Al Chapo Guzmán lo pescaron, en alguna medida significativa y según nos informan los medios, porque le ganaron las ganas de salir en la pantalla más grande imaginable: la de Hollywood. Parece increíble, un hombre que había conseguido, fuere como fuere, muchos de los marcadores más importantes del éxito en el mundo contemporáneo (dinero, poder, influencia, mujeres, a manos llenas) acabará, seguramente, recluido en una prisión en Estados Unidos el resto de su vida porque no pudo resistir la tentación de ser aún más famoso.
Así lo sugiere el que su recaptura haya estado vinculada a su relación con Kate del Castillo, a quien le había concedido una entrevista en meses recientes y con quien planeaba hacer una película sobre su vida.
Básicamente, pues seguirla a ella y al abogado de Guzmán en su interacción con ella fue, al parecer, un hilo importante que les permitió a las autoridades mexicanas dar con él, tras meses de pesquisas infructuosas.
Los capos del crimen de otros tiempos eran muy distintos, al menos en eso de perseguir la fama, entendida como el deseo de ser conocido por la mayor parte posible de extraños. Al Capone más que correr tras el reflector público, lo evitaba. Igual que los jefes de otras organizaciones criminales y otros delincuentes notables de otras épocas. Su meta no era ser famosos, era, simplemente, ser temibles, ricos y poderosos.
Cuesta, ya sé, creer que otro tiempo pudiera haber sido distinto al nuestro en eso de la fama. El ser conocido por muchos a quienes el “famoso” no conoce, el serlo más allá de las razones y los méritos para ello, y el que esto aplique a poderosos y simples mortales es hoy tan consustancial al paisaje básico de nuestro mundo que resulta difícil imaginar un universo donde la fama no fuese una brújula tan indispensable de una vida digna de ser vivida.
No sé bien cómo pasamos de vidas centradas en la mirada de los próximos y articuladas por criterios compartidos con estos a existencias impelidas a buscar el reconocimiento de desconocidos, teniendo como única medida de logro la expansión de su número. El tema da para mucho, basten aquí tan solo algunas primeras reflexiones.
Supongo que ayuda a haber entronizado la fama, la erosión acelerada de los criterios de valor compartidos que se respira por todas partes.
Nada mejor para que esa notoriedad vacua y, con frecuencia, hiper-efímera florezca que la destrucción de estándares laboriosamente construidos en común para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo excelente de lo pobremente hecho, lo admirable de lo deleznable; nada mejor que esa misma fama para acelerar la destrucción de estándares comunes. El reino del “todo vale, nada vale” es útil, pues acelera la corrosión de los restos de sociabilidad densa que nos limitan sí, pero también nos estructuran y posibilitan. Para seguir ampliando, en suma, el territorio, magistralmente explorado por Zygmunt Bauman, de la libertad individual, atomizada, y enfrentada a la multiplicación de opciones cada vez menos significativas (¿este emoticón o el otro?).
Contribuye, intuyo también, al imperio de la fama la suerte de orfandad en el que tanta “libertad individual” nos ha colocado a tantos. La investigación en sicología señala que son especialmente susceptibles a la tentación de la fama los sujetos con infancias marcadas por la negligencia y el abandono. Estirando un poco la cuerda, pudiera pensarse que todos, aunque en medidas distintas, hemos terminado arrojados a una condición análoga a la del abandono infantil como resultado de vivir en colectividades cada vez menos capaces de ofrecernos cobijo efectivo. Al desamparo y la dificultad extrema para anclar la identidad personal en algún sentido de pertenencia social próxima y concreta, se suma el acceso fácil y masivo a los medios de comunicación, mismo que parece poner al alcance de la mano la fama global instantánea y, con ello, la ilusión de poder conseguir identidad y existencia de forma igualmente instantánea. La combinación entre desamparo objetivo y acceso casi gratuito a un número potencialmente gigantesco de extraños aporta, posiblemente, claves adicionales para explicar el ascenso de la fama como magneto irresistible.
Difícil no pensar sobre las profundidades oscuras del imperio de la fama en el mundo actual cuándo la persecución de esta lleva a un personaje como Joaquín Guzmán Loera, monstruoso sí, pero también inmensamente poderoso, a vulnerarse entero con tal de conseguir más fama. ¿Si esa adicción acaba con él, qué le hará a tantos millones, igual o similarmente huérfanos, pero dotados de infinitamente menos recursos?
Twitter:@BlancaHerediaR