¿Qué opinaría si le mostraran, con datos, que ahora la humanidad vive mejor que hace 200 años? ¿Cómo se sentiría si alguien sostiene en un estudio histórico que el capitalismo ha funcionado mejor para generar riqueza que los experimentos comunistas, anticapitalistas o revolucionarios de los últimos años? Esto hace precisamente el doctor Macario Schettino en su libro más reciente intitulado, El fin de la confusión (Paidós, México, 2014), cuyo análisis sirvió para abrir los cursos de la Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ).
Una de las razones para invitar al doctor Schettino a la UAQ es que, frente a la amplia gama de académicos, investigadores sociales, opinadores públicos, intelectuales, y comentócratas, el trabajo de Macario sobresale por sostener empírica y sólidamente sus argumentos, por atreverse a decir cosas fuera del establishment académico —no busca ser popular ni políticamente correcto— y además, es didáctico al explicar sus tesis económicas, no siempre fáciles de explicar o comprender a la primera.
El fin de la confusión presenta interesantes argumentos sobre qué han hecho, a lo largo de los últimos dos siglos, algunas naciones para progresar económicamente — o para retroceder. Es un libro que echa mano del análisis histórico, la evidencia empírica y el método comparativo para sostener que si queremos seguir por el camino del crecimiento habrá que promover las ideas de la modernidad liberal que consisten en querer generar riqueza, rechazar socialmente los privilegios, así como construir un Estado fuerte limitado por la ley y responsable frente a los ciudadanos.
Esta clara toma de posición seguramente va a generar polémica, adhesiones y puntos encontrados. Si usted cree en la utopía, el nacionalismo revolucionario, en las posturas anti eurocentristas o en la postmodernidad —o mejor dicho, en la Antimodernidad (Habermas)—, los argumentos del doctor Schettino le van a incomodar. No importa, este libro es para discutirlo, refutarlo y aprender a dialogar.
Uno de los puntos más atractivos del texto es el lugar que Macario Schettino le otorga a las ideas, ideología, o creencias para actuar y tomar decisiones que afectan la vida de la gente y de los países. Las ideas, piensa el autor, pueden determinar el funcionamiento de la sociedad. Karl Marx, al contrario, pensaba que eran las relaciones sociales de producción las que delineaban los contornos de la sociedad. Entonces, si las ideas y las creencias tienen una función tan importante en los procesos de desarrollo —incluso por encima de las instituciones—, qué mejor que sea en la universidad en donde estas ideas o creencias se debatan y cuestionen. Pero hay un problema. Las creencias son difíciles de cambiar tal como han observado teóricos de las políticas públicas como Paul A. Sabatier y además, tienen una naturaleza particular como lo ha hecho José Ortega y Gasset.
Según el destacado filósofo español, no llegamos a las creencias “por un acto particular de pensar”, no son pensamientos que tenemos, sino ideas que somos y precisamente por ser creencias “radicalísimas” se confunden para nosotros con la realidad misma— son nuestro mundo y nuestro ser (Ortega y Gasset). En la creencias, dice el filósofo, se está y son éstas las que nos tienen y “sostienen” a nosotros.
Si las creencias tienen una naturaleza particular y, por lo tanto, son difíciles de cambiar, ¿no será el fin de la confusión una genuina pero ideal aspiración? No; el libro muestra que en México, pese a la “industria del pesimismo”, hemos cambiando nuestros encuadres ideológicos para pensar mejor los cambios que el país necesita. Si esto es verdad, ¿qué papel han desempeñado las universidades para sustituir ideas (o creencias) que no funcionan para el bienestar y el desarrollo? ¿En verdad la academia y la intelligentsia mexicana han cumplido con su misión de ayudarnos a razonar para ver las cosas más claramente o también han contribuido a profundizar la confusión? Habrá que responder sin apasionamientos y pasar del lamento al pensamiento.
Pero para crecer económicamente hay que desearlo y no estoy seguro de que en México seamos plenamente conscientes de ello o si sólo es una fe en el progreso. Gabriel Zaid nos ayuda a despejar la incógnita sugiriendo que debemos “distinguir entre el progreso, la conciencia (laudatoria o crítica) del progreso, la fe en el progreso (como providencia divina, ley natural o ley histórica) y la voluntad de progreso (ciega o autocrítica)”. Y no todo esto surgió al mismo tiempo, remata el intelectual mexicano.
Creo que el libro del profesor Macario Schettino nos ayuda a desarrollar precisamente esa conciencia crítica del progreso, no suscribe ni una fe ni mucho menos una voluntad ciega en el porvenir, pero habrá que seguir discutiendo este tema para enriquecer la visión del futuro que tienen los jóvenes universitarios.
Twitter: @flores_crespo