La propuesta educativa actual destaca una visión de Estado que promueve procesos de democratización en las escuelas con la participación de las niñas, niños y adolescentes en comunidades, que les permitan interactuar, conocer, dialogar con personas diversas, con miras a transformar su realidad concibiendo la educación como acto político como invitaba Paulo Freire.
Sin embargo, existe la necesidad de reflexionar en aspectos fundamentales que han existido en los procesos escolarizados, como que las propuestas interculturales no han logrado hasta ahora los resultados esperados, que la retención y el egreso siguen siendo un desafío aún después de la pandemia, que la infraestructura y el financiamiento educativo han sido escasos y deficientes especialmente en las escuelas más pobres, que los resultados sobre lenguaje y comunicación así como pensamiento matemático son bajos y que, con mucha frecuencia, existe una asimetría valorativa en donde se devalúa lo propio ante estrategias supuestamente integradoras.
Las escuelas han partido históricamente de una visión homogeneizante y la construcción de una identidad nacional, pero de una identidad con un fuerte acento eurocéntrico y la permanencia de un discurso discriminatorio que ahoga una verdadera integración cultural. Paz en el Laberinto de la Soledad en 1950, escribía sobre una comprensión histórica de dos momentos cruciales para México: la Independencia y la Revolución, que permitieran entender las claves del pasado; es decir, las “soledades y las máscaras” presentes en el siglo XX. Pregunto hoy si en esta denominada cuarta transformación hemos comprendido ya esas claves del pasado y podremos transformar la visión capitalista y colonialista que sigue presente en las aulas y en las escuelas mexicanas.
Las y los profesores enfrentan hoy el desafío de promover un mejor futuro confrontando el flujo de la experiencia cotidiana y el peso de la realidad social con la resistencia, tanto individual como colectiva, para entonces sí poder encauzar un proyecto de transformación social democrática.
Casi todas y todos nos hemos formado dentro de una educación tradicionalista, donde nos enseñaron a obedecer y a no cuestionar los mandatos de la autoridad, inclusive a que nos castiguen o hagan a un lado a quienes nos hemos atrevido a mirar más allá del horizonte que nos han marcado, comportamientos que también se reproducen en los salones de clase.
La esperanza a la cual me refiero debe de ser templada por una realidad compleja de los tiempos como un proyecto y condición para proveer un sentido de agencia colectiva, de oposición, de imaginación política y de comprometida participación, porque la esperanza expande el espacio de las posibilidades y se transforma en una manera de reconocimiento y conceptualización de la incompleta naturaleza del presente, como lo formula Giroux (2021).
Dentro de las propuestas esperanzadores educativas está la de Comunidades de Aprendizaje, donde se propone educar el deseo, que tiene sus raíces en el sueño de una conciencia colectiva y de una imaginación alimentada por nuevas formas de concebir a la comunidad, pero para lograrlo se requiere de la esperanza traducida en el deseo de un futuro mejor que el presente.
Por ello, es necesario reflexionar críticamente sobre la realidad presente, donde el autoritarismo en todas sus formas y niveles sea erradicado, donde las decisiones verticales no se sigan reproduciendo y en donde la esperanza sea la precondición afectiva e intelectual que permitan esos verdaderos procesos de democratización que tanto necesitamos en este país.
Referencia
Giroux, Henry A., Filippakou, Ourania y Ocampo-Torrejón, Sofía. (2021). Pedagogía crítica en la era del autoritarismo: desafíos y posibilidades. Izquierdas, 50, 3. Epub