Luis Alan Acuña Gamboa
Nuestro planeta, la Tierra, y toda la vida que en esta habita morirá en 5,000 millones de años aproximadamente. Esto sucederá cuando el Sol haya consumido la totalidad de su hidrógeno y no pueda fusionar más de su núcleo, y se convierta en una nebulosa planetaria (Cabadas Contreras, 2022; National Geographic, 2023). Aunque parezca aterrador, son pocas las posibilidades de que la humanidad presencie este suceso natural, puesto que es altamente probable que como especie logremos extinguirnos con demasiada antelación.
Con la llegada de la 3ª Revolución Industrial en 1990 y la famosa World Wide Web, las sociedades mundiales han evolucionado de manera descontrolada. La eliminación de las fronteras naturales y el libre tránsito de las telecomunicaciones han sucedido las relaciones y redes sociales por el mundo de la sociodigitalización. Aunado a esto, resulta evidente que el sistema capitalista engulle las especifidades y necesidades de los contextos locales para conformar un entramado de relaciones de poder y control global donde la economía juega un papel fundamental en el orden y clasificación de las naciones y de sus ciudadanos.
En otras reflexiones argumento el hecho de que el ciberespacio tiene un poder que no necesita del tiempo ni el espacio. Lo único que precisa es el despojo de significado social de los espacios habitables del ser humano, al punto de reducirlo a un mero terreno físico, al cual no se le otorga ningún valor. Por consiguiente, la existencia de un desinterés total en los últimos años por el cuidado del medio ambiente y de todas las especies que en este coexisten, incluida la humana. Se ha dejado de pensar en el ´otro contiguo´ como una oportunidad de crecimiento personal y social: el ciberespacio nos acerca de los que están lejos, pero nos aleja de los que están cerca (Bauman, 2013).
Sin embargo, el espacio social habitable ha venido modificándose al grado de convertirse en cercas enclasantes, que Steven Flusty denomina “espacios prohibitorios” (Bauman, 2013). Estos espacios tienen como único fin el aislamiento y desintegración de la localidad. Aquellos espacios públicos que sobrevivían; en los que se era testigo de relaciones sociales óptimas, están siendo sucedidos por espacios para el consumo. Este espacio limita y restringe el acceso solo a quienes poseen el capital económico necesario para pagar los apoteósicos objetos de los escaparates (Acuña Gamboa, 2015): A mayor nivel de consumismo, menor cuidado del planeta.
La sociedad globalizada consumista ha venido creando modelos y estilos de la “buena vida” a través de las etiquetas, logos y marcas que las tiendas departamentales y este tipo de sociedad reconocen como objeto de distinción. El capital económico es el principal sistema de enclasamiento en la era posmoderna o moderna tardía donde la felicidad se obtiene, directamente proporcional, al poder adquisitivo, el consumo y compra de artículos latest fashion. Esto ha generado que cada vez más las familias convivan menos y “[trabajen] para pagar, [disfrutando] de la mentira” (Acuña, 2013); mentira en cuanto que, como comenta Bauman (2005), “[…]la mitad de los bienes cruciales para la felicidad humana no tienen precio de mercado y no se venden en las tiendas” (p. 10).
Con base en lo anterior resulta necesario evidenciar que desde finales del siglo XX y lo que va del XXI, los sistemas educativos a nivel mundial se han estructurado y alineado cada vez más con las dinámicas e intereses económicos globales. Como prueba de ello, se pueden analizar los acuerdos del Foro Mundial sobre la Educación 2015 (UNESCO, 2015), en los cuales quedaron representadas las voces empresariales, economicistas y tecnológicas que definen el deber ser de la educación y su calidad al 2030; sin embargo, se evidenció la exigua participación de los actores más importantes en los procesos educativos mundiales; es decir, docentes, investigadores e intelectuales del campo (Acuña Gamboa, 2018). Esto ha incrementado las posibilidades de ser testigos del gran apagón pedagógico global que años atrás han expuesto especialistas en el campo educativo (Acuña Gamboa, 2018; Bonilla-Molina, 2016; Colectivo de actores clave en educación, 2015).
Este apagón pedagógico global (APG) se define como la imposibilidad de formar capital humano que responda, desde una perspectiva crítica e integral, a las necesidades y problemas sociales presentes y futuros a través de los sistemas educativos. México es ejemplo claro de reformas educativas donde la marca partidista es el punto nodal para su realización; en otras palabras, las reformas y políticas del sistema educativo mexicano (SEM) no logran superar la barrera de los seis años, salvo contados casos, donde estas acciones políticas responden más a los egos de los representantes políticos que de las necesidades socioeducativas de la población, aunada a la vorágine fugaz de avances tecnológicos diseñados y aplicados para la laxitud educativa. En este sentido Bonilla Molina (2016, p. 100) asevera que “no es osado ni delirante plantear que de continuar esta tendencia al APG capitalista en educación, en las próximas décadas podrían desaparecer la escuela y la escolaridad como las hemos conocido en los últimos siglos”.
El uso e implementación de las prerrogativas universales de la 4ª Revolución Industrial (Schwab, 2016), como la inteligencia artificial, han llegado a posicionarse como elementos fundamentales en los procesos educativos de aprendizaje a nivel mundial. El desarrollo de aplicaciones móviles mediadas por inteligencia artificial es el trending topic en el escenario educativo actual, donde el estudiantado enfoca sus energías para el cumplimiento de las actividades escolares relevantes para su formación socioeducativa y profesional. Chat-GPT, RoboAI y Nova son algunas de las modas educativas en tendencia para la realización de trabajos educativos escritos, tome.app para el diseño de presentaciones interactivas sobre temas específicos, son evidentes eufemismos de desinterés y apatía por parte de las y los estudiantes a nivel mundial, y de parca formación docente de cara a las nuevas tecnologías.
Estas nuevas relaciones entre docentes y estudiantes están propiciando que los sistemas educativos enfermen de forma terminal; la comunidad estudiantil que considera cada vez más la innecesaria asistencia a la escuela para aprender y desarrollar “conocimientos” versus el claustro docente que poco o nada está proponiendo de cara a los retos de la profesión en las sociedades tecnologizadas de la primera mitad del siglo XXI, provocará que en pocos años (2050) se gesten cambios abruptos por lo que entendemos por educación y sistema educativo, así como por el rol de los principales actores. Si bien es cierto que las sociedades y sus respectivas necesidades e interés son cambiantes, es preciso sopesar los beneficios que dichos cambios significarán para las nuevas generaciones, de lo contrario se puede caer en un abismo sin retorno hacia sociedades hiperconectadas con la internet pero desligadas de su realidad social física; es decir, de nuestro planeta.
Existen referentes tanto de otrora como actuales en los que se evidencia cómo será la humanidad del futuro: la división de las clases sociales y su desarrollo en laboratorios, así como el soma como garante de felicidad de Aldous Huxley (2020); los sistemas tecnológicos de vigilancia y control social de George Orwell (2013); en la actualidad, las historias vividas de las nuevas problemáticas sociales vistas a través del avance tecnológico y las redes sociodigitales de Charlie Brooker (2011-2023), son espacios que han y continúan generando incertidumbre entre las personas que analizan la realidad social desde una perspectiva crítica.
La educación está transformándose a partir de las tendencias e intereses del orden global de la economía y la tecnología (Bonilla-Molina, 2016); en este sentido, como humanidad nos encontramos en escenarios sociales marcados por la incertidumbre, entendida esta como el temor, la ansiedad y estrés que genera la imposibilidad de prever acciones o problemáticas del futuro a corto, mediano y largo plazo. En otros espacios he argumentado que “si bien la incertidumbre nos posiciona con cierto grado de desconocimiento hacia los eventos futuros, en el plano educativo debe concebirse como la capacidad de proponer acciones o ejes de intervención resilientes en torno a problemas o escenarios de crisis” (Acuña-Gamboa, 2022, p. 129).
Los grandes males públicos globales como el deterioro de nuestro planeta y la generación excesiva de basura tecnológica, generan incertidumbre sobre el futuro de la humanidad en la Tierra por lo cual deben ser puntos nodales en el desarrollo de planes y programas de estudio en todos los niveles educativos del SEM; empero, para que esto pueda realizarse, es necesario que los actores claves de la educación, las y los docentes, se aventuren en un proceso de reconfiguración de la práctica profesional. En México, nos encontramos ante la aplicación de un nuevo modelo educativo con intereses en el desarrollo integral de las y los alumnos de educación básica y media superior, planteándose proyectos educativos que se encaminan a la comprensión y toma de conciencia de la realidad social a través de la consolidación de campos formativos que se orientan al logro de la excelencia educativa; empero, para que esto sea una realidad se precisa que la comunidad docente implemente, desde mi perspectiva, cuatro ejes formativos fundamentales para la enseñanza contemporánea: 1) El docente como conocedor y crítico de la realidad social; 2) Del docente consumidor al docente creador de contenidos educativos; 3) De las TIC a las TICCAD: El camino que debe transitar el docente del siglo XXI; y 4) El retorno de la Filosofía a la práctica docente.
El docente como conocedor y crítico de la realidad social.
Uno de los grandes problemas en el ejercicio de la docencia es la preferencia por la memorización y mecanización de la información. Los estudiantes desarrollan una especie de ecolalia académica que les permite aprobar exámenes, y posteriormente a esto, desechar dicha información por su nula relevancia. En este sentido, hay dos preguntas por responder: en primer lugar, ¿cómo intercambiar la información por conocimiento? En segundo lugar, ¿cómo hacer los contenidos académicos atrayentes para el estudiantado? Aunque separados, estos cuestionamientos tienen un mismo origen en su respuesta.
Para superar las condiciones mecánica y memorística de los contenidos académicos, es preciso que a estos se les dote de contexto y se enaltezca su valor social para dar respuesta a problemas, necesidades y exigencias del espacio en el que se desarrollan los alumnos. Sin lugar a dudas, el aprendizaje situado –entendido como la oportunidad de aprehender la realidad con fines didácticos y pedagógicos en el desarrollo de conocimientos por y para el contexto en el que se aplicarán (Benavides et al., 2009; Villavicencio-Martínez y Uribe-Bugarín, 2017)– es una excelente oportunidad para posicionar al estudiante ante los retos y necesidades de su contexto inmediato; sin embargo, para lograr esto es necesario que los docentes sean conocedores y críticos de la realidad mediata e inmediata. Así, la incertidumbre se posiciona como aspecto relevante en la creación de escenarios educativos presentes y futuros, tanto como corriente pedagógica alineada al desarrollo del pensamiento crítico en docentes y estudiantes, como actividad de toma de conciencia de la realidad social. En otras palabras, el modelo de Aprendizajes Basados en la Incertidumbre obliga al docente a una constante reflexión, contraste y crítica de su realidad en aras de ubicar su práctica y los contenidos educativos en modo dinámico.
Del docente consumidor al docente creador de contenidos educativos
Como se ha comentado anteriormente, los sistemas educativos, siendo fieles a sus preceptos de reproductivismo socioeducativo, se han adentrado en el campo de los mercados y sus tendencias para hacer de los procesos de enseñanza y aprendizaje un objeto adaptable a merced de las exigencias y necesidades de los clientes potenciales (estudiantes), un talante subrepticio para mejorar las estadísticas en la materia. En estos escenarios educativos marcados por la mercadización, la práctica docente se reconfigura bajo los principios de la inestabilidad social y profesional, la información altamente volátil de modelos pedagógicos, estrategias didácticas, tecnologías aplicadas a la educación, programas de fortalecimiento académico, por citar ejemplos; todo lo anterior lleva a los docentes a ser, en gran medida, consumidores asiduos –por vocación u obligación profesional– del último grito de la moda educativa. Sin embargo, es evidente que consumir, copiar e instaurar modelos de éxito educativo en países con características tan diferentes sigue siendo la panacea de los sistemas educativos de países en desarrollo como los latinoamericanos, y por lo cual no se alcanza una legítima calidad educativa (Charpentier, 2018; Redacción Nacional, 2019; Shalom, 2017).
El docente creador de contenidos educativos emplea y prioriza los recursos que tiene a su alcance para la generación de objetos de aprendizaje que superan la transmisión, facilitación y reproducción del “conocimiento” curricular; es decir, la creación de contenidos educativos debe: velar por la mediación entre un hecho/problema social actual (sociedad de la incertidumbre); los conocimientos previos de los estudiantes respecto al hecho/problema; la discriminación de la nueva y vasta información de acceso abierto sobre el hecho/problema (sociedad de la información); atravesados por la crítica y reflexión del hecho/problema a partir de la incorporación de los objetivos o logros esperados de las distintas asignaturas de una malla curricular (flexibilidad y transversalidad del currículum). Con base en esto, el acto educativo se transforma para dar cabida al desarrollo de habilidades investigativas y de orden superior del pensamiento, por encima de la inoperante mecanización y memorización en la que se mantiene la consecución de los ciclos escolares en la actualidad. Hacer este cambio representa una responsabilidad compartida entre los sistemas educativos y sus docentes: esto no se logrará si, por decirlo de un modo figurado, la tripulación del barco no rema hacia un mismo destino.
De las TIC a las TICCAD: El camino que debe transitar el docente del siglo XXI
Sin duda, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) fueron pieza fundamental para los sistemas educativos de finales del siglo XX y principios del XXI; empero, ahora se debe comprender que el empleo de las redes sociodigitales es una constante en la vida de nuestros estudiantes, pues es en estas plataformas donde conviven y se relacionan con su entorno social.
El docente del siglo XXI debe asumir estas incertidumbres en su práctica profesional, tanto para orientarla como para redefinirla. No se puede seguir pensando en la información y la comunicación fuera de los escenarios sociodigitales actuales; por ello para el caso mexicano, es necesario hacer hincapié en la urgente transformación del concepto TIC por el de Tecnologías de la Información, la Comunicación, el Conocimiento y el Aprendizaje Digital (TICCAD) que, más allá de una definición superficial del concepto, busca posicionar a los docentes en la necesidad de incorporar las nuevas tecnologías y redes sociodigitales a su talante; apelando a los preceptos de la educación inclusiva, no son los alumnos los que deben adaptarse a la escuela, sino que es la escuela la que debe reconfigurarse a las necesidades e intereses de sus estudiantes.
El retorno de la Filosofía a la práctica docente
Una de las asignaturas olvidadas por el sistema educativo nacional es la Filosofía como eje transversal en los procesos de enseñanza y aprendizaje en todos los niveles. Sin duda, la Filosofía abre muchas posibilidades para la creación de comunidades críticas de aprendizaje donde se debatan problemas o necesidades prioritarias o emergentes que generan incertidumbre en la sociedad. Desde esta perspectiva, la Filosofía como posibilidad pedagógica contribuye al desarrollo de habilidades de pensamiento de orden superior en docentes y estudiantes, posicionando a adultos, niños y jóvenes en la necesidad de discutir temas que han dejado de ser de interés curricular: incertidumbre ante contextos de pobreza, desigualdad social, delincuencia, amenazas médicas y bélicas, vida/muerte, por citar algunos.
Los docentes del siglo XXI deben recuperar los principios filosóficos de la mayéutica socrática para el desarrollo del pensamiento crítico y de conocimientos personalizados en sus estudiantes. Así, con base en el cuestionamiento constante sobre un hecho o situación de incertidumbre social, los alumnos deben tener la posibilidad educativa de dar respuestas propositivas sobre el hecho/problema y, por ende, construir sus conocimientos a partir de sus intereses y reflexiones individuales y colectivas: a esto se le llama comunidad de diálogo. Para llegar a esto, es necesario que docentes y estudiantes empiecen a realizar cambios significativos en su quehacer escolar cotidiano: situar un hecho/problema en el centro de la reflexión áulica, retomar la pregunta detonadora/profunda para su indagación, y posicionar la incertidumbre que esto genera como posibilidad pedagógica y no como adversidad por evitar; estas pueden definirse como las primeras acciones para aproximarse a la compresión del dédalo social, así como para un cambio educativo verdadero (Freire, 2012).
Estamos en un punto sin retorno, la humanidad se acerca a un cambio drástico en todo lo que se concibe por realidad social, un futuro en el que se espera poco más de siete millones de nuevos desempleos como producto de la incorporación de la inteligencia artificial en escenarios laborales que, hasta hace pocos años, eran concebidos solo para la fuerza de trabajo humana (Schwab, 2016). Nuestro planeta y nosotros mismos estamos muriendo de manera vertiginosa; la calidad del aire, de los alimentos, de la vida misma cada vez es peor y poco o nada se está planteando en los escenarios educativos para contrarrestar esta cultura del valemadrismo en las nuevas generaciones (Acuña Gamboa, 2013); por ello, es necesario replantear el fin de la escuela, sobreponerse a la idea de que esta es la institución social reproductora de conocimientos y de clases sociales (Bourdieu y Passeron, 2018), por una mirada más abierta y plural donde se concibe que esta institución es uno de los “… [ámbitos precisos] para combatir prejuicios y problematizar … su cuerpo, su cara y el uso de los placeres, luego la relación del hombre con la natura …” (García Méndez, 2012, p. 41).
Sin lugar a dudas, la educación actual enfrenta grandes retos en la formación y conformación de las nuevas generaciones para contribuir al cumplimiento de los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se planteen en el futuro próximo, puesto que los ODS 2023 ya no se alcanzarán según la ONU (Expansión, 2021). Desde esta óptica, es preciso replantearse los fines y la injerencia de los sistemas educativos a nivel mundial en cuanto al cuidado del medioambiente, puesto que las tendencias se encaminan a convertir a gran parte de la humanidad en autómatas sin rumbo ni propósito en la vida personal, profesional y social (Golub, 2022). Lo que viene es incierto, pero la toma de decisión está en cada una de las personas que se puedan concienciar en su paso por las escuelas; o bien, empezar a revisar las ideas de Ray Bradbury (2020) sobre la colonización de otros planetas a muy corto plazo.
Referencias
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