En las reformas educativas los gobernantes que las inician tienen ciertos propósitos en mente y saben qué tradiciones quieren suprimir. Aunque definan rutas críticas y “escenarios” posibles, nunca saben si el contexto les será favorable. Pero lanzan sus consignas con el ánimo de cambiar usanzas y, aunque no sea una finalidad explícita, dejar huella.
En todas las reformas, los maestros son los sujetos más importantes; de ellos depende si las ofertas de cambio arriban a los salones de clase y deciden las formas de ejecución. Los gobernantes, pues, proponen alteraciones en la educación en medio de incertidumbre, aunque diseñen tecnologías de poder para tratar de que las aristas más importantes alcancen los mayores grados de ejecución.
Los receptores de las iniciativas de reforma también son presas de incertidumbre, aunque en algunas partes se realicen consultas y se incluya a dirigentes de maestros en el diseño de estrategias. La perplejidad es mayor cuando, como en el gobierno de Peña Nieto, la reforma les brotó de sorpresa; además, con instrumentos para evaluar docentes que modifican de raíz la tradición laboral heredada del corporativismo.
Ningún examen causó más zozobra en el gremio que la evaluación del desempeño docente. Los gobernantes no sabían qué reacciones despertaría la aplicación de la Ley General del Servicio Profesional Docente, qué imágenes se formarían los maestros de ella ni qué información ni de dónde les llegaría, menos preveían cuáles serían sus actitudes frente a los exámenes.
Un buen número de intuiciones e información para mis investigaciones proviene de mis alumnos, en especial de los de posgrado. Muchos de ellos aportan conocimiento para mis proyectos. Por ejemplo, en noviembre del año que acaba de fenecer, Carolina Crowley Rabatté presentó su tesis de doctorado en ciencias sociales, en mi Casa Abierta al Tiempo. Ella exploró cuáles son las representaciones sociales de los maestros de primaria acerca de la evaluación del desempeño docente. Su investigación fue de primera magnitud.
Carolina escogió estudiar un fenómeno en marcha y un asunto del cual había pocos datos más allá de los documentos oficiales y declaraciones aisladas de los responsables; además, hizo sus pesquisas antes de que se realizara el primer ejercicio de evaluación —para la permanencia, no de su desempeño, imaginaban muchos docentes— de 2015, le causó graves conflictos.
Carolina trabajó en tres escuelas de la Ciudad de México; una de turno matutino, otra de vespertino y la tercera de jornada completa. Treinta y siete maestros fueron informantes para su investigación. Ella los clasificó en novatos, experimentados y veteranos. Su experiencia docente era de uno a 46 años.
También muestra que la incertidumbre de los maestros tenía razón de ser. Primero, se imaginaban que la Reforma Educativa era una estrategia política, cuyo fin primordial era despedir a docentes; enfrentar un mundo sin empleo les inculcaba nerviosismo y temor. Luego, comprobó algo que ya conocíamos, aunque no sabíamos de sus efectos: la información que les proporcionaban la Secretaría de Educación Pública y el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación era confusa e insuficiente. En contrapartida, por las redes sociales, más que por otra vía, se enteraban de rumores.
Después desgrana las actitudes de los maestros en emociones y valoraciones; sus hallazgos ilustran el miedo y la sensación de que la evaluación es injusta y provoca angustia.
Los docentes no se oponen a la evaluación. Unos piensan en la superación, mientras otros no muestran gran interés, pero se forman expectativas que implican al gobierno: recibir ayuda de las autoridades educativas; que sea una evaluación transparente y promueva valores; que den los resultados para conocer los errores y aciertos; que se cumplan los objetivos de la evaluación y que la Reforma Educativa sea para mejorar.
El jurado calificador felicitó a Carolina por el rigor lógico de su trabajo, la profundidad de su análisis, la claridad en el lenguaje (hasta refinado en unas partes) y, lo que es de agradecer, economía de palabras. El sínodo recomendó la tesis para publicación por ser un producto de calidad académica notable.
Carolina ya trabaja para convertir su tesis en libro. Bien harían los responsables de la política educativa en leer el producto de esta investigación. En cierta forma, es una evaluación de la tecnología del poder que diseñaron.