Mucho hemos escuchado sobre lo que ocurrió durante los lamentables hechos con respecto a los movimientos telúricos del 7 y 19 del mes pasado, en donde se tuvieron, hasta la última actualización, 369 personas fallecidas, entre los que se cuentan los 32 menores y 5 adultos del Colegio Enrique Rébsamen de la Ciudad de México del cual se ha hablado mucho por los medios de comunicación y autoridades educativas de nuestro país.
De lo que poco se ha hablado, es de las 74,499 escuelas de las Entidades Federativas de Guerrero, Hidalgo, Ciudad de México, Michoacán, Oaxaca, Puebla y Tlaxcala que han tenido que ser revisadas y hasta el momento se les ha emitido dictámenes de seguridad estructural que les han permitido volver a clases.
Más allá de los 13 mil 650 millones de pesos que, a decir de la Secretaría de Educación Pública (SEP) costará la reparación de las 15,000 escuelas que resultaron con daños parciales y severos, así como los 577 planteles que habrán de reconstruirse en su totalidad, lo que resulta verdaderamente importante es que, si hacemos un cálculo menor y simplista de 6 docentes por escuela (que deben de ser muchos más), tenemos un total de 90,000 docentes que estuvieron y vivieron junto con sus estudiantes el terror de los temblores de gran magnitud.
En ese momento, cientos de miles de niñas, niños y adolescentes de los diferentes niveles educativos vivieron el terror de encontrarse en el interior de sus aulas cuando sucedieron los acontecimientos y resulta fundamental entender lo que ya ha se ha mostrado en diferentes videos por medio de las redes sociales, en donde, más allá de la preocupación personal o familiar, para el magisterio en su conjunto, la prioridad del momento fue el desarrollo de los trabajos de contención, cuidado y organización para la adecuada evacuación de las y los estudiantes a un espacio seguro, para luego ser entregados a sus familias.
El daño no es menor pues, a la fecha, el Fondo de las Naciones para la Infancia (UNICEF por sus siglas en inglés), el SNTE, las propias autoridades educativas entre otras organizaciones, han desarrollado esfuerzos específicos para mitigar y establecer estrategias de apoyo, porque, resultado de los hechos ocurridos durante los eventos sismológicos, en los casos más graves, las niñas, niños y adolescentes sufren de insomnio, cambios de comportamiento y otros efectos que pueden llegar a convertirse en traumas que pueden generar daños colaterales.
La posibilidad de que dichos estudiantes se encuentren de regreso a clase luego del momento vivido en el interior de sus escuelas, atraviesa por las extraordinarias labores de trabajo emocional y atención especial que se les ha dado por parte de quienes son sus maestras y maestros quienes, de manera profesional y superando sus propios temores hacen sentir la seguridad para que las clases fluyan de la manera más normal posible.
Hoy la educación vive momentos complicados en donde el magisterio ha vivido de cerca las acusaciones de resultados que le corresponden al contexto social y económico que vive el país, sin embargo, como es el caso del ejemplo que se menciona, se sigue demostrando que existe en cada escuela profesionales de la educación que van mucho más allá de lo que el deber les llama.