La llamada reforma “educativa” colocó al magisterio en la incertidumbre y la precariedad laboral. Ahora la promesa del presidente electo de “abrogar, derogar o abolir la mal llamada reforma educativa” ha colocado en la incertidumbre también a las autoridades educativas, y ha agregado otra fuente de incertidumbre en el magisterio. Ahora la incertidumbre campea en todo el sector educativo, tanto en el magisterio como entre las autoridades educativas federales y estatales.
En ese contexto, la sola posibilidad de que el INEE sea reformado o de que pase a mejor vida, ha llevado la incertidumbre también a esta institución. Hasta ahora, el único actor de peso que ha salido en defensa del INEE ha sido Mexicanos Primero. Por eso, en los últimos días, algunos funcionarios del INEE han estado buscando desesperadamente también el respaldo del magisterio y los investigadores educativos.
Durante seis años el INEE descalificó y despreció las críticas y propuestas que le hicieron miles de maestros, maestras e investigadores educativos de todo el país. El INEE incluso descalificó personalmente a las maestras, maestros e investigadores que se atrevieron a criticar o a rechazar la reforma “educativa”, tildándolos de “ignorantes”, “partidarios de la herencia y compraventa de plazas” y, en general, “partidarios del régimen de corrupción”. Pero ahora, desde su soledad, el INEE los está buscando para que lo apoyen, porque siente amenazada su existencia.
Creo que el INEE ha equivocado su estrategia de salvación, si es que su existencia se encuentra realmente en peligro de extinción.
Tal vez, en la coyuntura actual, lo primero que debe hacer el INEE es pedir disculpas porque durante cinco años, desde la soberbia de su autonomía constitucional, ha despreciado y descalificado al magisterio mexicano, y sólo ha escuchado la voz de sus amos: la Secretaría de Educación Pública (SEP) y Mexicanos Primero.
Después, lo que el INEE debe hacer es abandonar la estrategia de responsabilizar a la SEP de todos los errores que se cometieron en la implementación de la mal llamada reforma educativa, cuando el propio INEE los pudo haber evitado, si no se hubiera limitado a convalidar todo lo que venía desde la propia SEP.
El INEE también debe abandonar su visión dogmática sobre la llamada reforma “educativa”: todo está bien, sólo tiene problemas de implementación (que, por cierto, según el INEE, no es responsabilidad del INEE, sino de la SEP y de las autoridades educativas de los estados). ¿Por qué el INEE no se plantea, aunque sea como una mera hipótesis, la posibilidad de que las cosas son al revés? ¿Por qué el INEE no se plantea, aunque sea por un instante, que la implementación de la reforma fracasó principalmente porque la llamada reforma educativa está mal desde los supuestos mismos de los que partió su concepción y diseño? Pero, no, para nuestros colegas de la Junta de Gobierno del INEE, eso no se puede plantear ni siquiera como hipótesis, porque se desmorona el dogma, que tal parece que está prendido con alfileres que tienen que ver más con los intereses que con la fe, porque, me consta que la mayoría de los miembros de esa Junta no son tontos y algunos de ellos son grandes investigadores educativos. ¿Por qué, me pregunto, siendo tan talentosos, suscriben una idea tan simplona y falsa como la de que el sometimiento del magisterio a la piedra de los sacrificios de la evaluación es el mejor camino para acceder al Dios de la Calidad, entendida como el máximo logro en los aprendizajes de las niñas, niños y jóvenes del país? ¿Y qué tal si ese Dios no existe? ¿Y qué tal si ese Dios sí existe pero la evaluación simplemente no es el mejor camino para acercarse o congraciarse con ese Dios? ¿Y qué tal si la evaluación, en vez de acercarnos, nos aleja de ese Dios? ¿Y qué tal si la calidad y la evaluación, tal y como fueron definidas por la reforma, sólo fueron inventados por alguien sólo para controlar política, administrativa y laboralmente al magisterio?
El INEE también debe abandonar sus respuestas burocráticas (“lo dice la Ley”) a cualquier planteamiento de suspender las evaluaciones de los docentes, cuando proviene del magisterio, y su buena disposición para convalidar la suspensión y el aplazamiento de las evaluaciones de los docentes (aunque se contravenga la Ley), cuando la decisión proviene de la SEP y porque así conviene a los intereses político-electorales del gobierno que, por fortuna, está llegando a su fin.
Finalmente, el INEE debe comenzar a escuchar al magisterio y a los investigadores educativos, a los que tanto ha despreciado, y hacer una auto-evaluación profunda y sincera sobre su propio desempeño como órgano constitucionalmente autónomo, como máxima autoridad en materia de evaluación educativa y como uno de los dos principales responsables (junto con la SEP) de la gestión del SPD.
A partir de esa auto-evaluación, el INEE puede esbozar una propuesta sobre su propio futuro, que incluya una profunda reflexión sobre si es bueno o no para el sistema educativo (y para el país) la supervivencia misma de ese Instituto, tal y como ahora existe. O si no sería mejor que el INEE volviera a ser una institución mucho más pequeña, menos costosa y sin las amplias atribuciones que se le otorgaron con las reformas constitucional y legislativas de 2013. En otras palabras, el INEE debe plantearse en serio, si no convendría más al país, al sistema educativo y al propio INEE, volver a ser lo que fue durante su primera década de existencia.
Desde mi punto de vista, el INEE, ha desarrollado desde sus orígenes funciones muy importantes en el campo de la evaluación educativa y en la sistematización, análisis y difusión de la información educativa. Estoy convencido de que, en general, todo eso lo ha hecho muy bien y, a veces, de manera excelente.
Aunque no estoy seguro de que todo ese trabajo formidable haya servido mucho para que las autoridades educativas mejoren la política y los programas educativos, sin duda el INEE ha hecho una gran contribución al mejor conocimiento del sistema educativo mexicano. En otras palabras, no estoy seguro de que, a lo largo de todo ese tiempo, el INEE haya contribuido a mejorar las políticas y los programas educativos, pero sí estoy seguro de que ha contribuido significativamente a enriquecer los trabajos de investigación educativa. Esto deberá ponderarse, no sólo en función de la calidad de las aportaciones del INEE, sino también en función de su costo presupuestal en un sistema educativo que siempre adolece de escasez de recursos presupuestales. (Esto, por supuesto, lo dejo en mejores manos)
Sin embargo, hasta ahora, el INEE no ha estado a la altura de su nuevo estatuto jurídico-administrativo ni de las nuevas responsabilidades que le otorgó la reforma de 2013. El INEE no ha estado a la altura de las expectativas que provocaron su autonomía constitucional, su papel como máxima autoridad en materia de evaluación educativa y su papel como uno de los dos principales órganos del Estado (junto con la SEP), en la gestión del Servicio Profesional Docente (SPD). Aún más, el INEE tampoco ha estado a la altura de las grandes expectativas que generó la integración inicial de su Junta de Gobierno, con notables investigadores educativos.
Por todo eso, pienso que ahora no es el momento de hacer pronunciamientos para la defensa del INEE.
Por todo eso, pienso que ahora es el momento de la evaluación del desempeño del INEE, comenzando por la evaluación que INEE deberá hacer sobre su propio desempeño. El INEE tiene ahora la oportunidad de hacer la auto-evaluación que la reforma “educativa” le negó al magisterio mexicano.
Por todo eso no voy a dar mi firma para la defensa del INEE. Pero con muchísimo gusto la daría para exigir al INEE que haga una evaluación sobre su propio desempeño.