Si usted labora en la dirección de alguna institución educativa y su meta es hacer de la calidad educativa su bandera, sin nunca conseguirla, ¡muchas felicidades! Es seguro que va a lograrlo. Y esto por una simple razón: la calidad educativa no existe, sólo es un truco retórico. Por lo tanto, nadie puede conseguirla. De todas formas, le vamos a dar unos consejos para disimular todo esto de la mejor manera.
1. “El valor de la palabra ‘calidad’ se está desvaneciendo a gran velocidad. Se encuentra ya tan desgastado como la calidad de las sopas instantáneas: cuanto más se recalca, menos existe”[i]. Ahora bien, lo que es problemático para los productos industriales, con mayor razón debe ser escabroso cuando se aplica a la educación de las nuevas generaciones. Pero ¡shh!, de eso ni una palabra. Siempre debe actuar como si la calidad educativa tuviera un referente muy claro, compartido, además, por todo el mundo.
2. Usted y yo sabemos que en materia de educación la democracia dejó de operar. Seguramente, en décadas recientes, su país orgullosamente se afilió a organismos internacionales, aprobando el precio que se pidió a cambio: “El principal requisito para ser país miembro de la OCDE es liberalizar progresivamente los movimientos de capitales y de servicios” (Wikipedia). Y cuando se manda a un representante, es elegido por la cúpula política, y no por el pueblo. Pero son estos organismos los que dictan su visión de la educación a los gobiernos de los países miembros, con repercusiones hasta en el último ciudadano. No obstante, usted siempre debe fingir de llevar la batuta. Cualquier nuevo giro, cualquier nuevo plan, diga que usted lo ideó.
3. En la ideología neoliberal es fundamental la liberalización o, mejor dicho, privatización de más o menos todo, para, de esta manera, abrir paso a los flujos de capitales. Pero para lograrlo, primero hay que adoptar la estrategia opuesta: la de más Estado. El Estado tiene que intervenir masivamente para conseguir que la educación se adapte a esta consigna. Porque hay unos obstáculos en el camino: las constituciones políticas nacionales que garantizan, entre otros derechos en la materia, el de la educación pública. Y los ciudadanos que toman en serio estos derechos. Pero no se preocupe, hay formas muy eficaces para sedar a estos ciudadanos rezongones.
4. La jugada consiste en vender lo malo por bueno o, mejor dicho, de vestir el lobo con piel de oveja.
5. En primer lugar, promueva la participación de su personal. Convóquelo a juntas, discusiones, encuestas. Encárguele los pormenores en el marco de los lineamientos ya decididos. Esto sirve a que piense que su opinión tiene algún peso. Pero eso sí: nunca permita que interfiera en decisiones de fondo.
6. La médula del asunto es el discurso sobre calidad educativa. Sosténgalo siempre que sea conveniente. Este discurso descansa sobre una falsa analogía, ya que equipara la fabricación de un producto industrial con los procesos educativos. Sin embargo, existen profundas diferencias entre ambas situaciones.
Ahora bien, todo el quehacer educativo comprende una serie de elementos que, contrariamente a lo del producto, no pueden expresarse en términos cuantitativos (personalidad de los actores, contexto social e institucional, etc.). Es posible medir el número de respuestas correctas en un determinado test, mas no el impacto que el proceso educativo tiene a largo plazo en el educando.
Por estas razones, todavía hace unos cuarenta años, a nadie se le hubiera ocurrido hablar de “calidad de la educación”. Empezaron los organismos supranacionales a promover el término. Luego, los académicos trataron de entenderle algo. Sin embargo, la calidad educativa escapa a cualquier definición o descripción precisa. Sólo adquiere un referente en un contexto concreto y desde una perspectiva muy específica. O sea, es algo totalmente relativo. Ni siquiera podemos afirmar que los criterios para evaluar la “calidad de un coche” sean los mismos alrededor del globo, de lo contario todos comprarían la misma marca. ¡Mucho más compleja la educación!
Los académicos encontraron que la “calidad educativa” podría describirse a través de otros conceptos, tales como la relevancia, la eficacia, la pertinencia, la equidad y la eficiencia [ii]. Pero ni ellos, ni los políticos lograron ponerse de acuerdo de cómo había que entender exactamente a cada concepto. Nótese que serían necesarios extensos estudios cualitativos para determinar, en contextos concretos, en qué consisten estos conceptos y cómo tomarlos en consideración para la educación (habrá que contestar, por ejemplo la pregunta ¿qué puede ser relevante para quién y bajo cuáles circunstancias?). ¡Muy cansado y demasiado costoso!, opinaron los actores políticos. ¿Por qué no medir a todo el globo con un mismo rasero? Es cuando establecieron con mucha arbitrariedad un montón de indicadores, bueno, ni tan arbitrarios, ya que estos indicadores miden precisamente lo que a ellos, por alguna u otra razón, les conviene: Más egresados, más pruebas estandarizadas, más programas por competencias, etc. ¡La calidad educativa está a disposición! Por eso ahora se tiene a todas las instituciones midiendo hasta las tazas de sus baños, midiendo a miles de cosas que no dan cuenta de nada bueno, sino tan sólo de la habilidad de generar lo que va a medirse. Y al final del camino está haciendo señas el dinero.
El cerebro de la gente se encuentra programado todavía a la antigua: asocia la palabra “calidad” con “algo positivo”. Es un concepto estático que da cuenta de las características de un producto. Y no puede ser de otra manera, ya que los conceptos dinámicos que se usan en el mundo empresarial (enfoque de calidad total) son bastante abstractos, difíciles de aprehender, en breve: el dominio reservado de algunos especialistas.
¿No es maravilloso? Es precisamente lo que le permite alzar su bandera ante alumnos y padres de familia. Y colar por debajo lo que desde arriba le ordenen. Por lo tanto, en el nombre de la calidad, hoy en día se puede encomiar como bueno, lo que de bueno no tiene nada: titulaciones masivas, por ejemplo, o publicaciones chatarra. Simplemente póngale una etiqueta con la leyenda “calidad”.
7. La herramienta para su “enseñanza de calidad” serán las competencias. Le ofrecen muchas ventajas a la hora de buscar la mercantilización de la educación. Según un estudio, son fijaciones ad hoc sin fundamentos teóricos ni empíricos, fácilmente adaptables a las necesidades del momento[iii]. Invalidan toda teoría humanista de la enseñanza, eliminando los contenidos concretos y los objetivos que no dejan traducirse a su lenguaje. Las competencias le ayudarán a confeccionar los educandos según las necesidades de los empleadores (las necesidades actuales, por supuesto, las de mañana, quién sabe). Puras maravillas, pues. Y lo mejor es que con el énfasis que ponen en el mundo concreto, en lo medible y observable, debilitan al mundo de la subjetividad, hasta que, algún día, habrán logrado borrar los horizontes donde pudieran gestionarse alternativas. Promueva las competencias como si fueran la coronación de la historia de la pedagogía. Y oculte que con ellas, en realidad, ya nos encontramos fuera de cualquier tradición pedagógica centrada en el educando, y no en su instrumentación.
Si usted logra observar estos consejos, será un excelente jugador en el sistema educativo neoliberal. Habrá logrado tapar que se encuentra bailando al ritmo del dictado de algunos actores globales que tan sólo buscan adiestrar a sus educandos en beneficio de sus propios intereses. Todos creerán que usted sí se preocupa por el futuro de estos jóvenes. Habrá logrado contribuir a pervertir el sentido mismo de la educación. Puede reírse taimadamente. Usted sí saldrá ganando.
[i] Kathrin Harmann: Nachhaltigkeits-Blabla. En Der Spiegel 38/2015. Trad. por mí.
[ii] Carlos Muñoz Izquierdo (2009): ¿Cómo puede la educación contribuir a la movilidad social?: resultados de cuatro décadas de investigación sobre la calidad y los efectos socioeconómicos de la educación (1968-2008). México: Universidad Iberoamericana, p. 29.
[iii] Véase Jochen Krautz (2011): Bildung als Anpassung? Das Kompetenz-Konzept im Kontext einer ökonomisierten Bildung. Fromm Forum 13/2009, pp. 87-100.
Profesora universitaria
heike50@hotmail.com