Al cumplir 100 años de existencia, la Asociación Americana de Investigación Educativa (AERA, por sus siglas en inglés) eligió como tema de su congreso anual: “Academia pública para formar democracias diversas”. Por el momento que atraviesa México, llama mucho la atención el énfasis puesto en el uso práctico del conocimiento para el fortalecimiento de la democracia y la pluralidad.
Sí, dirían algunos, pero “no podemos compararnos con países como Estados Unidos porque nuestra cultura es muy diferente”. Comparto en parte esta opinión. La AERA le lleva a su homólogo, el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (Comie), nada más y nada menos que 77 años de diferencia.
Pero más sorprendente que las diferencias, son las similitudes. Me explico. En las poquísimas sesiones a las que pude asistir durante el congreso —hubo en total 2,800 sesiones en cuatro días—, se observaron problemas comunes. Por ejemplo, diversos estudios de los colegas extranjeros confirman la “subjetividad” que tienen los maestros cuando les hablan del “desarrollo de las competencias”. ¿Suena extraño esto en las escuelas de nuestro país? No creo.
Sobre el tema de la profesionalizacon docente, parece que formamos una amplia comunidad global al compartir los mismos problemas. Gracias a las sesiones organizadas por la World Education Research Association (WERA), nos enteramos que en la República de Ghana, existe una terrible brecha entre las unidades de evaluación y los profesores. ¡Eureka!
Fue también relevador conocer que en Jamaica —como en México–, los mentores invierten gran cantidad de su tiempo tratando de controlar a los grupos. Los temas de violencia y disciplina son también relevantes para las comunidades escolares del país que vio nacer a Bob Marley y Usain Bolt, “el hombre más rápido del mundo”.
Asimismo, cuando se habla de reformas universitarias en el vecino país del norte, los colegas estadounidenses se dicen preocupados por las relaciones entre el Gobierno Federal y los de los estados debido a que todo indica que “la política prevalece sobre la academia”. Pocos lectores de Campus se sorprenderían al leer este hallazgo.
Pero entonces, ¿en qué realmente nos diferenciamos los investigadores mexicanos de nuestras contrapartes estadounidenses? En primer lugar y como lo dije arriba, en el tiempo que llevan pensando los problemas de las escuelas y del sistema educativo.
Fue también en 1916 que, aparte de nacer la AERA, John Dewey, el notable filósofo y pedagogo publica su clásico libro Democracia y educación. Una introducción a la filosofía educativa. Dewey, vale la pena recordar, fue precursor de la corriente filosófica del pragmatismo que a grandes rasgos, sostiene que las ideas son válidas en la medida que tienen utilidad.
Dewey resonó fuertemente en la conferencia de Jeannie Oakes, mujer presidente de la AERA. De pie y sin “mesa de honor” o enflorado presidium, Oakes hizo un elegante repaso de la asociación al cumplir 100 años. Habló de la necesidad de reconocer lo que la AERA ha hecho en términos de acumulación del conocimiento, pero eso no basta, dijo: hay que presionar a nuestras organizaciones para que hagan la investigación más pública y con ello encaminarse hacia una democracia más justa y equitativa.
Ya sabemos, prosiguió Oakes, que los factores internos y externos de la escuela se combinan para crear desigualdades, hemos avanzado mucho en la psicometría y en la medición del cumplimiento de los derechos, sabemos más sobre cómo aprenden los niños; en resumen, tenemos preguntas renovadas y mejores métodos, pero también se necesita que los “intelectuales” —así lo dijo— intervengan públicamente y no sólo den recetas. Esto implica que sin sentirnos “supermanes”, hagamos más accesibles los resultados de nuestras investigaciones para un mundo real. No puedo estar más de acuerdo con Oakes, porque en ese mundo es que existen personas, mayormente niñas y niños, que enfrentan pronunciadas e injustificables desigualdades. Una genuina preocupación por la inequidad es otra cosa que creo compartimos con la investigación educativa de los Estados Unidos. Pero, ¿compartiremos también la inteligencia pragmática para tratar de contrarrestarla?
En 1991, la AERA tomó una posición clara sobre los sistemas de rendición de cuentas basados en exámenes estandarizados (test-based accountability) y en 1995, su Consejo Directivo confirmó su carácter promotor (advocacy) y votó para que la AERA pudiera manifestarse sobre cualquier tema social siempre y cuando estuviera relacionado con la educación y la discriminación. Pero para hacer pública la investigación hay que tener público. Sin temor, en 2005, la AERA acordó que los estudiantes de posgrado votaran en las elecciones de la asociación. La membresía actual de la AERA llega a más de 25,000 afiliados.
Pero, curiosamente, en 1941 el número de afiliados apenas rebasaba los 500, el cual es la cantidad aproximada de afiliados que actualmente posee el Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE). ¿Al constituirnos como una élite hemos desarrollado una investigación educativa de más alta calidad que la desarrollada por los colegas estadounidenses? ¿Hemos sido más eficientes en la resolución de los problemas educativos? Preguntas que permanecen abiertas y que tienden a cuestionar nuestra labor académica.
Postcríptum. Un joven mexicano, Santiago Rincón-Gallardo, ganó el premio como “académico promisorio” del Grupo de Cambio Educativo de la AERA. Muy merecido el reconocimiento. ¡Felicidades!