La consigna de un paro nacional en 28 estados no cuajó. La respuesta de las bases pasó desapercibida, con excepción de los estados donde la CNTE tiene enclaves consolidados. Cierto, la Sección 22 alcanzó a parar alrededor de 65% de las escuelas y causó problemas en carreteras y comercios, pero no incendió a Oaxaca. Las tomas de casetas y bloqueos de vías en Guerrero y Michoacán llamaron la atención, pero no causaron el caos que esperaban los manifestantes. La marcha en la Ciudad de México fue una demostración de debilidad. Yuriria Sierra dice que había más policías que manifestantes (Excélsior, 13 de octubre).
A lo largo de la semana pasada el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, amagó con sanciones económicas a los maestros que fueran al paro. La balanza en la lucha por ganar el favor de la opinión pública se inclina hacia el gobierno, la campaña de comunicación política del secretario Nuño parece eficaz.
La jornada del 12 de octubre también mostró que, a pesar de la reconquista del IEEPO, las admoniciones de que se aplicará la ley y avisos de que se acabaron las concesiones, la CNTE todavía tiene capacidad de convocatoria. Pero es cada vez más débil.
Me explico. Por tres décadas la CNTE perfeccionó sus tácticas en la guerra de movimientos contra diferentes gobiernos. Su oratoria agresiva —más sus acciones de protesta con la acción directa— ponía a temblar a altos funcionarios. Se hicieron expertos en negociar sin ceder, su retórica era consecuente con sus amenazas y, por ello, siempre obtenían ganancias: días extras de aguinaldo, bonos por cualquier cosa, plazas, comisionados, edificios, vehículos y dinero para todo tipo de festividades. Más importante, conquistaban posiciones de mando en las dependencias de educación, no sólo en el IEEPO de Oaxaca, sino en otros enclaves.
La soberbia de sus dirigentes echaron al cesto de la basura muchos dividendos. Hicieron rutina de sus tácticas, se acostumbraron a intimidar y no se dieron cuenta del cambio. En el pago de la segunda quincena de octubre —si la SEP y los gobiernos locales cumplen con la ley— los paristas recibirán un día menos de salario (por el paro del 2 de octubre) y en la primera de noviembre otro descuento por el paro de anteayer.
Intuyo que muchos docentes de base resentirán la merma en los ingresos. Si no por convencimiento en las arengas del secretario, sí por el golpe a los bolsillos, muchos de ellos ya no pararán, abandonarán a sus líderes. Éstos, me imagino, no van a estirar la cuerda ni convocar a otro paro en octubre. Saben que su aviso no tendría muchos receptores. La mayoría de los maestros no se arriesgará a perder el empleo por tres faltas en un mes.
La oferta del secretario Nuño de negociar dentro de la ley cómo se aplicará la Reforma Educativa es una bronca para la CNTE. Lo que sus dirigentes quieren es regresar a la Segob, pero sus amenazas ya no apocan al gobierno, como hasta hace unos meses. No pudieron boicotear las elecciones de junio, perdieron el control del IEEPO —que, además, le redituó bonos de legitimidad al gobernador Gabino Cué y al presidente Peña Nieto— y en la jornada del 12 de octubre se vieron disminuidos.
Mal harían en la SEP en manifestar triunfalismo. Aplicar la ley es una obligación. Desbancar —incluso desmantelar— a la CNTE no implica que se instrumente la Reforma Educativa. La CNTE sólo ofrece oposición abierta a la reforma. La traba soterrada está a cargo del SNTE, que mediante negociaciones “discretas” con los gobernadores de los estados mantiene amplios espacios de gobierno en los sistemas estatales. Dividir al país en cinco regiones no hace la diferencia. También hay una especie de desacuerdo pasivo de muchos maestros de base, porque la reforma les exige que abandonen prácticas que han cultivado por décadas.
Estos dos tipos de resistencia son más profundos y difíciles de calibrar. No se les puede derrotar, porque no ofrecen una lucha abierta. Me parece que la SEP no tiene una estrategia para lidiar con estas realidades. No son piedras en el zapato, éstos sí son obstáculos formidables.