La semana pasada, escribí que, tomando en cuenta a Maturana (2016), educar implica fijar la mirada en un horizonte prometedor, donde la educación ocurre cuando se presenta una transformación con la convivencia.
Esta transformación no puede existir sin la relación pedagógica que se establece en los encuentros, como el que se forja entre el maestro y la maestra con sus alumnos, en las relaciones con sus propios compañeros y con los otros en los diversos niveles de socialización.
Emocionarse en estos encuentros tiene que ver con la manera en la que construimos esas relaciones, donde las preguntas que parten del cuestionamiento de nuestra realidad toman en cuenta todos los ámbitos en los que se vive y crece.
La semana pasada, dentro de la primera “Jornada de Formación Docente Integral”, sostuve una charla con los docentes del Instituto Tecnológico de Libres, donde compartí mis reflexiones en torno a lo que implica educar en este complejo año.
Sin duda, los encuentros entre maestros de una comunidad educativa son necesarios para poder compartir una visión de futuro basada en su realidad inmediata, que refiere la necesidad de repensar la formación del profesorado tomando en cuenta tanto el conocimiento técnico como una reflexión sobre las rutinas escolares, considerando la diversidad social y cultural para desarrollar prácticas pedagógicas adecuadas, tomando en cuenta el ecosistema propio de cada escuela.
Así, los encuentros permiten facilitar las reflexiones sobre aquellos procesos de enseñanza que pueden favorecer los aprendizajes de los estudiantes. Lo que quedó claro a lo largo de nuestra charla fue que en este periodo de pandemia tanto los alumnos como los profesores tuvieron aprendizajes que es necesario reconocer para poder resignificarlos a través de sus experiencias, para seguirlos desarrollando a lo largo de este semestre escolar 2021 que inició.
Les invité a reflexionar en esa ausencia de sentido que a veces se presenta en la enseñanza, porque los alumnos no pueden siempre hacer preguntas, porque en general, se les ubica y explica un mundo que nos les hace sentido, por eso la necesidad de enfrentar el reto de vivenciar un espacio emocional donde se puedan responder a sus preguntas, que les ayuden a explicar el mundo desde su perspectiva y se les reconozca como seres humanos dentro de una educación que emocione.
La enseñanza en una escuela que emocione, tiene que tomar en cuenta la riqueza de la diversidad humana, social y cultural que posee, por eso la formación continua de los docentes en el complejo contexto actual, implica una permanente reflexión sobre la práctica para establecimiento de puentes entre la cotidianidad escolar, el ejercicio docente y lo que piensan, sienten y hacen sus alumnos.
Si bien mi charla disertó sobre los alumnos, uno de los docentes participantes mencionó que, si bien estaba de acuerdo en que hay que tomar como centro de la educación a nuestros alumnos, pero ¿qué pasa con los maestros?, ellos también enfrentan situaciones complejas que afectan no solo su vida, también su quehacer profesional.
Les mencioné que, si bien los alumnos requieren de atención profesional para salir adelante, especialmente en lo que se refiere al aspecto socioemocional, también los docentes lo requieren, situación que hasta ahora se le ha prestado escasa atención.
Hay investigaciones que nombran lo que se denomina “malestar docente”, que afecta a buena parte del profesorado y que se origina como una respuesta a una serie de factores o acontecimientos negativos que les aquejan en el marco educativo, que pueden deteriorar la actividad docente. Ahora, ese malestar se intensifica porque estamos enfrentando a una pandemia, con sus consecuentes repercusiones.
El síndrome del “burnout” o síndrome del profesor agotado (Imbernón, 2020), aparece como una combinación de síntomas físicos (como fatiga, perturbaciones de sueño, jaqueca, disturbios gastrointestinales, tensión muscular, jaquecas etc.) y psicológicos (agotamiento, emocional, falta de motivaciones, desencanto, desilusión, ansiedad, despersonalización, irritabilidad, baja autoestima, perdida de capacidad de empatía etc.). Si nuestros docentes están afectados por este síndrome, no hay posibilidades de que se pueda realizar una educación que emocione, ya que entonces, los educadores están agotados emocionalmente: “erosionados psicológicamente” (Imbernón, 2001).
Los maestros requerimos ser, saber y desaprender para seguir aprendiendo, pero también requerimos de atención profesional, ojalá y pronto las autoridades y los sindicatos magisteriales tomen en cuenta esta situación y actúen en consecuencia.
Por lo pronto, les invito a leer la carta que mencioné en el encuentro, https://tutoria.unam.mx/sites/default/files/2020-07/14-6pablol.pdf, escrita por Don Pablo Latapí Sarre. La invitación tiene que ver con el asumir el reto de una educación que emocioné, porque como escribí, las emociones son el fundamento de todo lo que hacemos en nuestro vivir y ese fundamento tiene un trasfondo fisiológico en la configuración de nuestras vidas para que nos transformemos en la convivencia.
Cada uno de los que enfrentamos diariamente el reto de educar, podemos elegir el lado de la luna que queremos. Seguramente muchos de ustedes, estarán de acuerdo en que: “… Si tienes vocación de maestra o maestro… tú también opinarás, sin grandilocuencias ni idealizaciones, que la Luna es, decididamente, luminosa y bella.
Gracias a los docentes del Instituto Tecnológico de Libres, un placer haber compartido con ustedes.
Nota al pie. El próximo jueves a las 18 horas, el reinicio de nuestros Encuentros Educativos. Resignificar la Experiencia. Todas y todos invitados.
Referencias
Imbernón, F. (2020) El malestar del profesorado en tiempos de confinamiento y enseñanza virtual. Opinión. Periódico de Catalunya.
Imbernón, F. (Coord.) (2001), La educación en el siglo XXI. Los retos del futuro inmediato. Graó. Barcelona.
Maturana, H. (2016) La educación que emociona. https://youtu.be/nGelXaLivVM