En este país hemos aprendido que para sacar adelante proyectos educativos, antes deben de pasar por una serie de filtros y negociaciones con las instancias instancias y agencias interesadas, metidas o comprometidas con los contenidos y también con las formas de dichos proyectos.
La agenda educativa del presente no solamente es la inclusión de una serie de temas vinculados con rezagaos, inequidades, falta de claridad en la propuesta de calidad educativa, asuntos ligados con una propuesta de reforma que ha quedado trunca, el asunto del esquema de formación de los nuevos docentes y de los cambios que deberán emprenderse en las instituciones que los forman. No, también pasa por el consensar dicha agenda con las instancias correspondientes: el SNTE a la cabeza, Mexicanos Primero, las asociaciones de padres de familia, los grupos clericales, (conservadores o no tanto), el duopolio televisivo, todos ellos quieren incidir en los acuerdos. En nuestro país la educación se ha convertido en un rico pastel al que todos manosean pero pocos muy pocos se preocupan por atenderlo, cuidarlo, confeccionarlo de vez en vez.
Por otro lado tenemos que la actual coyuntura está copada por una contienda electoral con escenarios inéditos, es muy probable que por primera vez en la historia reciente de nuestro país, un candidato cercano a posiciones de izquierda gane las elecciones y pueda dar un boquete importante a los grupos que tradicionalmente han tenido y mantenido el poder político, económico y también educativo. Pero la educación aparece desdibujada en las propuestas y los discursos de todos los candidatos. El discurso no son las palabras es una forma compleja de irle dando sentido a las intenciones y a las posibles acciones de lo que pudiera ser para la educación y para el país. Hay propuestas que se contradicen en las formas y en los contenidos, hay otras propuestas que con tibieza tratan de mantener una postura “enérgica” con respecto a la actual propuesta de reforma educativa, hay otras que se asocian más con frases populistas, de estar al lado de los maestros, de no afectar sus intereses profesionales, etc. Pero las propuestas y los compromisos no aparecen, por qué, por la complejidad del campo educativo, porque ningún candidato parte de un diagnóstico serio que permita pulsar y moderar sus compromisos de tal manera que no se le reviertan, porque antes necesitan negociar y consensar con los grupos políticos y de interés y lo que saldrá al final, será por fin los contenidos de la propuesta. Parece que todas las cosas se van entremezclando de tal manera que lejos de aclarar complejizan el escenario.
A estas alturas de las campañas no contamos con una política pública seria que mire a lo educativo como un espacio rico en oportunidades la mirada se reduce a lo coyuntural, a lo inmediato, la visión estratégica no existe en los discursos políticos y eso debe preocuparnos.
Los compromisos educativos y el proyecto para el periodo 2018 – 2024, pasan rigurosamente y en un primer momento por alinear al desarrollo educativo con el avance del desarrollo económico, antes que todo debemos ser una sociedad educada y ello primero debe definirse y segundo debe diseñarse la estrategia para lograrlo.
En segundo lugar es necesario desmantelar a los grupos de poder que le han hecho mucho daño a la educación en nuestro país. López Obrador aprovecha cada oportunidad para hablar de que le quitara la pensión vitalicia a los ex presidentes (eso está muy bien), pero nunca ha hablado de los cacicazgos políticos y sindicales que se han enquistado en educación, ni tampoco de las burocracias que también se han enquistado en la SEP.
Y tercero la educación en México debe recobrar su sentido fundacional de ser un servicio público para toda la sociedad y desde ahí moverse y dinamizarse. Es obvio pensar que se requiere justicia y equidad y que la calidad no es una abstracción a la cual se aspire solo de palabra.
La educación pública en México debe mirar hacia arriba, aunque sus políticos siguen aferrados a consumirse en debates de lodo que a nadie benefician.