Jaime Valls*
La conmemoración del Día Internacional de la Mujer el pasado 8 de marzo, fecha establecida por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para reconocer la necesidad de avanzar en la igualdad de derechos de mujeres y hombres, es una ocasión propicia para analizar cómo se ha comportado ese fenómeno en la educación superior.
Diversos estudios publicados por la ANUIES han coincidido en la contribución que la educación superior tiene en la movilidad social y en la generación de los denominados “grupos emergentes” integrados por profesionistas con gran dinamismo económico y participación política y social. Esa movilidad se caracteriza por una participación creciente de la mujer en las tareas de la educación superior, la ciencia, la tecnología y la cultura, así como en la economía.
La estadística de las Universidades Públicas Estatales describe a organizaciones con menor inequidad de género entre sus integrantes, pues la participación de mujeres es cada vez más relevante. En esas instituciones las mujeres representan 39% de la planta de profesores de carrera; por otra parte, la cobertura educativa y la matrícula total es prácticamente la misma para ambos géneros.
Es de destacar que las estudiantes presentan mejores indicadores de desempeño que los varones; por ejemplo, la tasa de deserción de las mujeres es menor que la de los varones y 54.1% del total de quienes terminan sus estudios son mujeres. No obstante, el Informe de la Unesco sobre la Ciencia. Hacia 2030 indica que sólo 28% de las mujeres obtiene su profesionalización, y de ese porcentaje, menos de la mitad alcanza un lugar en la agenda científica. Del mismo modo, las funciones de dirección universitaria son en su mayoría ocupadas por varones y la llegada de más mujeres a las rectorías, es aún tarea pendiente. En el mundo laboral, los varones continúan ocupando mejores niveles profesionales.
Esto último puede deberse a tres cosas; primeramente, que la matrícula femenina en la educación superior se encuentra concentrada en carreras de las ciencias de la salud, sociales y administrativas, mientras que los varones se inclinan más por las carreras del área de las ingenierías y las tecnologías. En segundo término, el mercado laboral presenta mayores niveles de competencia en el sector terciario, justo en las áreas disciplinarias en donde la matrícula es superior y, tercero, por cuestiones culturales y por la imposibilidad de que las instituciones vean por el bienestar de su familia mientras ella labora, la mujer siempre se ha responsabilizado más de las tareas del hogar que el varón. De ahí que la mujer labore mayoritariamente en el sector informal o en actividades que no exigen una larga jornada, pues le permite atender simultáneamente sus responsabilidades, económicas como familiares.
No obstante, la mujer profesional exitosa, integrante de los grupos emergentes de alta competencia, tiene que hacer un esfuerzo extraordinario para cubrir su doble o triple jornada; todas ellas son un ejemplo a seguir y una razón para continuar avanzando en la equidad. Precisamente ante esa situación, la ONU eligió como tema central para conmemorar este Día en 2017 el de “Las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030”, con la finalidad de que en ese horizonte se logre la igualdad laboral. Se trata de una desigualdad estructural que no debe continuar. Ello demanda de un cambio necesario en la dinámica social y familiar.
En México, la educación superior está llamada a ser el verdadero factor de cambio y que el relevante papel que cada vez más juegan las mujeres en este sector, permita impulsar las transformaciones del mercado laboral y en el ámbito familiar, diversificando las fuentes de empleo, intensificando el uso de las TICs, favoreciendo el trabajo en casa femenino, y garantizando el respaldo de las instituciones a las mujeres en la atención de la familia.
*Secretario general ejecutivo de la ANUIES @jaimevalls