En memoria de Josefa Sacristán Roy,
Republicana allá y aquí, siempre.
No me deja pasar de esta página, ¿qué hago? Va la imagen. ¿A alguien le ha salido esto? NO HAY RESPUESTA. Llevo horas y se queda pasmada cuando pide CONFIRMAR LA CURP. Ni esto saben hacer estos güeyes… (aunque no paraba de insistir). En todo el día no pude registrar a mi mamá, ¿alguien sabe cómo? Ya pude registrarme, la página está funcionando ahora – las 5 de la mañana, y no importaba despertar a los del chat: no se dilaten que luego se cae de nuevo. Me registró mi hijo que vive en Canadá. ¿Alguien me ayuda desde otro país, estado, barrio u otra computadora con distinto buscador? Dizque ya pude, pero luego de enviar los datos no me sale el comprobante. No tienes registro hasta que te salga esto: “Le informamos que el Gobierno de México ha recibido… y tengas un número de folio. Nos aprendimos los 18 caracteres de nuestra CURP, la de un hermano o la abuela si el abuelo ya no está. No paraba el intercambio: mentadas, preguntas, trucos, explicaciones: es normal, somos millones. Paciencia. Se perdió la conexión con el Registro Nacional de Población, por eso no te deja pasar; esa página se cayó y se calló. No se vale, Manuel, que des explicaciones si no sabes de lo que hablas: son una mierda los Servidores de la Nación. No los defiendas. Yo solo quería echar la mano. No es una fila ordenada por fecha y hora del registro, va a ser por edades. Ya aprobaron la rusa. Ni madres, a mí no me ponen esa. No me voy a registrar: no quiero ser parte de un experimento ni darle datos a MORENA. Tranquila, entra. Ya si te toca la rusa o la china, decides. Yo solo la que aprueben los gringos, las demás son patito. Pude registrar a mis padres. Borra las cookies, refresca la página y funciona. Pinches pendejos: hasta un estudiante de segundo semestre hace mejor el programa que estos inútiles. Batallamos para quedar apuntados y nos pongan una vacuna que no hay. Ya me harté. Creo que mi máquina está boletinada; no me abre nada. Tu compu es fifí. No te burles, no juegues con la esperanza de la gente.
Entendí. Esa era la clave: más allá de millones de intentos, intercambios, sugerencias, maldiciones, peticiones de paciencia y acusaciones de defender a incapaces estaba, frente a nosotros, eso que llamamos esperanza. Entre la mañana del 2 de febrero y hasta entrado el jueves 4 que los registros empezaron a fluir, brotó un fenómeno social muy relevante para quien quiera verlo: tener un trozo de esperanza. Como en la lotería, si no juegas, lo seguro es que no ganas. El comprobante de registro era como un cachito. Aunque sea, de reintegro, la rusa. Yo me pongo la que haya.
Estamos aterrados. Y tener un número en la lista era un quizá, un ojalá, un pasito tal vez a lo que no sucedería, pero por si acaso. Otros, al tenerlo, estaban ciertos de haber asegurado que un día les inyectaran chance de vivir.
Con coraje, ilusión, desconfianza o certeza, durante dos días y medio los mayores, o nuestros mayores, necesitaban ese pasaporte a la posibilidad, remota o segura, de tener algo de luz. Fue un movimiento social, una marcha tecleadora terca, incesante. Un poco de expectativa: que esto se acabe, carajo. En la semana más reciente, 7777 personas murieron de acuerdo a cifras oficiales. Han de ser más. No quiero ser, ni que mis abuelos o padres sean, parte de un número infame en el futuro.
Conmovedor, complejo. Encorajinados o tranquilos, millones nos aferramos al boleto-clavo para no morir. El que sepa ver, que vea, y entienda. Con la esperanza social no se juega: es jacaranda.
Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de
El Colegio de México
@ManuelGilAnton