Muchos de los sucesos que transcurren en la vida de las personas tienen diversos tipos de impactos y a veces, pueden ser tan fuertes que afecten a muchas personas al mismo tiempo. Un ejemplo es lo vivido en la pandemia, que generó cambios profundos en las dinámicas sociales, en los aspectos económicos y en la salud a nivel mundial.
Es importante considerar que el impacto nunca va a ser igual a pesar de que la experiencia haya sido en común, es decir, todos vivimos la pandemia, pero más allá de que se trató de un evento colectivo, en cada uno de nosotros repercutió de manera diferente en los sentimientos, nuestras prácticas y nuestras acciones, es decir, las experiencias nunca serán las mismas para todas las personas y menos, para todas las comunidades.
La manera en que cada persona las interpreta, tiene que ver con las circunstancias y los desafíos a los que se enfrenta, la manera particular de adaptarse para actuar y reaccionar, orientando actitudes y comportamientos, configurando las propias experiencias (Marinaci et al., 2021). Lo anterior implica además la búsqueda activa de resolución de problemas en las familias y comunidades donde emergen planteamientos de responsabilidad y ayuda hacia los demás, creando lazos afectivos íntimos y de confianza (familiares, amigos y vecinos). Esta conformación de redes de apoyo familiar y social representan recursos que explican cómo las personas salimos adelante en la interacción con los otros en situaciones en crisis.
El sentido de identidad compartida se desarrolla y fortalece ante una necesidad u objetivo en común, porque promueve la generación de capital social de puente y de escalera ante crisis que requieren de una acción colectiva, que se activa a través de redes preexistentes o promueve la generación de nuevos grupos que comparten intereses y objetivos. Así de importante son las experiencias de cada uno de nosotros.
Cuando nos acercamos a las experiencias de las personas, podemos identificar un marco simbólico personal, en donde se advierte que, a través de sus reflexiones, podemos conocer como han afrontado positivamente ciertas crisis, cómo le han encontrado sentido y han logrado significarla a través de la valoración de la propia vida, de los vínculos íntimos y del imperativo de cuidar del otro. Han descubierto su capacidad de resiliencia para afrontar los retos donde han puesto en juego su ingenio, su capacidad de adaptación, han buscado activamente resolver problemas propios y compartidos, evidenciando una sólida disposición para ayudar a otros y una mirada colectiva en la búsqueda de soluciones a sus problemas y desafíos.
Por todo lo anterior, es necesario acercarse a las experiencias, teniendo en cuenta además las potencialidades del aprendizaje experiencial especialmente en el campo educativo, ya que permite entrar en contacto con los contextos sociales de vida de las personas, es decir ofrece una entrada a la realidad social que permite potencialmente, por ejemplo, en el caso de los docentes ampliar los conocimientos sobre las características de los establecimientos, las y los estudiantes, los equipos pedagógicos, las competencias profesionales etc. todo a la luz de la movilización en situaciones reales de trabajo.
Mucho se hace hincapié en los planteamientos de la Nueva Escuela Mexicana NEM de la importancia de los saberes. La literatura relacionada habla de dos categorías emergentes que los agrupan: los “saber-hacer” y los “saber-ser” de la profesión docente. De la experiencia práctica surgen saberes que son procedurales y que tratan del “cómo hacer”. Estos saberes están vinculados a los datos contextuales (humanos y materiales) del ambiente escolar de trabajo real (Daum et al., 2020).
En los “saber-ser”, la experiencia práctica se entiende como un proceso de transformación humana (Fernández et al., 2020), y que deriva en un saber ligado a uno mismo y a cómo relacionarse con los otros; es decir, expresarse primero en una relación con uno mismo como persona y vincularse a la personalidad individual. Estas dos amplias categorías revelan saberes complejos “hibridados”, es decir que comportan distintos saberes que coexisten. La contribución de la experiencia para el aprendizaje de la profesión docente yace en el crecimiento de dichos saberes, su movilización en situaciones concretas y, sobre todo, en abrir espacios para un despliegue “integrado” de dichos saberes.
La importancia de la sistematización de las experiencias radica en que es un proceso que posibilita aprender de las propias prácticas, ya que se centra en la reconstrucción y reflexión analítica de cada experiencia y toma en cuenta que las experiencias son procesos históricos complejos en los que intervienen diversos actores (Jara, 2018), además de que es “una actividad que permite construir y explicitar los saberes que han sido o están siendo producidos en una determinada experiencia […] mediante el análisis y valoración de acciones” (Sánchez, 2010, p. 1).
Siempre ha sido un desafío que la formación tanto inicial y continua de los docentes sea un proceso que se viva, que se describe y que se mejora en el currículo y en la práctica, por eso existe la necesidad de acercarse a las experiencias vividas para descubrir lo que realmente ocurre durante los proceso formativos y su repercusión en sus prácticas, donde el diálogo horizontal sea el mediador que favorezca la incorporación de los saberes y conocimientos de todos los participantes atendiendo a la diversidad, especialmente si el sentido de identidad compartida se desarrolla y fortalece ante una necesidad u objetivo en común, que promueve la generación de capital social de puente y de escalera ante diversas situaciones.
Al acercarnos a las experiencias de las personas es posible identificar un marco simbólico personal y mediante sus narrativas, aproximarnos a aquello a que le han encontrado sentido y que han resignificado a través de la valoración de su propia vida. Siempre se ha buscado que los docentes resuelvan problemas propios y compartidos, por tanto, acercarnos a sus experiencias y saberes posibilita la construcción de una mirada colectiva en la búsqueda de soluciones a los problemas y desafíos que en la educación siempre están presentes.
Referencias
Daum, D., Marttinen, R. y Banville, D. (2021) Service-learning experiences for pre-service teachers: cultural competency and behavior management challenges when working with a diverse low-income community. Physical Education and Sport Pedagogy.
Fernández, J., Sanzan, G., Molina, C., Briceño, M, y San Juan, J. (2020). Experiencias y saberes pedagógicos de docentes en el comienzo del oficio educativo: una indagación narrativa. Revista Brasileira de Educação, Rio de Janeiro, v. 25, 2020.
Jara, O. (2018). El desafío político de aprender de nuestras prácticas. Cepalforja.
Sánchez, A. (2010). Sistematización de experiencias: construcción de sentido desde una perspectiva crítica. Revista Virtual Universidad Católica del Norte, 29, 1-7