Con permiso de la autora y de Puerta Abierta Editores, Educación Futura (EF) publica la introducción y el capítulo IV del libro Vorágine y cambio ¿Cómo dirigir una escuela hoy? El libro, disponible ya en Amazon y en la propia editorial, será presentado a través de las redes sociales de EF este jueves 21 de noviembre a las 19:00 horas tiempo de la CDMX. Participarán Eduardo Andere, Sylvia Shmelkes y la autora.
Por Irma Villalpando
INTRODUCCIÓN
El propósito de este libro es, por un lado, dar palabra a las vivencias y aprendizajes que he tenido como directora escolar durante casi tres décadas, por el otro, conversar con las nuevas generaciones de directores sobre el camino andado. Estas páginas son la historia de un recorrido trazado por experiencias en la escuela y mi formación académica. De ambas afluentes abrevé para dar cuenta y justificar mi práctica profesional cotidiana. Ahora, reconozco estar en un momento para reflexionar y compartir tanto los conocimientos adquiridos como las tribulaciones vividas. Mi esperanza es que este testimonio, con tinos y desatinos, ofrezca a directores y docentes, jóvenes y maduros, un mensaje de comprensión y empatía para el enorme reto que enfrentamos en las aulas actuales. También, quisiera que algo de lo aquí narrado se convierta en ideas aplicables en sus escuelas.
Ser director es una actividad para lo cual no se estudia. Salvo alguna excepción, casi la totalidad de colegas que conozco nos hemos forjado sobre la marcha, a fuerza de intuiciones, creencias y experiencias, acertadas y erráticas. Es cierto, existen cientos de libros sobre liderazgo y decenas de investigaciones que aportan lo que debe y no debe hacer un buen director de escuela. Sin embargo, algo sucede cuando los leo me queda la impresión de que están escritos por académicos de escritorio o investigadores que conocen la escuela como algún turista conoce una ciudad. No veo otra manera de comprender y narrar la complejidad escolar que habitándola, caminando cada día por sus pasillos, resolviendo previstos e imprevistos, sufriendo y gozando cada actividad o circunstancia. El acto de conocer, decía Luis Villoro, es experiencia directa. El alma escolar no se encuentra en las páginas de un libro ni en las conferencias, sino en cada intercambio personal que hacemos con profesores y padres de familia, pero sobre todo, en la mirada y bajo la sonrisa de los niños y las niñas.
La vida en la escuela es un intangible compuesto de una compleja red de relaciones humanas con intenciones, afectos y propósitos que interactúan en diferentes niveles y direcciones. Es una red sin cuerpo, pero con alma; un entramado de emociones que sostienen e impulsan a sus habitantes. Por lo que es preciso cuidar los espacios de la red para impedir que alguien caiga.
La escuela es espacio vivo y dinámico de interacción de un conjunto de adultos entre los cuales hay docentes, directores, padres, madres, personal administrativo y de mantenimiento, vinculados por propósitos e intereses cuya función es proteger, cuidar y promover el desarrollo de la parte humana más sensible, delicada y valiosa: la niñez.
El director de escuela es un enclave o vértice de esa compleja red de puntos interconectados. Tiene por función coordinar e influir deliberadamente en circuitos de comunicación con gramáticas distintas, por ejemplo: la enseñanza de los docentes, el aprendizaje de los estudiantes, la participación de padres de familia, el apoyo del personal administrativo y de mantenimiento, las autoridades escolares y la comunidad en general. Cada uno de estos agentes tiene lógicas comunicativas y mecanismos de operación bien diferenciados. A lo largo del texto abordaré la versatilidad que debe tener la dirección escolar para interactuar eficazmente con cada uno de ellos.
Este libro tiene sabor casero. Abordo los capítulos sin la criba académica de la citación recurrente o los razonamientos teóricamente justificados. Cuando traigo a cuenta alguna idea de autor o investigación, lo hago de manera general y sin pretensión de rigurosidad o exhaustividad en el análisis. En todo caso, la sencillez de la escritura desea expresar la autenticidad de lo vivido como fuente de conocimiento experiencial.
Cuando se es directora por tantos años, uno aprende, como buena cocinera, a calcular los ingredientes y sabores, a sustituir insumos, seguir rutas estratégicas y a elegir atajos eficientes. A riesgo de pedantería, este libro también ofrece algunos consejos para las generaciones de jóvenes directores. Con la edad se empieza a pensar en el retiro y con la vocación de enseñar, me impulsa el ánimo de transmitir lo aprendido.
Recuerdo mis primeros años como directora, andaba en mis veintes altos. Fue una época de tomar varias tazas de café al día, de estrés cotidiano, de fines de semana y noches sin sueño por la ansiedad de los problemas escolares. Todo me preocupaba en exceso: un niño que se caía y estaba en el hospital, un padre que me amenazaba con un “periodicazo” (en La Jornada, si no mal recuerdo), una mamá que me advertía que se estaban reuniendo firmas por no estar de acuerdo con una lista de tareas que debían hacer los niños con sus padres y que yo había diseñado, una profesora que tenía muy poco control de grupo, un profesor que renunciaba por haberse enamorado de su alumna de preparatoria, un niño pequeño que no podía bajar su autoestimulación a toda hora, una estudiante de secundaria internada por anorexia (era la enfermedad de los noventa), una madre alcohólica que tambaleándose a diario llevaba a su niña a preescolar, entre muchos otros. Recuerdo esos años y no dejo de pensar en mi juventud inconsciente y audaz al aceptar un trabajo de tal responsabilidad. Ahora, en perspectiva, veo todo bajo la serenidad que producen los caminos conocidos. Muchas problemáticas han cambiado, algunas para bien y otras lo contrario. Las directoras y los directores actuales debemos reconocer, como la ley del eterno retorno nietzscheano, situaciones que se repiten cíclicamente cada año escolar, pero también distinguir los nuevos retos que irrumpen y nos desafían. De ambas circunstancias, nuevas y repetidas, trata este libro.
La finalidad última del libro es que los aprendizajes acumulados en la función directiva funjan como testimonio de lo que sucede día a día en las escuelas. Trataré temas de preescolar, primaria y secundaria mayoritariamente, excepcionalmente de preparatoria. El contexto situacional desde donde narro es una escuela privada en la Ciudad de México, aunque también me alimento de experiencias de escuelas públicas con las que he tenido diversos intercambios. La mayor parte del libro aborda temas que considero generales a ambas y dedicaré un capítulo último a las características que, a mi juicio, son propias de las escuelas privadas.
La intención es que colegas, maestras y maestros de ambos sostenimientos, puedan verse reflejadas en la atención a problemáticas que a diario impulsan y minan nuestra tarea educativa.
IV. SALUD MENTAL, EMOCIONES Y CONDUCTA
En preescolar no existe el bullying
En esta etapa es difícil aseverar que existen faltas disciplinarias o comportamientos negativos o premeditados. A esta edad se presentan reacciones e impulsos que las maestras deben, con afecto y firmeza, reencauzar y señalar como permitidas o no.
Al no tener un avanzado desarrollo del lenguaje, los niños reaccionan con contactos físicos para obtener lo que desean sin que medien permiso o diálogo. También expresan su disgusto de manera corporal, arrebatando, empujando, pellizcando o jalando el pelo, entre otros. En esta etapa es fundamental informar a las familias que este tipo de reacciones corresponden a los procesos madurativos y de socialización propios de la edad.
En ocasiones, los padres y madres de familia se molestan en demasía por algún incidente relacional entre los niños. Van a la dirección de preescolar y aseguran que a su hijo o hija le hacen bullying o lo acosan, lo cual es un error. A esa edad los pequeños no están en condiciones de planear sistemática o intencionalmente ningún tipo de agresión, todo es impulsivo. No obstante, también se debe hacer hincapié que es muy importante a esta edad sentar las bases de los valores y normas de socialización que deben regir en la escuela y en la casa.
Hace años leí un libro que cambió mi mirada hacia los preescolares: You can´t say, you can´t play de Vivian Gussin. En la frase: “No puedes decirle que no puede jugar”, la autora arraiga en los niños, desde los primeros años de vida, las ideas primigenias para construir una escuela inclusiva. Ya había leído algunos estudios que señalan que una de las primeras formas de rechazo escolar se presenta durante el juego y en etapa del preescolar, pero desconocía una técnica tan asombrosamente simple como efectiva para enfrentar el problema.
En un ambiente de interculturalidad, Gussin observaba que los niños de piel blanca no aceptaban jugar con niños afroamericanos, por ello, diseñó diversas estrategias propias de la etapa (una hurraca que alentaba valores de inclusión) y la colocación de letreros con el mensaje del título del libro. Del texto me maravilló la contundencia de la indicación y la firmeza para su puesta en práctica. Gussin en funciones docentes ejercía este tipo de mandato a tan temprana edad y, con ello, cultivaba y naturalizaba la inclusión social. El propósito educativo de tan contundente indicación consiste en que, al crecer los niños, y cuando la posibilidad de razonar de manera más sofisticada se ensanche, tendrán ya una base experiencial de convivencia en la escuela.
Primaria la ventana para aprender a vivir
En primaria baja, primero y segundo años, se observa la gradualidad creciente en el manejo emocional de niños y niñas. Con un desarrollo del lenguaje más amplio e intervenciones oportunas de las maestras, la convivencia escolar mejora. Esta etapa es maravillosa para fomentar una cultura de respeto y armonía en el aula. Los pequeños son receptores activos de las enseñanzas en valores que promueve la escuela. La instauración de hábitos positivos (responsabilidad, puntualidad, esfuerzo, perseverancia) y valores éticos (honestidad, respeto, colaboración, diálogo y amabilidad, entre otros) es tarea que corresponde predominantemente a la familia y en segundo lugar a la escuela.
A medida que van creciendo, primaria intermedia (3º y 4º) y alta (5º y 6º) es formativo reflexionar sobre los comportamientos que abonen a una cultura de paz en las aulas. Es crucial evitar los criterios punitivos y dar paso a la vivencia y reflexión de las consecuencias lógicas de los actos dentro de máximas del bien común y principios de autocuidado y cuidado al otro.
Recuerdo a una niña que se integró a la escuela en cuarto grado de primaria. Se organizaba en ese entonces un torneo de fútbol y con gran fuerza y hasta crueldad, esta alumna nueva determinaba quien sí y quien no podía jugar, ¿el motivo? Ninguno, solo el ejercicio de su dominio. Era muy alta y corpulenta, todas le temían y lloraban cuando vivían su violencia verbal. Recuerdo que fui al salón a restituir a las niñas que habían quedado fuera del equipo y en cambio saqué a la que lo había ocasionado. Había leído que la empatía puede crecer viviendo la experiencia del otro afectado. Los padres fueron receptivos y apoyaron la decisión. Posteriormente, estuve muy cerca de la menor, me interesaba ofrecerle experiencias sociales positivas a través de colaboración horizontal y no de superioridad. Cuando escribo estas líneas, esta alumna está en segundo de secundaria y ya no muestra ese rasgo de personalidad.
Para asegurar un ambiente escolar donde se viva la sociedad que queremos construir, en ocasiones, el director debe tomar el lugar del juez que analiza y dictamina las situaciones irregulares intentando impartir justicia. La aspiración es ser probo y siempre ético colocando al centro la formación y el respeto a los estudiantes.
En esta idea, considero que cuando se toman medidas disciplinarias se deben pensar con sentido de justicia en un ambiente de convivencia armónica. El director debe mostrar sensatez y ecuanimidad en el análisis de cada situación. Conviene siempre indagar con detalle y escuchar a las partes, después tomarse un tiempo (pueden ser unos cuantos minutos, un par de horas y, si el caso lo amerita, hasta un par de días) o dialogar con alguien más el tema (docente o psicóloga) y después resolver.
En tanto seres humanos, es importante tener presente que docentes y directores podemos caer en sesgos de tipo religioso, político o valoraciones cargadas por nuestros rasgos psicológicos o caracteriológicos al momento de analizar infracciones disciplinarias. Para contrarrestarlo sugiero mantener perspectiva y mesura ante el análisis de los hechos antes de dar posicionamiento y fallo a la situación por corregir, lo más conveniente, reitero, es no hacerlo a solas sino dialógicamente con miembros del equipo.
Es preciso identificar los factores en juego antes de decidir cómo resolver la infracción. Observo tres. El primero, ubicar el grado de reacción que puede sentirse cuando alguien vulnera el espacio escolar o a algún miembro de la comunidad (estudiante o docente). Aquí lo importante es no sobredimensionar o, lo contrario, subestimar la situación. Esto es muy claro con el tema de la sexualidad. Recuerdo que una maestra que en su vida privada practicaba una fuerte convicción religiosa, me pidió, casi exigió, suspensión definitiva para un estudiante de secundaria que se autocomplacía durante su clase.
También recuerdo a una maestra muy joven que había sufrido de niña violencia intrafamiliar por un padre misógino y machista. Cuando un niño de quinto de primaria de su grupo le dijo no querer pertenecer al equipo “de las viejas” (se refería a las niñas), la maestra reaccionó con tal enojo que perdió el control de la situación y entre regaños y gritos, no logró ser asertiva. Cuando pasan este tipo de cosas siempre traigo a cuenta una materia que tomé en licenciatura, se llamaba Psiconálisis en el aula. Aunque, por supuesto, hay otras líneas teóricas y analíticas para abordar este tipo de interacciones interpsicológicas entre el docente y sus alumnos, valga ahora el comentario para observar la relevancia de los factores psicológicos en juego para calibrar y reaccionar formativamente ante las fallas de los estudiantes.
Un elemento relevante más para un posicionamiento frente a la infracción de los estudiantes es el temor a la reacción de los padres de familia. Cuando un alumno o alumna comete un acto inadecuado, los directores y maestros tenemos por costumbre preguntar: ¿cómo es la mamá, o cómo es el papá? Si ya lo sabemos, hacemos un comentario al respecto de tranquilidad: “la mamá es linda”, o de susto: “híjole, con esa mamá nos va a ir cómo en feria”.
Hay padres conscientes y apoyadores con la escuela, pero hay otros que reaccionan culpando o responsabilizándonos. En este último caso está el típico papá que cuando uno le informa que su hijo le pegó a otro niño contesta: “¿y dónde estaba el maestro?”, o “mi hijo no pega, le debieron haber hecho algo”. Proyectar la responsabilidad del acto a otra persona es un mecanismo de reacción inmediata para quitarle al menor la responsabilidad de la falta. En este tipo de casos, la escuela debe mantener firmemente su rol educador y, si nos asiste la razón, no temer por la reacción de los padres. Una estrategia que funciona con padres o madres rijosos o beligerantes es dialogar con ellos de manera serena pero firme y de preferencia, durante la reunión, hacernos acompañar por la psicóloga escolar o el docente de grupo.
El tercer elemento es la tensión que vivimos por seguir los protocolos normativos para evitar una irresponsabilidad legal. Este tema ha crecido en los últimos años, algunos le llaman la judicialización de los problemas escolares. Los protocolos oficiales nos han convertido a los directores en micro-ministerios públicos. Frente a una falta de los estudiantes, debemos saber levantar un acta, usar un lenguaje jurídico y derivar el caso a la instancia respectiva, como si fuéramos peritos o abogados. Hacerlo bien documentalmente, aunque quizá no educativamente, nos dará alguna certeza de que el problema no se complicará. Recuerdo que un supervisor me dijo alguna vez: “Mira maestra, son tan importantes los protocolos que puede suceder una violación en la escuela o hasta una muerte, pero si usted hace lo que marca el protocolo no tendrá responsabilidad legal y saldrá bien librada”. Me sorprendió la afirmación, sin embargo, en temas menores he comprobado el poder de estos procedimientos oficiales para salir avante jurídicamente del caso.
Una consideración diferente, más formativa, para este tipo de casos es imaginar al estudiante ya de adulto. La proyección a futuro nos permite identificar los aspectos a mejorar en su conducta bajo la pregunta ¿qué debe aprender ahora para que viva una adultez responsable en su autocuidado y cuidado a los demás?, ¿qué experiencias escolares debemos ofrecerle para que evite situaciones de riesgo?