El presidente Venustiano Carranza instituyó el Día del Maestro en 1918. Fue un acto de reconocimiento a la labor que hacían los docentes que sobrevivieron a la Revolución Mexicana, que trabajaron en épocas y situaciones duras y que hicieron mucho bien en medio de una escasez de recursos apabullante. Pero don Venustiano no quería pagarles más, ni siquiera los deseaba como trabajadores del gobierno federal. Claro, había escasez de recursos fiscales y a los militares no se les podía dejar de pagar.
Entonces, para compensar la falta de salarios, acaso caviló que los discursos podrían servir para “levantar su moral y reconocer su patriótica labor”. Hoy los mensajes edificantes salen sobrando. Hay que poner sobre la mesa elementos programáticos que permitan diseñar una política seria y consecuente del desarrollo profesional de los buenos docentes. Dejemos de hablar del magisterio como una unidad monolítica.
El universo docente del México de hoy no es homogéneo. El sistema educativo está poblado por un conjunto híbrido de maestros que actúan y piensan diferente. El primer grupo lo conforman decenas de miles de buenos maestros, personas dedicadas y cumplidas que hacen hasta lo imposible por desempeñar con sus labores, aunque estén sujetos a controles absurdos, tanto de la burocracia como del sindicato. Y hacen su trabajo con gusto, con pasión. Son profesionales. Ellos dan lustre a la carrera docente. Son la parte luminosa del sistema, quienes impiden que se derrumbe.
Al otro lado del arcoiris están los chambones e impresentables, muchos de ellos comisionados a labores sindicales o dedicados a la grilla; no están en las aulas, acaso en alguna legislatura, y no se cansan de clamar su defensa de la escuela pública, del nacionalismo y su oposición a las reformas neoliberales. Podrán formar parte de las camarillas “institucionales” adheridas a las órdenes del gobierno, o de las pandillas “disidentes”, llenas del verbo señero de la izquierda, pero con alma conservadora.
Entre uno y otro extremo del espectro hay un cúmulo de tonalidades: docentes que quieren ser buenos, pero no saben cómo; otros que cumplen con los reglamentos por trámite, no se consideran a sí mismos profesionales, sino empleados del sistema; otros que siempre buscan cómo obtener beneficios con el menor esfuerzo y si el servilismo les ayuda, pues son serviles. Y hay otros que son una desgracia para el gremio: violadores, abusivos, absentistas o, para decirlo con palabras rasas, holgazanes.
Los primeros, los maestros ejemplares, son los dignos de elogio, los que se merecen los discurso del Día del Maestro, los segundos deberían ser despachados a sus casas, mas no es sencillo; pongo ese deber ser como un imperativo moral, pero sé que en términos prácticos y legales es imposible.
Sin embargo, no está de más poner algo en el tendedero de los buenos deseos. Podríamos tener al menos tres Día del Maestro. Uno para aquellos que dejan el alma en las aulas, que ponen empeño, que trabajan duro, que su mayor recompensa consiste en la satisfacción del deber cumplido (sin que esto signifique que se conformen con bajos ingresos), y que reciben el homenaje cotidiano de sus alumnos y sus padres.
Otro para aquellos maestros chatarra, vividores del presupuesto, halagadores de funcionarios y de líderes tan venales como ellos mismos. Muchos de ellos aviadores sin escrúpulos, aunque reciten oraciones de Pestalozzi, Montessori o Vasconcelos. A éstos habría que denunciarlos, ponerlos en el banquillo, exhibirlos y tratar (aunque es un poco menos que imposible) que sientan vergüenza por expoliar la educación de los niños mexicanos.
Un tercer día se podría dedicar a esos segmentos intermedios; apuntar que algunos de ellos tienen posibilidades de desarrollo profesional; que la educación nacional necesita de su participación y que con el fin de salir adelante se tienen que aplicar. Sospecho que una buena porción de estos docentes se puede rescatar utilizando los filos edificantes —pocos, pero existentes— de las nuevas leyes. Otros son casos perdidos.
No obstante, los buenos deseos no tienen asidero. El jueves se repetirá el guión diseñado por Venustiano Carranza: será otro Día del Maestro. Pero será exiguo para elevar la moral de los docentes. ¡Andan de capa caída!
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana
Publicado en Excelsior