Una novela que transcurre en un barrio muy pobre de Nápoles durante la segunda posguerra. Dos niñas, volviéndose mujeres que se quieren indeciblemente y, al mismo tiempo, compiten y se lastiman profundamente entre sí, queriéndolo y no. Pobreza acuciante. Niños, jóvenes y adultos, al borde del precipicio, actuando como únicos referentes unos de los otros, haciéndose daño, sin parar. Mujeres dobladas por el trabajo y el miedo a la violencia inagotable de sus maridos y sus amantes. Jerarquías rígidas, maledicencia, hacinamiento, mugre, sufrimiento y, en medio de todo ello, retazos de risas y actos de generosidad.
Un mundo duro, áspero y peligroso en que la brega cotidiana por la supervivencia y el posicionamiento de cada uno y sus familias frente al resto proveen el libreto central a partir del cual cobra sentido la vida de todos. En el trasfondo: las huellas de la guerra, los odios ancestrales entre castas y familias, y los efectos de la modernización económica y social de Italia en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Vidas enredadas unas con otras que luchan por dejar atrás las pobrezas materiales y morales del barrio y acaban, en la inmensa mayoría de los casos, atrapadas, con nuevos vestidos, en el mismo lugar. Pocas salidas del laberinto, casi ninguna; sólo la escuela, para unos cuantos: los que logran juntar la fortuna con la tenacidad a prueba de cualquier desgarramiento.
La protagonista principal de la novela –Elena– es una de las poquísimas que logra encontrar en los libros y en las aulas la puerta para escapar del laberinto pegajoso de la miseria. Contribuyen a hacérselo posible un par de maestros que se toman el tiempo de impulsarla, el sacrificio renuente de sus padres, y unas escuelas materialmente precarias, pero notablemente exigentes que le enseñan muy bien lo básico –lengua y matemáticas– y le demandan dedicar horas interminables a aprender cosas de utilidad en extremo incierta (latín y griego, por ejemplo). En hacer de la escuela la ruta de salida de su mundo asfixiante, intervienen también, de forma muy poderosa, la determinación personal incansable de Elena y su rivalidad, igualmente incansable, con su amiga entrañable. Con su amiga Lila, la chica más brillante de toda la escuela y del barrio entero, cuya brillantez, sin embargo, no le alcanza para sustraerse de esas oscuras y pesadas fuerzas gravitacionales que mantienen a los habitantes del barrio pegados a sus miserias.
La Trilogia de Nápoles de Elena Ferrante es una novela-mundo impresionante. Su tema central son las pasiones humanas, las de todos nosotros, reconocibles por cualquiera, pero puestas a jugar en un tinglado que las amplifica y exacerba. Un tinglado situado en el filo de la navaja de la miseria, en el que las vidas individuales están en riesgo en permanente, y en el que, sin embargo, la arquitectura que organiza la vida de todos se mantiene, paradójicamente, inalterada, fija y capaz, contra viento y marea, y contra todo esfuerzo individual, de mantenerlos a todos atrapados sin salida.
La novela da para hablar, mirar y repensar muchos temas incómodos. Uno de los que más me movió, sin embargo, tiene que ver con el lugar posible de la escuela como vía para salir de lo que heredamos, de lo que nos define y nos detiene, aunque en el camino, tengamos que rompernos por adentro, mientras nos amputamos amores y referentes entrañables. Para poder hacer de la escuela o de cualquier otra cosa, el medio para dejar atrás una parte de uno y los amarres de hierro de la pobreza se requieren, sin duda, pasión y tenacidad fuera de serie. Para ello, sin embargo, se requieren también escuelas que exijan mucho y se tomen en serio su trabajo de educar a sus alumnos y obligarlos a hacerlos dueños de sí mismos.
¿Cuántas de esas escuelas tenemos en México hoy? ¿Cuántas de esas nos quedan? ¿Qué haría falta para tener más de esas escuelas exigentes que se entienden cómo fábricas de alas? ¿Basta la evaluación de maestros, directivos y alumnos? ¿No haría falta volver a imaginar/inventarnos de qué se trata la escuela hoy, para qué sirve y para qué la queremos?
Twitter:@BlancaHerediaR