ellas y si aprendemos a utilizarlas con propiedad, más cuando estemos desempeñando la función docente
La evaluación con carácter motivador la encontramos en el “pacto”, que es una técnica que los padres estimuladores utilizan para hacer que sus hijos pasen de la etapa confrontadora a la cooperadora o sinérgica sin mayores dificultades. Para explicarla suele utilizarse un esquema triangular donde el vértice superior lo ocupa el acuerdo: “si tú haces esto, yo te permito esto otro”. Uno de los dos vértices inferiores lo ocupa el niño que tiene que hacer lo pactado; en el segundo, está el padre para valorar lo realizado por el hijo. Si el progenitor comenta, a quien desee oír, los logros alcanzados por su vástago, la conducta de éste se motivará intensamente
También encontramos la evaluación como un fuerte incentivo de la instrucción, en uno de los tres vértices del triángulo pedagógico, que es la técnica fundamental del trabajo escolar de los maestros del aprendizaje. El vértice superior corresponde a la autoridad educativa, y el restante, al alumno. Las autoridades fijan los objetivos; toca al estudiante realizar la práctica adecuada, y al maestro, evaluar el desempeño. Si el docente no realiza el trabajo escolar bajo este esquema motivador, es muy probable que sus pupilos muestren en clase, en grado preocupante: apatía, timidez, lentitud, distracción o indisciplina
Los mentores, para llegar a ser buenos evaluadores, necesitamos conocer a fondo nuestra materia y tener desarrollada con el mínimo de fallas nuestra propia cadena del aprendizaje. Pero más importante que eso es que poseamos la capacidad Supervisora (con mayúscula) para que hagamos de la evaluación un acto que siempre estimule el máximo esfuerzo de nuestros alumnos
La Supervisión consiste en fijar mediante la medición, la evaluación, el control estadístico o el buen juicio, el desempeño de un individuo, sistema, empresa o país para establecer tres niveles: el sobresaliente, el normal y el deficiente. Para el caso escolar, el maestro debe cuidar que sus alumnos del nivel normal sigan haciendo su trabajo sin ser molestados; felicitar a los sobresalientes para dejar constancia de que reconoce su aplicación, y ayudar de inmediato e irrestrictamente al deficiente para que mejore su labor. El docente que puede organizar a su grupo para atender a este sencillo reclamo de la educación futura, puede llamarse con orgullo: Maestro del aprendizaje
La evaluación formal o acreditadora camina por los senderos de la psicotécnica y la estadística, materias que hay que estudiar a fondo para manejarlas con propiedad y cuidado, si no es así, los errores que cometamos como maestros, serán muy semejantes a las que están haciendo los institutos evaluadores de algunos países, entre ellos el mexicano
Los países líderes en educación no tienen inútiles, costoso, aberrantes y monstruosos institutos evaluadores, sólo sencillos estándares de calidad propios de la etapa cooperativa o sinérgica de la humanidad, y cuya definición (la consigno en mi primera entrega llamada: “Capitalismo humano para todos”), ahora cito a continuación:
“En el capitalismo humano, a diferencia del capitalismo tradicional, ya no habrá tantas instituciones, leyes y reglamentos para regular la convivencia humana, sino fundamentalmente, estándares de calidad. Al ser los estándares de calidad acuerdos voluntarios que asumen las personas con educación cooperadora o sinérgica para hacer algo con elevada eficiencia y eficacia, cualquiera que esto sea, resultará obsoleto todo el engranaje inútil, excesivo y corrupto que existe hoy en día para regular la mayor parte de nuestras múltiples actividades”
Finlandia, uno de los países prototipo de la educación mundial, no tiene instituto evaluador, tampoco una profusión de pruebas estandarizadas o algo que se le asemeje. ¡Vamos! ni siquiera parece haber evaluación, lo que tienen es un estándar de calidad llamado “confianza” (sentimiento recíproco de nunca hacer daño o engañar) que utilizan todos los integrantes del sistema educativo, empezando por los alumnos y terminando con las más altas autoridades del país, incluyendo a los secretarios de educación. El sistema confía en que todos harán con la mejor calidad el trabajo que les corresponde, y que el individuo que no pueda alcanzar tal propósito, será ayudado de alguna manera.
En este país, el buen juicio, que es la corona del proceso evaluativo y la constancia fehaciente de la excelente educación de sus maestros, y desde luego, de sus habitantes, reemplaza con bastante frecuencia a los procedimientos psicotécnicos o estadísticos por su mayor eficiencia, eficacia y ahorro de recursos.
También, entre otras cosas importantes que hay que destacar para explicar el éxito del sistema educativo finlandés, es que las autoridades realizan la evaluación de los maestros, no con el sistema psicotécnico, totalmente nulo e inoperante para estos casos, sino por pares, colegas que son poseedores de un excelente buen juicio y realizan de forma amable, rápida y edificante su labor, sin engorro burocrático e intenciones encubiertas
En México se abre la posibilidad de hacer algo parecido o mejor, si en vez de perder el tiempo en otra reforma contraria a la actual, que parece ser sólo una evaluación innecesaria, cara, malhecha y muy sospechosa en contra del gremio magisterial, las organizaciones de la sociedad civil afines a la educación, aprovechando la fuerte crisis que padece nuestro sistema, inician y dirigen una revolución educativa apoyada por padres de familia, maestros, académicos, sindicatos magisteriales y autoridades en turno.
Esta revolución o movimiento sinérgico (su fuerza sería exponencial y pacífica por la naturaleza diversa de sus participantes), se basaría en los principios de la calidad, el triángulo pedagógico, la confianza, la Supervisión y el buen juicio, para que con un esquema educativo sencillo, claro, accesible y gradual se detone de inmediato el entusiasmo y la participación de la sociedad sin distingo de región, sexo, edad, ocupación, religión, partido político, condición económica o cualquier otra diferencia.
¿Arduo?, sí, pero absolutamente posible y totalmente necesario para empezar a mejorar a fondo las deplorables condiciones educativas, sociales, económicas y ambientales actuales de nuestro amado país.
*Director de la Escuela Creadora de Riqueza México