México está a la espera y, en muchos lugares de trabajo del sector educativo y en muchas escuelas, se encuentra en una espera activa. Una de las formas en que se ha definido la reforma educativa es que “constituye una transformación profunda del modelo educativo para mejorar la calidad de la educación” (SEP, 2016, El Modelo educativo 2016. Presentación, p. 1).
En la Carta sobre los fines de la educación, documento que presentó la misma Secretaría hace poco tiempo y que dio apertura a un amplio periodo de consulta, se afirma que el “El propósito de la Educación Básica y Media Superior es contribuir a formar ciudadanos libres, participativos, responsables e informados, capaces de ejercer y defender sus derechos, que participen activamente en la vida social, económica y política de México”. Eso es una gran cosa, pero no es nueva, ya está contenida en el artículo 3o. constitucional y en la Ley General de Educación. Lo nuevo es, será, transformar el modelo de trabajo.
Ordinariamente nos representamos el trabajo escolar que se deriva del anterior propósito como la realización de una pedagogía, un cierto orden de la actividad guiado por el fin de la formación ciudadana. También puede pensarse ese trabajo como una gramática escolar, un modo correcto de realizar el trabajo de formación de las personas integrando fines y medios, haciendo una buena gestión de la escuela.
Pero esa escuela está situada en la sociedad, lo que le genera apoyos y críticas. La escuela está situada en el complejo ámbito que es el sistema político mexicano, donde ocurre otra acción, la de gobierno, que también podemos comprender como una gramática a partir de los principios y valores constitucionales que definen la estructura del gobierno, las responsabilidades de quienes gobiernan, y también y sobre todo, acotan su acción, es decir, acotan el uso del poder público. Un apoyo fundamental que la escuela necesita es el gubernamental, pero no sólo el que reside en la operación de la Secretaría federal del ramo y las estatales, sino de toda la acción del gobierno, pues todas las instituciones que lo forman deben orientarse al bienestar de la sociedad, desde la seguridad cotidiana hasta la realización de un desarrollo nacional acorde al conjunto de los principios constitucionales, pero que tienen una expresión específica en los artículos 25 y 26 de nuestra ley suprema.
Los padres de familia, los maestros y maestras, los directivos, los alumnos, todos ellos en diverso grado están enterados de las formas en que los tres niveles de gobierno funcionan, de cómo usan el poder los gobernantes o, en otras palabras, cómo conjugan el verbo gobernar. Y esa conjugación no es coherente en todo con los fines del gobierno y de la escuela.
Con variantes en los tres niveles de gobierno, hay muchas señales de que gobernar se conjuga de manera inadecuada, incorrecta. así, gobernar es endeudar sin control y sin destino social del dinero; gobernar es desproteger a los ciudadanos, a poblaciones, a periodistas, a defensores de los derechos humanos; gobernar es lanzar sin medida discursos cargados de promesas que no se concretan en acciones; gobernar es organizar un sistema de moches o encarecimiento artificial del gasto público con beneficio privado; gobernar es excluir a muchos ciudadanos en la medida en que no se trabaja para todos; gobernar es violar leyes y disimular el hecho con intentos cínicos de justificación.
Gobernar es retrasar las acciones de las que son responsables los funcionarios por desorden en las dependencias o porque el funcionario anda en otras actividades, como la de buscar su siguiente puesto en el sector público; gobernar es prometer sin el compromiso real para que las necesidades se resuelvan; gobernar es viajar, sin que los viajes concurran de forma clara y eficaz al logro de las metas de trabajo; gobernar es gastar el dinero público sin importar la eficiencia del gasto; gobernar es abandonar a individuos o grupos en tanto no se usa el poder público para garantizar sus derechos, como los laborales o los de justicia; gobernar es descuidar el área de trabajo público que constituye la razón de ser de cada oficina o dependencia; gobernar es aprovechar las necesidades sociales para los fines personales o de grupo, administrándolas en función del calendario electoral.
Gobernar es destruir bosques, aguas, tierras, aire, en la medida en que la autoridad no es ejercida de manera planeada para cuidar los recursos que son patrimonio de la nación, de la gente; gobernar es opacar las propias acciones o las de una dependencia evitando que la sociedad sepa en qué se gasta el tiempo del funcionario o los dineros públicos o a quién se beneficia con las decisiones u omisiones; gobernar es darle prioridad a los intereses del partido o de sus líderes en detrimento de la acción pública; gobernar es permitir o hacerse de la vista gorda ante actividades económicas que depredan el ambiente; gobernar es no representar a los ciudadanos sino servir a individuos y grupos alterando, corrompiendo el origen y sentido del poder público…
Esas formas de conjugar o de confundir el verbo gobernar están a la vista de los llamados actores de la vida escolar. Se espera apoyo de los padres de familia, compromiso de los maestros y maestras, pensar crítico de los alumnos, directivos con liderazgo eficaz. Eso debe ocurrir, sí. Pero es imperativo que ocurra el buen gobierno; que gobernar sea una acción de beneficio social, de avance sostenido en la garantía de los derechos de los ciudadanos. Eso tiene qué ver, y mucho, con el modelo educativo.