Millones de estadounidenses, en su inmensa mayoría blancos y relativamente poco educados, alzaron la voz el 8 de noviembre de este año y le dijeron a los apoyadores de Hillary y al mundo entero: ¡jódanse!
Su grito rabioso retumbó en todas partes y puso a temblar al planeta entero.
Pocos días antes, en un pequeño salón de belleza en Washington, DC, viví una experiencia que fue un adelanto de aquel grito de furia colectiva. Una empleada del establecimiento, ciudadana americana de origen mexicano, me dijo que ella iba a votar por Trump. Me quedé patidifusa y le pregunté que por qué. Me respondió, más o menos lo siguiente: “Trump va a ser un golpe muy duro para los americanos, pero si ellos nos quieren joder a nosotros, pues que se jodan ellos también”.
Sirva su dicho más allá de su lógica, digamos, retorcida, como botón de muestra acerca del tipo y magnitud de la desazón y el enojo de muchos de los ciudadanos del país del norte que votaron por Donald Trump para presidente de Estados Unidos.
La rabia, el resentimiento y el rechazo de millones de americanos a los valores más elementales de la convivencia civilizada resultan detestables. Su furia, sin embargo, no debe verse simplemente como una reacción irracional producto de la ignorancia o la pura ideología.
Para muchos millones de americanos, la globalización o, como lo llaman los trumpistas el “globalismo”, ha implicado vivir y vivirse como sujetos cada vez más desprovistos de opciones y de recursos. Han sido largas décadas de declive (objetivo y subjetivo) para muchos habitantes de Estados Unidos, en especial para los blancos con menores niveles de escolaridad. Muchos años de empleos seguros con salarios dignos siendo reemplazados con trabajos cada vez más precarios y mal pagados. Muchos años de pérdidas materiales y horizontes más estrechos, pero también de sentir su identidad y su posición social amenazadas de muerte.
Es muy temprano para intentar un análisis completo de lo ocurrido el 8 de noviembre. Con todo, a partir de la información disponible hasta el momento, es posible identificar algunos de los elementos centrales detrás del triunfo del candidato republicano. En este texto abordaré solamente dos.
El primer elemento concierne a lo ocurrido con los votantes en términos de ingreso y escolaridad. De acuerdo a las encuestas de salida del NYT, Hillary –al igual que sus antecesores del partido demócrata– consiguió la mayoría (53 por ciento) entre los votantes con ingresos menores a 30 mil dólares anuales. Esa mayoría, sin embargo, fue 10 puntos menor a la de Obama en el 2012 en ese grupo de ingresos. Trump, por su parte, logró 6 puntos porcentuales más que Romney entre esos votantes. Por otra parte, en los grupos de mayores ingresos,se observan las tendencias opuestas: un aumento de entre 3 y 4 puntos para Hillary frente a Obama entre los votantes de mayores ingresos y una caída, aunque ligera, en votantes ricos, de Trump vis a vis a Romney. En resumen, menos votantes pobres y aumento de electores ricos para Hillary frente a Obama y lo opuesto para el caso de Trump en relación al 2012.
Un segundo elemento tiene que ver, como se ha comentado ya con abundancia, con el hecho que Hillary Clinton tuvo un desempeño menos favorable que el de Obama en 2012 entre las minorías afro-americanas y latinas.
Incidieron en estos resultados muchos factores. Algunos de ellos estructurales, otros políticos y culturales, y otros más atribuibles a las campañas, temperamentos y habilidades comunicacionales de los candidatos.
En el plano estructural, destacan tres décadas de pérdidas en ingreso y estatus, en particular para los blancos con menor escolaridad e ingreso.
También el hecho de que la recuperación económica tras la crisis financiera del 2009 tendió a beneficiar muy poco a TODOS los sectores poblacionales menos aventajados social y económicamente.
A nivel político y cultural, dos factores parecen clave. Primero, la retórica antigobierno y antipolítica, así como los procesos de re-distritación promovidos, desde hace tiempo, por el partido republicano.
Segundo, la polarización ideológica extrema y la promoción activa de la política en clave identitaria impulsada por grupos y medios de comunicación de la derecha populista.
En lo que hace, finalmente, a las campañas y personalidades de los candidatos presidenciales, demócrata y republicano, destacan, la incapacidad de Hillary para entusiasmar en número suficiente a los perdedores, materiales y simbólicos, de la globalización, por un lado, y la sorprendente habilidad de Trump para leerlos y movilizar su resentimiento y su furia.
Al terremoto del martes pasado, contribuyeron, en suma, muy diversos factores. En primerísimo término, un sistema electoral que hace posible que la ganadora del voto popular pierda, así como un mayor porcentaje de abstención que el pasado. También y crucialmente, sin embargo, blancos en declive económico furiosos por sentirse privados del lugar social y material que consideran merecen, y minorías en desventaja a quienes Hillary no logró transmitir un proyecto de esperanza.
Twitter:@BlancaHerediaR