Arcelia Martínez Bordón*
La reciente publicación de los resultados de la edición 2022 del Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA por sus siglas en inglés) ha generado un amplio debate en el ámbito educativo mexicano. Por un lado, están los que sostienen, como el presidente Andrés Manuel López Obrador, que es una evaluación neoliberal a la que no debemos prestarle atención (bajo esta premisa ¿por qué le hacemos caso a los resultados de termómetros, cintas métricas o tazas medidoras manufacturadas en países que sustentan una política neoliberal?). Por otro lado, también están quienes lamentan que con esta evaluación queda de manifiesto la crisis educativa que, después de la pandemia por covid-19, hoy nos deja donde estábamos 20 años atrás.
Aunque los matices son siempre necesarios, habrá que decir que un instrumento de evaluación de cualquier ámbito tiene alcances y limitaciones, los cuales, por cierto, normalmente no se relacionan con la ideología, mucho menos cuando tantos países tan diversos participan en su diseño y construcción. Y sí, los resultados son la crónica de una larga muerte anunciada en tanto que, desde el primer año de confinamiento, ya se anticipaba que la pandemia por covid-19 tendría un impacto fuerte en los aprendizajes y generaría rezagos. Al respecto, un estudio de Monroy et al. (2022) publicado el año pasado estimó que, para el caso de México, cada tres meses de confinamiento producirían una pérdida de aprendizaje equivalente a un año escolar, con variaciones regionales significativas.
En tanto que PISA evalúa las competencias de estudiantes de 15 años en matemáticas, lectura y ciencias, las cuales se cimentan en los aprendizajes escolares, esta prueba constituye un barómetro crucial para medir no solo la adquisición de conocimientos, sino también la capacidad de los alumnos para aplicar estos conocimientos en situaciones complejas, reflejando así la preparación que los sistemas educativos ofrecen frente a los retos del mundo contemporáneo.
El aplazamiento de esta séptima edición de PISA, originalmente programada para 2021 pero pospuesta a 2022 debido a la pandemia, contó con la participación de 690 mil estudiantes a nivel global, incluyendo a 6,288 estudiantes mexicanos. La edición 2022 tuvo como enfoque principal el área de matemáticas, siendo mayor el número de preguntas relacionadas con dicha asignatura –en cada edición PISA se enfoca en alguna de las tres áreas que evalúa– con el propósito de profundizar en el entendimiento de cómo las y los estudiantes abordan los retos numéricos y lógicos, competencias fundamentales en el mundo laboral y cotidiano.
Al leer los resultados, es importante recordar que la mejora de los aprendizajes es un proceso de largo alcance, donde los cambios, a menudo sutiles, se manifiestan gradualmente. Además de que el aprendizaje es influenciado por una amalgama de factores, que incluyen contextos familiares, comunitarios y escolares. A pesar de la lentitud inherente al cambio en el ámbito educativo, lo cierto es que eventos disruptivos como la pandemia de la covid-19 han tenido un impacto inmediato y notable, como lo evidencia la disminución general en los puntajes de PISA 2022, en comparación con 2018, no sólo en México, sino en varios países del mundo.
La edición 2022 revela una baja en el puntaje promedio de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) respecto a sus puntuaciones en 2018: 15 puntos en matemáticas, 10 puntos en lectura y 2 puntos en ciencias.
Y aunque dicha caída también ocurrió entre aquellos países con puntajes promedio normalmente altos, como, por ejemplo, Canadá, Finlandia y Alemania, que perdieron en las pruebas de matemáticas 15, 23 y 25 puntos, respectivamente, no deja de preocupar que México, junto con otros países, esté en el listado de los que vieron una baja significativa en sus puntajes, perdiendo, en nuestro caso, 5 puntos en lectura, 9 puntos en ciencia y 14 puntos en matemáticas.
Lo que quizás debe preocupar más es el incremento en el porcentaje de estudiantes que estuvieron por debajo del Nivel 2 –de los 6 niveles que incluye PISA– considerado como el mínimo aceptable para habilidades y competencias básicas, que para 2022 llegó a 65.8% en matemáticas (comparado con el 56.2% en 2018)[1].
La situación en América Latina en general, con cuyos países es más justo compararnos, muestra también desafíos similares, con tres cuartas partes de sus estudiantes con bajo desempeño en matemáticas. Mientras que en Chile y Uruguay poco más de la mitad de sus estudiantes no alcanzan las competencias básicas en matemáticas, en México 2 de cada 3 y en República Dominicana, El Salvador y Guatemala esta cifra alcanza a 9 de cada 10 estudiantes. Aunque el porcentaje de estudiantes con bajo desempeño en ciencias y lectura es menor en ambas materias que en matemáticas, preocupa que más de la mitad (55%) de los estudiantes de la región no logra entender un texto simple, lo que contrasta fuertemente con el promedio de los países de la OCDE, que alcanza un 26%.
Los datos que revela PISA confirman la importancia de mejorar nuestras políticas educativas. La participación de México en estas evaluaciones permite identificar las áreas de debilidad de nuestro sistema, lo cual debiera ser el punto de partida para un análisis profundo y para la formulación de políticas educativas basadas en evidencia, que abonen a mejorar la calidad (o excelencia, según se le quiera nombrar) y la eficacia del sistema educativo mexicano. Las secciones más olvidadas, pero más relevantes, pedagógicamente hablando, de los informes de PISA, son las que describen detalladamente lo que los estudiantes son capaces de hacer en cada nivel de logro, y, por lo tanto, son un indicador más claro de la proporción de estudiantes del país que tienen determinados aprendizajes o no los tienen.
Este tipo de pruebas, además, nos pueden ayudar a establecer comparaciones internacionales, sin duda no siempre justas, pero sí necesarias, y, sobre todo, aprender de las mejores prácticas globales, preguntándonos qué están haciendo los sistemas educativos del mundo que, pese a la pandemia, lograron permanecer o subir incluso sus puntajes, como es el caso de Singapur, Corea del Sur, Japón o Filipinas. O, ¿está mal aprender de quien lo hace mejor? Compararse no significa sentirse derrotados, sino identificar posibilidades para mejorar.
Los próximos funcionarios del gobierno federal más que ignorar los resultados de PISA o descalificarlos deben tomarse en serio el papel que les toca jugar y utilizar dichos resultados como un llamado a la acción. Se requiere un compromiso con el análisis detallado de los datos, la identificación de áreas prioritarias para la mejora, el desarrollo de políticas informadas por la evidencia, y, claro, un presupuesto sostenido y suficiente para operarlas.
Los resultados de las pruebas PISA también nos recuerdan la urgencia de trabajar con un enfoque de equidad, para aminorar las enormes desigualdades que aquejan al sistema educativo, y la importancia de fomentar la colaboración entre diversos sectores, establecer sistemas de seguimiento y evaluación rigurosos, y mantener una comunicación clara y transparente con la sociedad. Y es que un sistema político que se precie de ser democrático no puede pedir un cheque en blanco a la sociedad, sino que requiere rendir cuentas a sus ciudadanos de cómo se avanza y/o retrocede en los indicadores educativos.
Así, los resultados de PISA 2022 son el pretexto para una discusión más amplia y sostenida, pues no solo reflejan una situación momentánea, sino los retos añejos, y acrecentados por la pandemia, del sistema educativo. Son una oportunidad para replantear y revitalizar nuestras políticas educativas.
Este es un momento crítico para México y para muchos países del mundo, por lo que, ante la encrucijada, debemos apostar por un conjunto de estrategias que involucre a la totalidad de actores del sistema educativo, desde las autoridades gubernamentales hasta los educadores, madres y padres de familia, y estudiantes.
Si el próximo año, con el cambio de gobierno a nivel federal, no se plantea con seriedad un nuevo rumbo para la educación, en donde esta sea una prioridad de la política estatal, y no un campo de discursos y disputas ideológicas y de rentabilidad electoral, en donde las acciones educativas se sustenten en evidencia –no solo de PISA, sino de tanta investigación y evaluación educativa que se realiza– mucho me temo que no sólo las y los jóvenes que no lograron el nivel mínimo de habilidades en las áreas evaluadas en 2022 se nos irán de la educación media superior (si no se han ido ya) y, con ello, se hipotecará también el futuro de las generaciones que iniciaron o cursaron su educación básica en la pandemia.
Al final de cuentas, como bien sabemos, los rezagos se acumulan si no se actúa para resolverlos. Y la educación no puede ni debe esperar.
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Referencias
BID (2023). América Latina y el Caribe en PISA 2022. Cómo le fue a la región. BID, https://publications.iadb.org/publications/spanish/viewer/America-Latina-y-el-Caribe-en-PISA-2022-omo-le-fue-a-la-region.pdf.
Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación [Mejoredu] (2020). Repensar la evaluación para la mejora educativa. Resultados de México en PISA 2018. México: autor.
Monroy-Gómez, L., Vélez, R. & López-Calva, L.F. (2022). The potential effects of the COVID-19 pandemic on learnings. International Journal of Educational Development, Elsevier, Vol. 91(C).
OECD (2023). PISA 2022 Results (Volume I): The State of Learning and Equity in Education, PISA, OECD Publishing, Paris, https://doi.org/10.1787/53f23881-en
[1] Revisar el Informe de PISA 2018 para México que publicó Mejoredu (2020).
*Arcelia Martínez Bordón
Integrante de MUxED. Doctora en política por la Universidad de York. Académica de tiempo completo en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Coordina la Maestría en Investigación y Desarrollo de la Educación y el Faro Educativo de la Ibero.