Los acontecimientos recientes han subrayado, una y otra vez, el vacío de la propuesta educativa; y se han tornado cada vez más negligentes y aberrantes. La atrocidad se presenta, de día y de noche, en la represión de movimientos que están en contra de la aplicación de la reforma laboral, para el sector educativo.
La evaluación docente en México llegó desde la década de los 80, emulando modelos extranjeros para la educación superior. Y con ajustes entre bonos y obligaciones, entre disposiciones y acuerdos, el modelo universitario funcionó hasta cierto punto, durante treinta años, en donde las modificaciones tuvieron un rasgo profesionalizante que incrementó la producción académica y mejoró la calidad del servicio educativo en las universidades. Pero nunca amenazó ni castigó a los docentes universitarios, por eso tuvo éxito.
Años después de impulsar programas de evaluación docente en educación superior, se quiso implementar un programa para evaluar a los profesores de básica, y surgió el programa de Carrera Magisterial, que tuvo buenos objetivos pero malos resultados. Desde entonces, el rasgo de la evaluación se ha mantenido latente en educación básica, pero el esfuerzo por profesionalizar a los maestros ha sido insuficiente. La preparación no ha ido de la mano de la evaluación. Es como si en escuelas públicas y privadas, se impartieran clases de un tema, y se les evaluara otra temática.
Odio hacia todos
La política educativa se justifica en un sentimiento de repulsión hacia todos. No tiene sustento pedagógico. Y la antipatía es para todos, incluso para quienes no están, y quienes no existen todavía.
Odio hacia los maestros normalistas. La política educativa no evalúa el Plan 2012, y ya lo quieren cambiar. No prepara bien a los futuros profesores, y así, es posible que tengan bajos resultados después. Ha retrasado el Plan de Fortalecimiento de las Normales. En cambio, la convocatoria abierta, es una estrategia contra “el monopolio”. Son instituciones que no lucran con la formación docente, como es el caso de las instituciones particulares. Lo que se percibe es que la intención es abrir campo para universidades públicas (que no lucran) y privadas (que sí lucran con el servicio que ofrecen).
Odio a los universitarios. La idea de que todos los que cuenten con un título de educación superior podrán ser profesores, tiene un alto grado de irresponsabilidad. Primero, porque hay formación docente sin costos para gobierno; segundo, porque el sistema educativo tiene deficientes mecanismos de profesionalización en el servicio. No hay formación docente, pero sí evaluación.
Odio a los alumnos. Porque no llegarán profesores preparados, con los recursos pedagógicos y didácticos adecuados para la enseñanza. Tal vez con un cúmulo de saberes, pero sin formas de transmitir. Además, se estará despidiendo a profesores que no entran en esta lógica de medición, y dejan, de inmediato, desatendidos a los alumnos. Recordemos los grupos vacíos durante semanas mientras se asignaban las plazas en orden de prelación.
Odio a los maestros de dos años de servicio. Los maestros de nuevo ingreso, según la Ley General del Servicio Profesional Docente, debieron recibir tutoría, y en muchos casos no fue así. El sistema educativo fue insuficiente para atender este rasgo que se evaluará en unas semanas. Y existe incertidumbre, porque no hay claridad, no se sabe si ellos tendrán las tres oportunidades de evaluación que marca la LGSPD, o sólo una.
Odio a los maestros de más de tres años de servicio. No se ha impulsado una política para actualizar y mejorar el perfil de los maestros en servicio. Y cuando llegue la evaluación de permanencia, no se evaluará el desempeño.
Odio a los futuros maestros jubilados. Ya no hay régimen de pensiones. Y los servicios de salud, que son imprescindibles para los profesores que batallaron tantos años en condiciones adversas, se vuelven precarios y negados.
Odio a las autoridades locales. Porque tienen que aplicar una Ley negligente, y se tienen que enfrentar contra los compañeros de trabajo de años, y ahora se tienen que enemistar por la aplicación de la Ley.
Odio a los padres de familia. Los que apoyan a los maestros inconformes, y los que tendrán que velar por sus hijos cuando sean atendidos por profesores que no tienen el perfil para la docencia.
Odio a los maestros callados. Son maestros que también se sienten sometidos y evaluados en medio de la fuerza pública. Pero que se han mantenido en silencio, mientras llega la oportunidad de ejercer un voto de protesta.
Odio a los resultados electorales. Porque han castigado al partido en el gobierno, y han perfilado una debacle previsible.
Odio al cargo de secretario. Porque es el que tiene que dar la cara de opresor. Aplicando una Ley que no diseñó, pero que tiene que defender. Mientras detrás opera la maquinaria de la represión, que también va oprimiendo su aspiración política.
Odio al INEE, porque se le encargó una evaluación docente minuciosa y pormenorizada. Pero sólo ocupó el nombre y prestigio de los académicos, para imponer un examen estandarizado, y decir que así se evalúa el desempeño.
Odio a los manifestantes y líderes. Que “casualmente” tenían órdenes de aprensión, y ahora están en proceso penal.
Odio a los que no aceptan el calendario escolar de 185 días.
Odio al tiempo, que se agota y que no dará espacio para odiar a más.
La ingobernabilidad salta a todas luces. La poca educación es de las autoridades federales que no aplican los principios democráticos y el respeto a los derechos humanos. Hay una hipnosis entre los funcionarios por pensar que esta ley arbitraria puede operar con una sana relación entre gobernantes y gobernados. Así como se propusieron modificaciones a la legislación educativa, así se puede perfeccionar la propuesta.
Muchos piden negociar la reforma. Los profesores callados, los profesores en las calles, los investigadores y académicos universitarios han pedido mesa de diálogo. Los de experiencia educativa se oponen, los expertos en la materia reprueban la reforma. Y el secretario ha fallado en más de tres oportunidades.
Twitter: @pluralidad
Jefe de redacción de Voces Normalistas. Conductor del programa Dimensión Educativa, en Radio Ciudadana, 660 AM.