Vaya vendaval de sucesos que se han dejado sentir, leer y escuchar, en torno a la iniciativa que el pasado 12 de diciembre, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, firmó con la intención de cancelar la mal llamada reforma educativa que impulsó el “gobierno” peñista. Desde luego, lo que más polémica causó, fue la inminente desaparición del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), y puede que haya razón en ello. Sin embargo, habría que poner atención en varios hechos y no solo en éste puesto que, como tal, la caída de esa reforma puede entenderse a partir de lo que a continuación le expongo.
Como sabemos, con el Pacto por México, surgió una serie de “reformas estructurales”, entre ellas, destaco (porque es la que nos ocupa en estos momentos) la que en el sexenio pasado fue conocida como “la mal llamada reforma educativa”.
De su implementación en el año 2013, resultó modificada la ley General de Educación, así como también, las normas que ya regían al INEE quien, en palabras concretas, pasó de ser un instituto que generaba información sobre el quehacer educativo de los maestros y maestras de México, para diseñar y realizar las mediciones que correspondían a los componentes, procesos y resultados del sistema, o bien, a la expedición de los lineamientos a los que se sujetarían las autoridades educativas federales y locales para llevar a cabo las funciones de evaluación, y que muchos maestros llegamos a conocer, por ejemplo, como la evaluación punitiva que definía la permanencia en el servicio docente. Ojo, menciono que este instituto diseñaba y realizaba mediciones y expedía lineamientos para la evaluación, pero en los hechos no aplicaba las evaluaciones, porque este ejercicio le correspondía a una figura que solo figuró para despedir a los maestros; me refiero a la Coordinación Nacional del Servicio Profesional Docente (CNSPD). No obstante, el INEE jamás se pronunció en contra de la aplicación militarizada de la evaluación docente.
Así, no obstante esta serie de modificaciones reglamentarias que, en el papel pintaron un escenario diferente y cuyos resultados impactarían directamente en el escenario educativo, puesto que a través de éstas se lograría al fin la tan anhelada calidad educativa, las cosas no tuvieron un final feliz, al menos para los funcionarios que, en su momento, intentaron posicionar un proyecto que, debo decirlo, nació muerto desde el principio. Y es que recuperar la rectoría de la educación (eje que abanderó el sentimiento reformista de Peña Nieto), dejó de lado los derechos de los trabajadores de la educación, adheridos al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y, desde luego, lo más importante: la educación que deberían de recibir millones de niños, adolescentes, jóvenes y adultos a lo largo y ancho del territorio mexicano. Craso error entonces, fue comenzar con asegurar el control del magisterio a través de las leyes que fueron aprobadas por las Cámaras de representantes.
Como bien sabemos, si la intención era tener un cambio profundo en el medio educativo, éste tuvo que comenzar con los procesos formativos y con una profunda profesionalización de los maestros. Así de simple y así de complejo. ¿Por qué no se inició con ese proceso para después, dar paso a las modificaciones legales que pudieran lograr el propósito que se plantearon en las oficinas y/o instituciones gubernamentales? A ciencia cierta no lo sé, pero lo que sí puedo afirmar con certeza, es que estos individuos, cuya ideología neoliberal y tecnócrata los caracterizó de principio a fin, no vieron más allá de sus propias narices y, mucho menos, escucharon a quienes desde un inicio tuvieron que haber escuchado: a los maestros. ¿El resultado? Considero puede explicarse, a partir del triunfo de López Obrador el 1 de julio.
Una reforma que nació sin escuchar a los maestros. Un INEE que no hizo uso de su autonomía y de las demás facultades que la ley le otorgaba. Una CNSPD que aplicó a rajatabla el mandato legal que la constituyó como tal. Un SNTE que nunca defendió a los maestros. Un modelo educativo que nunca fue prioridad del gobierno y que conocimos al final del sexenio; fueron algunos de los aspectos que propiciaron la caída estrepitosa y brutal del proyecto peñista.
Ahora bien, por lo que respecta a lo que hemos conocido en los medios de comunicación, en cuanto a la iniciativa que el Presidente Obrador ha mandado a la Cámara de Diputados, debo decirlo, ha generado una incertidumbre sensata, porque si bien es cierto que en ésta se ha propuesto la revalorización del trabajo docente, también hay ciertas dudas en cuanto al cómo es que se va a lograr tal propósito. Cierto, se habla de un Centro Nacional para la Revalorización del Magisterio dirigido por un Consejo Consultivo; de priorizar la formación del profesorado; de la eliminación de la evaluación (punitiva) de permanencia; de la creación de 100 universidades; de “retomar” algo que hace décadas conocimos como Carrera Magisterial; pero, insisto, hasta el momento, no se ha hablado de los cómo se lograrán cada una de estas propuestas.
Es “esperanzador”, hasta cierto punto, el que se haya puesto atención en la formación del profesorado. De hecho, si hablamos de procesos de formación, éste, desde mi perspectiva, es el más importante. ¿Sabe usted cuántos y bajo que programas educativos fueron formados los maestros de México? Si desea un ejemplo sencillo, y que recupero de mi propia experiencia: en una escuela primaria (por ejemplo) de organización completa, llegan a concurrir en un mismo tiempo, docentes con 40, 30, 20, 10, 5 y 1 año de servicio. Ahora bien, si consideramos que todos estos profesores se formaron en escuelas normales, ¿sabe usted bajo qué programas educativos fueron formados? Y, lo que es peor, ¿sabe usted cuál ha sido la capacitación, actualización y profesionalización que han recibido a lo largo de su trayectoria profesional? Caso concreto, en el sexenio anterior, habría que recordar los datos que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) arrojó hace unas semanas, en cuanto al gasto que el propio ex Secretario Nuño empleó para posicionar su imagen y no para capacitar a los maestros.
Conocer las instancias que serán las formadoras (profesionalizantes) de los profesores a partir de la propuesta de Obrador y compañía, es menester básico, pero también, el que se aterricen los conceptos que se derivan de las corrientes pedagógicas y de las teorías educativas existentes. El lastre que en el medio educativo se ha observado en este sentido, es que si bien es cierto que los contenidos, conceptos, corrientes y teorías muchas veces son acordes a lo que se espera abordar en un curso, taller, seminario, etc., quienes se encargan de “bajar” esas cuestiones, no tienen ni la más mínima idea de ello.
Ojalá, y lo digo como un buen deseo, Moctezuma Barragán, haga caso a las propuestas que emanaron de los foros en los que él estuvo presente. La reforma de la reforma que ahora proponen, desde este punto de vista, puede rendir frutos. La pregunta en todo caso sería: ¿lo hará en lo sucesivo?
Con negritas:
Recién se ha dado a conocer el presupuesto de egresos y, hasta el momento, la UNAM, UAM y el IPN, además de las Universidades estatales, no han visto con buenos ojos la reducción presupuestal que a cada una de éstas les han aplicado. Sería bueno que, desde la Secretaría de Educación Pública (SEP), se explicaran dichos recortes y en qué se va a aplicar el recurso. Los argumentos deben ser lo suficientemente sólidos porque, de lo contrario, el actual Secretario estaría ante el primer gran reto de su administración que, dicho sea de paso, tiene un pendiente muy importante, en la designación de un nuevo titular en la oficina de la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (DGESPE), ¿se imagina si al movimiento que las universidades están emprendiendo en estos días se les unieran las más de 260 escuelas normales, incluyendo a la Pedagógica Nacional, los Centros de Actualización del Magisterio, entre otras.
Al tiempo.