Mientras leo “La ciudad de los niños”, del pedagogo y caricaturista italiano Francesco Tonucci, no pude dejar de pensar unos minutos en las deplorables campañas electorales que vivimos en Colima.
Unas imágenes y otras se ubican en las antípodas. De lo segundo no escribiré; además del voto de silencio autoimpuesto, sobran palabras ante hechos ominosos. Lo primero puede resumirse en una expresión: una nueva filosofía para gobernar las ciudades.
La ciudad de los niños es parte de un conjunto de iniciativas e ideas que surgieron en distintos países del mundo, principalmente europeos, para armonizar las relaciones entre los seres humanos y con las ciudades o pueblos, con la comida, con los autos, con la escuela.
Tres movimientos en especial me llaman la atención y estudio con interés: las “ciudades educadoras”, un proyecto mundial con sede en Barcelona, que incluye a más de 600 ciudades, una de ellas, Colima; “ciudades lentas”, que luego se trasladaron a otros ámbitos, como la comida o la educación, y constituye un replanteamiento de las prioridades, para sujetar los tiempos del reloj al kairós, el tiempo de la oportunidad, para disfrutar de otras manera la relación humana, con la naturaleza, la educación, los alimentos.
“La ciudad de los niños” nació en Fano, una población italiana donde se invitó a Francesco Tonucci para organizar inicialmente, en mayo de 1991, una semana dedicada a la infancia, a la cual llamaron así: La ciudad de los niños. El exitoso desarrollo de las actividades culminó con un acuerdo para repetir la experiencia anualmente.
Tonucci fue invitado por el alcalde para presidir la celebración, pero aquel reviró: mejor que una semana cada año, convertirlo en proyecto permanente para transformar la ciudad. Se aprobó y hoy tiene por nombre “La ciudad de las niñas y los niños”. De Fano creció a otras ciudades italianas y para 2014 ya había más de 200 en Italia, España, Argentina, Uruguay, Colombia, México, Perú, Chile y Líbano.
En el balance a veinte años del proyecto, Tonucci reconoce que los cambios más significativos en las actitudes de los adultos son los siguientes: más tiempo dedicado a los niños, a discutir políticas a favor de la infancia; la creación de un consejo de niñas y niños escogidos por sorteo, que se reúnen para ofrecerle al alcalde puntos de vista; cambio de las prioridades a favor de los peatones, de las bicicletas, de las personas, de las mayorías; rediseño de avenidas y calles para concederles espacios seguros a las personas, por encima de los vehículos; aumentar la autonomía de movimiento, para que los espacios públicos sean mayores, mejores y los niños puedan, por ejemplo, caminar de su casa a la escuela, o por las tardes para jugar; nuevas políticas de seguridad basadas no en cámaras de vigilancia o policías, sino en la ocupación de las calles por los adultos y que los niños sean libres.
Sí, confieso que me encantaría escuchar a alguno de los candidatos o a todos, que pronunciaran propuestas cercanas a esas y que, en efecto, pensarán en el futuro y no solo en el día de las elecciones.
La ciudad de los niños sería una mejor ciudad para ellos, los infantes, y para nosotros, cuando seamos viejos.
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