Juan Carlos Yáñez Velazco
Desaparecieron las escuelas de tiempo completo. Es otro error en la política educativa. La noticia no sorprende. Tampoco la carencia de argumentos basados en evidencias.
Desde el año pasado ya las habían colocado en la guillotina. La exigencia pública las salvó, aunque las dejaron gravemente tocadas en su presupuesto.
La secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez, plantea un falso dilema: debían optar entre continuar las escuelas de tiempo completo o destinar esos recursos a mejorar la infraestructura y servicios de las escuelas.
No se puede elegir entre una acción y otra. Ambas son vitales. Tener escuelas con instalaciones dignas y ampliar tiempos de aprendizajes, dando alimentos a los niños, no son decisiones mutuamente excluyentes.
Ambas hacen posible cumplir el derecho a la buena educación, con sensibilidad social y atendiendo contextos marginales; es decir, con equidad.
Se pueden argumentar defectos o malas prácticas. Caben las críticas, sin duda, pero no conocemos un diagnóstico que condujera a la conclusión que tomó el gobierno federal.
En cambio, sabemos de estudios nacionales y de organismos internacionales que reconocieron las bondades del programa escuelas de tiempo completo para la educación y alimentación de los niños. De esas conclusiones lo que se deriva es la necesidad de ampliarlo, nunca de cerrarlo.
Miles de escuelas y más de tres millones de estudiantes sufrirán la pérdida.
En Colima la escuela de tiempo completo producía beneficios. Consta en un capítulo del libro “Colima: avances y retos. Educación” (Puertabierta Editores, Colima, 2019). Además de leerlo, lo vi en 2019 cuando recorrí escuelas en los municipios de Cuauhtémoc y Comala. La aplaudían maestros y mamás. Logros estudiantiles lo reflejaban.
Después de la pandemia era obligado para los gobiernos federal y estatales destinar una partida generosa para la infraestructura, servicios y condiciones pedagógicas en todas las escuelas, focalizando en las más carenciadas. Lo que tenemos, a cambio, es pobreza de proyectos, con una austeridad financiera que liquida programas y regatea dinero para la indispensable formación docente.
No hay discurso sobre la prioridad de la educación, que se sostenga sin dinero, cuando existe y abunda para otras áreas. La educación, de nuevo, exige un grito más fuerte, un gesto de sensatez y coherencia.
Twitter: @soyyanez