Ingresé a mi Casa Abierta al Tiempo en 1981 y, aunque anduve ausente casi diez años, nunca me fui del todo. La Universidad Autónoma Metropolitana forma parte de mi vida, no me considero un empleado, siento su vibrar en mi experiencia profesional vital. Como tengo a la UAM en mi corazón —y mis entrañas—, en mis artículos de Excélsior casi no hago comentarios a sus acaecimientos, salvo cuando hay algo extraordinario.
Fui candidato a rector general en 2013; la Junta Directiva designó a Salvador Vega y León, entonces rector del campus Xochimilco. Acepté participar conforme a las reglas del juego, a pesar de que me eran desfavorables; felicité al ganador y seguí con mi trabajo académico.
En estos años no he recibido reproche de ninguna autoridad; al contrario, he obtenido apoyo para presentar ponencias en conferencias internacionales. No estoy resentido. Pero con una reforma al Reglamento Orgánico que el Colegio Académico aprobó en la madrugada de ayer —sostengo—, la UAM ha recibido un agravio de consecuencias funestas.
El artículo 8 de la ley Orgánica de la UAM dicta “Para ser miembro de la Junta Directiva se requiere… tener más de treinta años y menos de setenta años de edad…”. También establece los mismos requisitos para ser rector u ocupar otro cargo directivo en la universidad.
La redacción se presta a ambigüedad, pero más para su uso casuístico y hasta arbitrario. Sin que hubiera mucha discusión, durante años, el texto se interpretó como un requisito para el ingreso a la Junta o a otro puesto, no como de permanencia.
Sin embargo, a comienzos de este siglo, Roberto Varela (El Flaco Varela, para sus amigos) presentó su renuncia a la Junta Directiva aduciendo que cumplía los 70 años. Hay testimonios de integrantes de la Junta en ese momento que se molestaron por la decisión, mas la respetaron. En una charla informal que tuve con él, le pregunté y me comentó que estaba enfermo, cansado y que sentía agobio porque se enteraba de grillas que no venían al caso, pero que afectaban la vida de la UAM. Su determinación sentó un precedente.
Hay otro antecedente en sentido contrario. Cuando Luis Felipe Bojalil Jaber cumplió los 70 años, alguna autoridad, hablando en el nombre del rector general, le pidió —incluso se habló de un oficio, pero no hay registro— que renunciara. Tanto Luis Felipe Bojalil como la Junta en su conjunto ignoraron el recado y él cumplió sus nueve años.
La referencia bochornosa: las autoridades actuales impidieron que Ana María Cetto cumpliera el periodo para el que fue electa integrante de la Junta porque el año pasado llegó a 70 años. Un denuesto a una investigadora de prestigio internacional y calidad humana reconocida por propios y extraños.
En las primeras horas de ayer, el Colegio Académico aprobó modificar el Reglamento Orgánico, lo que implica que cualquier persona en posición de autoridad tendrá que abandonar su puesto al cumplir 70 años. La Comisión del Colegio Académico que estudió el asunto arguyó que: “A partir de estas bases determinó que el límite de edad establecido por el legislador para que determinadas personas se retiren de un cargo, no infringe la garantía de igualdad, toda vez que el límite dispuesto es aplicable a todos los que se coloquen en el mismo supuesto, sin distinción alguna, por lo que se trata igual a los iguales”.
He platicado con colegas. Ellos ven en esta enmienda un argumento chapucero e interesado; quieren favorecer la candidatura de Norberto Manjarrez, secretario general en funciones. Además, consideran —y coincido con ellos— que es una violación al artículo 1 de la Constitución, que prohíbe la discriminación por edad. Asunto que —vaticino— resolverá la Suprema Corte, ya que habrá demandas de personas que sienten afectados sus derechos.
No obstante, eso tomará tiempo. Me comentan mis colegas que al grupo que está en la Rectoría le interesaba este cambio por dos razones. Primera, excluir de antemano competidores a la Rectoría General, que se renovará en julio de 2017; dos rectores de unidad que son potenciales candidatos quedan eliminados en automático. Segunda, elegir a dos nuevos miembros de la Junta Directiva que les sean afines y, así, acrecentar sus posibilidades de continuidad.
Es un futurismo de corto plazo, pero que puede ocasionar consecuencias aciagas para la UAM.
Esta nota es un reclamo al Colegio Académico. Decretó una trácala oprobiosa que, sospecho, protege intereses personales o de grupo. ¡Pésimo ejemplo, mal presagio!