Hace unos años circuló en las redes sociales un video que, de manera personal, llamó mi atención. Claro, como docente frente a grupo, de alguna forma estaba preocupado y ocupado con la tan anunciada reforma educativa que el Presidente de la República, a través de la Secretaría de Educación Pública (SEP) a cargo de Emilio Chuayffet, echaría a andar desde los primeros días de su gobierno.
Recuerdo con claridad la metáfora que, en aquel entonces, Manuel Gil Antón, empleó para describir el Sistema Educativo Mexicano (SEM). La tituló: “El camión”. ¿La recuerda? Fue interesante el planteamiento y, la descripción, ni se diga. Esa analogía entre el camión, el chofer, el camino y lo que se observaba en el medio educativo, fue extraordinaria y harto comentada. Que si el sistema era el autobús, que si el chofer era el maestro, que si los pasajeros eran los alumnos, que si el camino era el contexto por el que transitaba la educación en México, que si esto, que si lo otro, que si aquello. En fin, repito, un interesante planteamiento que en más de una ocasión entre varios colegas comentamos en demasía.
Años han pasado y aquella metáfora sigue estando en mi memoria, y vaya, se refrescó en estos días con la reciente propuesta que lanzó Aurelio Nuño –sucesor de Chuayffet en la SEP– denominada “La Escuela al Centro”; pronunciamiento que trajo a mi mente la siguiente interrogante: ¿el camión ya habrá cambiado o solamente ha sufrido ciertos ajustes, necesarios, pero nada trascendentes? Si no me equivoco – intentando dar respuesta a tal cuestionamiento –, debo decir, que sólo hubo un necesario apretón de “tuercas” pero ninguna “afinación” que mejore su rendimiento. En fin, le invito mi estimado lector, a que vayamos por partes porque de este asunto, varias cosas se desprenden.
En estos días, he leído con atención muchas de las opiniones que han surgido sobre la propuesta emitida por la SEP. Como siempre, unos a favor y otros en contra. Lo rescatable de cada una de ellas, es la valiosa e importante opinión de expertos en la materia quienes, con su conocimiento, enriquecen el debate que se hace necesario sobre este asunto y que en las oficinas ubicadas en República de Argentina no han considerado para fortalecerla. Allá ellos.
Por lo que a mi compete, tengo que ser claro y objetivo en el análisis sobre los 6 puntos que integran el programa anunciado. Si, reconozco que el espacio no es suficiente, pero intentaré ser breve en cada uno de ellos.
Por principio de cuentas, cambiar la organización interna de las escuelas asignando, dependiendo de sus características, a un subdirector académico y a uno de gestión parece pertinente; sin embargo, no estaría nada mal recordar que el aparato burocrático se ensancha incorporando a más burócratas que realizan una misma función. Si la idea es que el director realice actividades pedagógicas en lugar de las administrativas, no sé cómo pretenden lograrlo. No dudo de la capacidad de los directivos pero muchos, varios de ellos, por años han estado alejados del proceso de enseñanza y de aprendizaje por atender cuestiones “administrativas”. ¿Habrá capacitación y actualización para éstos? Aunado a esta situación, recomiendo revisar aquellos esquemas de simplificación administrativa que desde hace años se planteaban con la finalidad de hacer más con menos. Ahí radica la importancia de la calidad o ¿me equivoco? Cosa curiosa, la existencia de un manual de organización o de procedimientos administrativos que regulen y den operatividad a las instituciones prácticamente es inexistente en éstas o se desconocen ¿cómo pretenden lograr este propósito?
Llevar más recursos a las escuelas, me hizo recodar aquella propuesta que firmó el Presidente Felipe Calderón, conjuntamente con la ex Secretaría de Educación, Josefina Vázquez Mota, y el Secretario del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), Rafael Ocho Guzmán, misma que fue anunciada con bombos y platillos porque a través de ésta se concretó una “Alianza” por la Calidad Educativa. ¿Qué pasó con dicha alianza?, ¿cuáles fueron sus resultados?, ¿se evaluó la pertinencia de la misma?, ¿dónde y en qué se ocupó el recurso que se destinó a los centros escolares? En fin, varias preguntas más que, desde luego, se desprende de esta idea. Por cierto, sobre este tema, recomiendo un texto, nuevamente de Gil Antón, denominado “A tres años de la Alianza por la Calidad Educativa”. Vale la pena leerlo, porque indiscutiblemente me sigo preguntando qué pasará con las escuelas que recibirán cerca de 90 mil pesos para su “gasto corriente”. ¿Se ampliará la brecha de desigualdad?
El fortalecimiento de los consejos técnicos escolares (CTE) me parece una de las propuestas más viables y razonables. De hecho, considero que trabajar colegiadamente, es una de las mejores formas que puede tener el maestro para lograr los objetivos que se proponga, tanto de manera personal-profesional como institucional. Sin embargo, tendría que analizarse el efecto “salmón” que podría generarse a partir de su implementación. Es decir, mientras la cascada trae consigo aguas muy fuertes y vigorosas (proyecto del CTE), uno que otro salmón intentaría dar brincos para lograr su propósito (interpretarlo y desarrollarlo). Y es que no existe un programa efectivo de actualización y capacitación que les permita a todos los involucrados hablar el mismo lenguaje. De la resistencia, grado de involucramiento y la inercia del colectivo docente que se encuentra en las escuelas sobre el programa, mejor ni hablaré por el momento. Habría que voltear a ver cuáles son los saberes docentes que domina el magisterio.
Por lo que respecta a una participación social más efectiva, considero, es de los puntos más “extraños y curiosos”. Y lo calificó de esta forma porque tal propuesta tiene años congelada en la Ley General de Educación; si esto no fuera así, ¿por qué no se ha implementado en cada una de las escuelas que integran el SEM? Al respecto he observado dos cuestiones a lo largo de estos años: o se integra el comité y se simula su participación en la mejora de la escuela, o de plano, ni se toma en cuenta ni se hace nada, solo se cumple con los requisitos burocráticos. Hace falta un diagnóstico serio sobre este punto porque hay una diferencia importantísima entre participar y simular.
El tema de la flexibilización del calendario escolar, vaya, no sé si sea tema. No, no se confunda mi estimado lector, no es pesimismo, pero es lamentable que hace unos años la misma autoridad educativa hizo hasta lo imposible para que se legislara a favor de que se cumplieran los 200 días que marcaba el calendario escolar y ahora resulta que siempre no, que se trata de dotar autonomía a las escuelas para que ellas tomen las decisiones que consideren pertinente. Un asunto que no es nada nuevo, tiene sus bases en la OCDE, pero que genera una disonancia que me hace recordar a aquel personaje que decía: así como digo una cosa digo otra, “La Chimoltrufia”.
Finalmente, debo señalar mi beneplácito por el último punto, las escuelas de verano, una propuesta que, espero, en algún momento pueda ampliar puesto que en años anteriores la he trabajado con jóvenes normalistas. Si bien es cierto que ésta es una propuesta que dependerá de varios factores como el cumplimiento de las horas y días de trabajo en las escuelas, también es cierto que los futuros maestros, estudiantes normalistas, podrán tener un contacto directo con los niños y jóvenes que accedan a ello. Bien por ello.
Culmino mis ideas ofreciendo una sincera disculpa a usted, mi estimado lector, por lo extenso de las mismas; no sin antes expresarle dos cuestiones que me gustaría puntualizar. La primera, habría que preguntarnos qué aspectos son prioritarios y urgentes en el medio educativo. La simple consideración de este hecho nos da para reflexionar en demasía. Prioritario no es lo mismo que urgente, y tal parece que tal consideración no se está valorando en las oficinas ubicadas en el Centro Histórico. La segunda y con todo lo expuesto, le pregunto: ¿considera que lo propuesto no ha sido más que un necesario apretón de tuercas? Yo si.
Docente en Escuelas Normales en Tlaxcala
Twitter: @Lalocoche