Eduardo Gurría B.
¿Qué se requiere para la mejora en la educación?; son muchos los factores que intervienen en el proceso educativo y son de toda índole: humanos, políticos, económicos, sociales y legales, entre otros, pero, ¿cómo se puede enseñar a razonar, a transferir y a pensar en términos de educación?
Existe infinidad de libros, manuales y métodos sobre aprendizaje, razonamiento, pedagogía y didáctica, los cuales aportan gran cantidad de ideas y estrategias que se pueden trasladar al aula, además de las teorías -y esto es conocido por cualquier docente que se precie de serlo-; todas, sobre el proceso de la enseñanza y el aprendizaje, sin embargo, ninguna propuesta hace mención a que se debe aprender por ley o por decreto.
En el Siglo XXI, el maestro se ve cada vez mas abrumado por las disposiciones provenientes de la cúpula gubernamental, es decir, de la burocracia, de donde provienen decisiones que, para nada, se adecúan a los escenarios cotidianos en los que, tanto el maestro, como el alumno, se ven involucrados.
Entonces, ¿qué es la educación?
Existen dos términos de origen latino que bien nos pueden orientar: uno, “educare”, nutrir de fuera hacia adentro, y dos, “ex ducere”, extraer, como un proceso inverso, es decir, de dentro hacia afuera para descubrir capacidades, para dirigir la formación de una personalidad en cuanto a valores y todo lo que ello significa.
En síntesis, la educación consiste en un proceso de ida y vuelta: enseñar y aprender.
En un sentido mas amplio, la educación implica una dinámica en la que intervienen varios agentes, entre los cuales el alumno y el maestro son los que revisten mayor importancia, ya que es en ellos en quienes aterriza el proceso educativo y dentro de un espacio físico: el aula, y cualquier reforma que se pretenda implementar, deberá, entonces, estar enfocada directamente hacia ellos y a través de una efectiva mejora continua y con el concurso de todos los demás elementos comprometidos en y con la educación: sociedad, gobierno, recursos, infraestructura…
Así, todo cambio que se pretenda con miras a la mejora en la educación deberá estar exento de intereses políticos, ya que debe constituir, mas que un capital político, un capital social y, por lo tanto, humano. En el aquí y en el ahora y con miras muy claras hacia el futuro.
Hoy cabe preguntarnos ¿cuántas reformas se han decretado a lo largo de las últimas décadas?, una por sexenio (mala señal). Esto por sí mismo confirma, también, la premisa de que lo hecho hasta entonces –cualquier entonces-, no sirve y confirma, a su vez, la inoperancia de lo que sigue.
Una reforma educativa debe de realizarse por quien la implementa y según el contexto en el que se mueve en el día a día.
Está claro que el por decreto o por decisión parlamentaria el alumno no va a dejar de estudiar para aprobar, que va a estudiar para aprender, para desarrollar la comprensión lectora, se volverá lector y desaparecerá la barrera que existe entre él y el maestro, cuyos objetivos son iguales, pero no los mismos; no, así no va a ocurrir. El alumno no adquiere el hábito del trabajo y los conocimientos porque lo dice el Artículo 3º Constitucional, aun con todas sus reformas y derogaciones, el maestro no será mejor si está afiliado a un sindicato y participa en marchas y manifestaciones eternas.
Es mejor, sí, si ejerce su vocación, no el llamado a una huelga, si se autovalora como tal, y no si se le evalúa como parte de una encuesta; el alumno no será mejor como tal porque en la estadística aparezca como crecimiento y sea parte de una gráfica que dice que el índice de egresados tiende a la alza.
De ahí que una reforma sustancial deberá ver por la mejora de todos los aspectos de la educación, pero deberá centrarse en las necesidades propias de la misma -necesidades reales-, y de cada quien, entendiédose como bien común.
El maestro debe reformarse ideando nuevas, pero también tradicionales formas de enseñanza, y no necesariamente implementar lo nuevo porque es nuevo y desechar lo viejo porque es viejo.
En la educación no hay, no debe haber modas, sino el diseño de estrategias eficientes que desemboquen en el aprendizaje real, debe ser competente para generar competencias en el alumno, y el maestro, agente esencial en ello, debe ser valorado como responsable de la educación y no como culpable del fracaso de una reforma de escritorio.
Por otro lado, la OCDE, propone, a su vez, una Ley de Educación Superior cuyo enfoque deberá estar dirigido de arriba hacia abajo, es decir, del sistema superior, hacia los subsistemas; esto, junto con el documento Visión y Acción 2030 de la ANUIES, pretende revalorar la educación superior, como una forma de potenciar los niveles inferiores –del medio superior, hasta el básico-.
El análisis y las propuestas son buenas en sí, pero tampoco la OCDE, al menos, tiene la capacidad, y tal vez, tampoco la intención, de evaluar todos los contextos socioculturales y económicos y de esto se ha hablado mucho, ya sea como justificación o porque se trata de una realidad.
En conclusión, la esencia de una sociedad es el capital humano, está claro, lo que no queda muy claro, es la calidad que se pretende de ese capital, cuando es la educación lo que está en juego.
REFERENCIAS
PICARDO J., Oscar, Diccionario Enciclopédico de Ciencias de la Educación, Centro de Investigación Educativa, 1ª edición, San Salvador, 2005.
RODRÍGUEZ G., Roberto, OCDE, la Educación en México, ¿renovación de una alianza?, Revista Educación Futura, 18 de enero de 2019.