Miguel Casillas
En las universidades se ha desarrollado el conocimiento científico que sirve como fundamento para medir, observar y reconocer el cambio climático y sus efectos. También en las universidades se han diseñado muchas de las herramientas con las que se puede conservar e incluso restaurar los ecosistemas. Por supuesto, en estas instituciones especializadas en la producción del conocimiento, se desarrollan las teorías y las nuevas tecnologías que buscan ahorrar energía y reducir nuestra huella ambiental. Gracias a las universidades se forman profesionistas con conciencia ecológica, se forman científicos especializados en sus cada vez más amplios y diversos programas de posgrado.
A su interior, las universidades también han diseñado planes para emprender el ahorro, la reducción del consumo y el reciclaje de muchos de sus desechos. Se produce composta y se recicla el agua para usarse en los jardines. Los campus universitarios en general se distinguen por sus áreas verdes, bosques, lagos y jardines que cumplen una sustancial función en las ciudades. Se ha abandonado el uso del asbesto, se han ido construyendo baños secos, las luminarias se reconvierten progresivamente a sistemas de mayor ahorro y eficacia. El uso del papel se ha reducido sustancialmente en todos los procesos académicos (tareas, documentos, tesis) y también en los administrativos.
A pesar del enorme esfuerzo realizado, todas las evidencias nos muestran que no hemos hecho lo suficiente. No hemos sido capaces de modificar el sentido profundo de la socialización profesional, no hemos reconvertido la investigación científica, ni transformado el sentido común de los universitarios; en ciertos momentos no hemos sido capaces de rechazar las presiones de la industria y del mercado para alejarnos de las tecnologías sucias, hemos sido cómplices en la producción y difusión del uso de agroquímicos e insecticidas. Hacia afuera, en el cumplimiento de nuestra misión ante la sociedad, tampoco hemos sido del todo efectivos en las campañas de sensibilización ni en la divulgación de los conocimientos científicos que indican la catástrofe.
Hervé Kempf, en Le Monde Diplomatique del 4 de febrero del 2022, hace un llamado a cambiar el modelo cultural de toda la humanidad para reducir su impacto sobre la biósfera. Sostiene que hay evidencia de que el cambio climático ya es irreversible y es probable un desorden ambiental generalizado; que la crisis ecológica no se reduce al cambio climático, sino que la erosión de la biodiversidad es tan fuerte, que se habla de una sexta crisis de extinción (la quinta ocurrió cuando desaparecieron los dinosaurios); que hay una contaminación química que afecta ya las cadenas alimenticias y los océanos. Kempf se pregunta porqué nuestras sociedades no se orientan hacia políticas que corrijan esta situación, más si desde los años sesenta se conoce la naturaleza de esta crisis ambiental. En su respuesta están las relaciones de poder de nuestras sociedades y el modo en que los beneficios económicos de la industrialización se han puesto por encima de los valores ambientales. Demuestra cómo al mismo tiempo que en nuestras sociedades se incrementa la pobreza y la desnutrición, se han profundizado las desigualdades entre los ricos y los pobres; se incrementa el gran consumo suntuario y el desperdicio de una oligarquía que no está dispuesta a reducir sus altos niveles de consumo ni a su modelo cultural que reproduce a través de medios económicos, políticos y mediáticos, y que arrastra a las clases medias occidentales hacia el consumo suntuario.
Las universidades tenemos la obligación de actuar con mayor celeridad. El cambio es urgente. La UNESCO recomienda una transformación radical del currículum, tanto el formal que refiere a los planes y programas de estudio, como a las prácticas y maneras de compartir el sentido común en las relaciones educativas. Las carreras tradicionales ligadas a las tecnologías sucias y a la promoción de los estilos de vida que favorecen el hiperconsumo deben ser transformadas de manera profunda. La conciencia ambiental debe atravesar todos los cursos de todas las carreras. El análisis de los efectos del cambio climático debe ser objeto de todas las disciplinas y materia de ejercicios de análisis, simulación y previsión. La enseñanza deberá asociarse a la solución de problemas reales con un fuerte compromiso estudiantil. La investigación debe repensar el territorio y enfrentar desde lo local los problemas ambientales globales.
Bruno Latour en su nuevo libro Memo sur la nouvelle classe écologique considera que en la hora actual están en juego las condiciones de habitabilidad en la tierra para los seres humanos y es necesario reconstruir el sentido de la historia. En este proceso, el papel de conciencia crítica que juegan las universidades es indispensable y el valor de la formación de nuevos profesionistas comprometidos con la salvaguarda y recuperación del medio ambiente un símbolo de esperanza para la humanidad y para el planeta.