Los graves problemas de la educación nacional surgen de la escuela. La escuela es la célula del sistema educativo y hacia ella hay que volver la vista para diagnosticar al sistema en su conjunto. Hasta hace poco la escuela estaba descuidada y, por fortuna, hoy se le reconoce su importancia y se manifiesta una voluntad política por darle la centralidad que merece.
Debemos fortalecer a las escuelas, en lo material y en lo pedagógico. Es excelente que se dediquen 50 mil millones de pesos a atacar los problemas de infraestructura de los recintos escolares, pero es igualmente importante que se activen los consejos técnicos escolares y el servicio de asistencia técnica a la escuela.
Lo que es discutible, sin embargo, es que las acciones de apoyo a las escuelas pretendan ser coordinadas sólo desde el centro y que no existan mecanismos eficaces de coordinación en las entidades federativas. Detrás de esta realidad se encuentra el hecho, lamentable, de que las estructuras de gestión escolar de las entidades son débiles y tienen deficiencias técnicas notables.
Pero lo material y lo técnico son sólo una parte de la ecuación; las escuelas deben ser, además, recintos académicos, dotados de una rica cultura pedagógica. ¿Cómo construir esa cultura? En primer lugar, por el esfuerzo de auto-desarrollo que debe realizar el colectivo docente; es indispensable que en la escuela prevalezca un saludable espíritu de trabajo que anime a unos y a otros a dialogar, a compartir experiencias, a compartir resultados de investigación, a identificar las experiencias de enseñanza exitosas.
Pero una clave decisiva es que exista una oferta rica de conocimientos científicos sobre la enseñanza. No me refiero a estudios académicos de validez general, sino a conocimientos referidos a la práctica de la enseñanza tal y como se da en México. ¿Cómo crear esa oferta de conocimientos? Obvio: promoviendo la investigación, tanto a nivel federal como a nivel estatal. Dado que la educación obligatoria es una prioridad nacional indiscutible, CONACyT debería crear una rama especial para promover la investigación educativa —no en general, cosa que ya hace— sino investigación dirigida a proveer de conocimientos empíricos sobre la enseñanza en educación obligatoria.
El tercer elemento que puede enriquecer la cultura pedagógica de las escuelas son las aportaciones de maestros talentosos que han logrado desarrollar prácticas educativas innovadoras y exitosas, prácticas que deberían ser reconocidas y premiadas por las autoridades federales y estatales. Un cuarto elemento debe ser la existencia —al alcance de los maestros— de una oferta significativa de recursos pedagógico de auxilio docente: materiales escritos o digitales, libros, revistas, videos, etc.
La escuela debe ser un ámbito amable, con condiciones materiales de trabajo aceptables y donde reine un ambiente de entusiasmo, cooperación y diálogo que estimule el optimismo. De crucial importancia es que alumnos y maestros estén satisfechos y contentos, sobre todo los maestros cuyo proyecto de vida está vinculado orgánicamente a ese ambiente.
¿Cómo crear ese ambiente? Un factor de enorme importancia es que maestros y directores (y subdirectores) reciban salarios justos y estimulantes, de modo que nuestros docentes no vivan angustiados por problemas materiales. En la base de cualquier proyecto de renovación educativa debe estar la dignificación del salario docente, pero ese aumento de salarios debe estar siempre sustentado en el compromiso recíproco del docente a sujetarse a una ética de trabajo, superación y compromiso con la nación.