Afirma Aurelio Nuño que sin la reforma educativa México no tiene ningún futuro. Y tiene razón. Donde no la tiene es cuando supone que ésta sólo será posible a través del control autoritario sobre el liderazgo y la organización de los maestros.
Una reforma educativa cuya flecha apunta hacia el futuro desde un arco fabricado en la antidemocracia del pasado: este es el elefante que ocupa la inmensa oficina del secretario de Educación. Tal incongruencia inflama el conflicto magisterial, polariza la relación entre los docentes y el gobierno, y reduce la viabilidad de la reforma. Es absurdo suponer que puede hacerse una verdadera reforma educativa —de vanguardia y para el siglo XXI— sin tocar la estructura clientelar, corrupta, vertical y electorera, con que la autoridad quiere controlar a los maestros en México.
La reforma promovida por Nuño debe ser sinceramente democrática o no será nunca. Declaró el secretario de Educación que “la CNTE es una voz importante, como cualquiera de las otras, pero como en todo sistema democrático, es una voz más.” (Excelsior, entrevista con Gerardo Galarza 03/08/16).
No debería usarse con ligereza el término democrático. La CNTE tuvo justo como demanda de nacimiento democratizar al sistema y la organización sindical de los maestros mexicanos. Cuarenta años después esta corriente —que pertenece al SNTE— es el resultado fatídico de un manejo represivo en contra de la democracia sindical.
Resulta paradójico, y también es desmemoriado, exigirle a la Coordinadora un comportamiento democrático cuando sin suspensión y desde el Estado se ha ejercido una política arbitraria en contra de los maestros que la integran.
Pero el problema va más allá de la CNTE. La verdadera contradicción se halla en el SNTE, cuyo liderazgo representa a los maestros con tanto capricho como lo hace la disidencia. En esta discusión no es posible ignorar que Juan Díaz, cabeza del sindicato nacional, no obtuvo su puesto por el voto libre y secreto del millón ochocientos mil maestros que integran a la organización.
A Díaz lo nombró el Presidente de la República —considerando en su día la influyente opinión, entre otros, de Aurelio Nuño. Lo mismo ocurre en la inmensa mayoría de las secciones del SNTE. Los líderes seccionales de esta organización gremial no llegaron a su cargo por el voto libre, secreto y sin coacción de los docentes.
Esos representantes fueron nombrados con el propósito de controlar desde arriba las demandas de los profesores. La representación de la base magisterial les tiene sin cuidado. La estructura autoritaria del SNTE sigue funcionando como en tiempos de Elba Esther Gordillo, pero con otros nombres y rostros: el gobierno entrega privilegios a los líderes para que a su vez salpiquen algún beneficio discrecional a sus agremiados.
El problema surge cuando alguno de esos líderes no se somete con docilidad al gobernante en turno y entonces extravía su ventaja respectiva. Si la Coordinadora está en las calles es porque se redujo el privilegio de su liderazgo. Lo mismo estaría sucediendo si la autoridad hubiera procedido así con quienes hoy todavía están dispuestos a guardar lealtad inopinada.
Remata Aurelio Nuño con que es fundamental cambiar el modelo de gobernanza del sistema educativo. Propone mayor participación de las autoridades, los gobernadores, los padres de familia y —desde luego— de los docentes. ¿Qué docentes? ¿Sólo aquellos elegidos desde las cúpulas y por dictado de la autoridad? En este punto se halla la mayor contradicción de la reforma educativa: creer que la democracia puede utilizarse como argumento a modo y conveniencia del discursante.
Es indispensable que los maestros se apropien de esta reforma y eso sucederá con dificultad si antes no cuentan con representantes sindicales legítimos.
ZOOM. Así va el silogismo: sin reforma educativa, México no tiene ningún futuro. Sin democracia sindical la reforma no sucederá. Por tanto, la libertad política y sindical de los docentes tiene todo que ver con el futuro del país.
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