Actualmente la evaluación en la educación básica, implica abordar un punto álgido de la educación en México. Un tema que ha sido de gran controversia en los últimos meses ante la llamada “reforma educativa”, donde el principal conflicto se encuentra en la evaluación del docente a través de instrumentos poco confiables, exámenes cargados de contenidos irrelevantes y poco tiempo para resolverlos y la custodia militarizada; aunado a ello las revueltas nacionales que bifurcan la visión social entre los que quieren imponerla y los que no quieren dejarla pasar, un conflicto nacional que divide la percepción de la ciudadanía respecto a dicho fenómeno, donde por supuesto los medios de comunicación oficialistas se empeñan en mostrar un paraíso nacional (Peñalandia o Nuñolandia), mientras que las redes sociales y la cotidianeidad van golpeando con bofetadas de realidad las acciones de la Secretaría de Educación Pública y del Instituto Nacional de Evaluación Educativa.
Indudablemente a través de la evaluación, se han ido estableciendo la manera en cómo se concibe a la educación y a los agentes que intervienen en ella. (Santos Guerra M. , 1999) En la actualidad y desde el discurso oficial en México, la evaluación se percibe como una supuesta herramienta de calidad educativa cuyo objetivo primordial y en apariencia inocente, se centra en medir los aprendizajes de los estudiantes o los docentes. Sin tomar en consideración por supuesto la conciencia ciudadana, la empatía, el respeto al medio ambiente y la otredad, por nombrar algunos aspectos.
Esa percepción no resulta del azar, sino de una forma generalizada de ver y hacer el mundo y por tanto de hacer educación a través del modelo neoliberal imperante. Modelo que avanza libremente por el mundo y toma fuerza a partir de las últimas décadas del siglo XX, se consolida como una burbuja económica donde instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización Mundial del Comercio (OMC), que configuran redes hegemónicas de grandes capitalistas y capitales, que van dictando a los gobiernos las diversas líneas de acción que obligatoriamente deberán seguir si no quieren ser considerados enemigos de esas estructuras mundiales. (Torres Santomé, 2001).
Por supuesto México no es la excepción en esa sesión de concesiones al juego neoliberal, el juego de los países pobres no es obviamente el mismo que el de los países en el poder. México es desafortunadamente de los del primer tipo, solo tienen por ofrecer recursos, por tanto su ingreso al TLC (Tratado de Libre Comercio) en 1994 sella su entrada a la globalización, que no es otra cosa que la sumisión de capitales públicos ante las manos de los grandes capitales privados del mundo. Es entonces donde la evaluación toma un rumbo determinante en el destino de la educación mexicana. La definición de evaluación se consolida a través de exámenes estandarizados masivos como sinónimo de calidad educativa, exámenes masivos en todos los niveles, tanto para estudiantes (ENLACE, PISA, PLANEA…) como para docentes, directivos, supervisores, etc. Mismos que se vuelven una daga afilada cuando se involucran los medidores internacionales de “calidad” o cuando la palabra permanencia aparece en el escenario laboral de los docentes.
Con la aparición del Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior (CENEVAL) se consolida la masificación de exámenes para ingreso a diversos niveles educativos. La evaluación fortalece su dinámica de rendición de cuentas no solo en el nivel superior sino también en la educación básica, todo esto impulsado obviamente por los mencionados organismos internacionales. Aunque en el sistema educativo nacional, las políticas sobre evaluación son relativamente jóvenes, no significa que el fenómeno no haya ido consolidando su propia historia, a la sombra por cierto de la evaluación norteamericana que tiene como objetivo la medición y cuantificación de los aprendizajes tangibles de los sujetos a quienes se evalúa, cosificando a los estudiantes, convirtiéndolos en envases refill.
Es tiempo entonces de redimensionar la pertinencia de este leviatán denominado evaluación y más cuando esta tiene que imponerse con la fuerza y la militarización, cuando el costo es elevado y los recursos urgen para ser utilizados en programas de remodelación de escuelas, becas o disminución de la miseria que según los últimos datos de Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) son alarmantes.
Ante un panorama tan oscuro para la educación nacional, no solo desde los derechos laborales docentes, sino desde la tendencia privatizadora de la educación, la categorización, descontextualización y ceguera de una realidad nacional con una creciente desigualdad social y que desafortunadamente prima la corrupción, la incertidumbre es mucha y las preguntas que flotan en el aire son ¿Realmente interesa a las autoridades educativas la mejora de la educación? ¿Es la evaluación actual la idónea para los supuestos objetivos de mejorar la calidad educativa y cómo? Y la más terrible de todas ¿Cuál es el destino de la educación en México?